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'Hijos de la medianoche': Globalización fluvial

Vía El Séptimo Arte por 04 de julio de 2013

El que países como China o India (a éste último vamos ahora mismo) tengan una presencia cada vez más destacada (tanto en cantidad como en repercusión cualitativa) en los festivales más importantes de todo el mundo no debe verse como la enésima concesión por parte de sus respectivos responsables para con aquellos considerados ''menos favorecidos'', sino más bien como la corrección natural (?) de una anomalía histórica (cuyas razones sin duda darían, y de hecho ya han dado, para escribir varios libros al respecto). El cine, como la expresión artística que es, se ha manifestado, a lo largo todos sus años de existencia, en todos los rincones del planeta. No obstante, el cine, como el arte extremadamente tecnificado que es, ha guiñado el ojo -muchas- más veces a todos aquellos pretendientes que, gracias a la debida reunión de requisitos, mejor han sabido mantener al día sus respectivas industrias.

Por supuesto, ahí entran en juego tantos factores diferenciales (marcha de la economía, participación en conflictos armados, tratamiento del la cultura por parte de las autoridades y un larguísimo etcétera) suficientes como para escribir otros tantos voluminosos tomos dedicados a la materia. El que cinematografías como la india poco a poco empiecen a asomar la cabeza en el ahora concurridísimo panorama internacional debe a atribuirse a la actual consolidación de dicho gigante asiático como floreciente potencia económica mundial (más allá de demográfica, terreno en el que ya llevaba largo tiempo asentada... quizás demasiado), pero sobre todo al abandono de su endémica autarquía cultural. Será, quizás, porque hará no demasiados años la Academia de los Estados Unidos colmó a Oscar una propuesta que sirvió, entre otras cosas, para que el mundo se diera cuenta de que los sabores bollywoodienses, debidamente aguados, no son tan indigestos como cabía esperar.

Será, tal vez, porque los mercados efectivamente se han globalizado, creándose así un más que necesario flujo bidireccional de influencias. Puertas abiertas: la India, por fin, exporta e importa tendencias, estilos y conocimientos. Así, no es de extrañar percibir en cada producto que haya logrado cruzar las fronteras de su país natal (esta categoría, por cierto, sigue significando un porcentaje raquítico con respecto al total de producción) las influencias de filmografías más o menos vecinas, factor geográfico éste último que se diluye con el peso de una historia en la que no pocas naciones han tenido algo que decir. En esas que Deepa Mehta, una de las cineastas indias más prestigiosas, vuelve a hacer las maletas para irse, por enésima vez, al Canadá y poder traernos así su nueva película.

El baile de banderas presente en los mismos cimientos de 'Hijos de la medianoche' es precisamente el principal rasgo distintivo de esta adaptación de la novela de Salman Rushdie. Se trata de un relato esencialmente oriental pero con empaque occidental. Perfectamente contextualizado pero contado con una voz que casi parece extranjera en su propia tierra. Para bien (la combinación se traduce en una evidente mayor accesibilidad a los gustos del gran público que, hasta que se demuestre lo contrario, es el que sigue mandando en el mundillo) o para mal (pérdida por el camino de una personalidad a la que se esperaba no solo por ganas de exotismo) Mehta sigue embarcada en su viaje ''interior'' artístico. Un recorrido fílmico que, también, para bien o para mal, nos habla mucho mejor de lo que lo hace su último filme sobre lo que ha sido y puede llegar a ser ese eterno objeto del deseo al que se le puso el nombre de ''India''.

Así es, desde la elección de su punto de partida (la línea de salida está muy lejos en el tiempo respecto al nudo argumental), 'Hijos de la medianoche' toma ejemplo del material literario en el que se basa y hace de la desmesura su carta de presentación. Un tropel de personajes (cada uno con su personalidad, con sus miedos, con sus intereses... factores todos ellos plasmados en la pantalla con un trazo no demasiado firme, defecto que cabe achacar también a las pobres interpretaciones a manos de los actores principales) desfila ante los ojos de la audiencia para poblar un universo tan supuestamente rico en contrastes como lo es su sujeto de estudio. De la novela río a la película río... sin prestar excesiva atención a las particularidades inherentes en todo ejercicio de traducción. Imperialistas, liberadores nacionalistas, hinduistas, musulmanes, cristianos y niños dotados de poderes sobrenaturales cruzan incesantemente sus caminos en un poco inspirado pero a la postre placentero melodrama pseudo-fantastique (especie de nacimiento de una nación empequeñecido al lado de unos propósitos que finalmente resultan ser de perfil ciertamente bajo) que juega eficazmente con diversos géneros como podría haberlo hecho cualquier autor que jamás hubiera puesto los pies en el lejano oriente.

Nota: 5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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