'Filth, el sucio': Ensuciando la ciudad
A Tommy le dejó la novia, y desde entonces vagaba por Edimburgo cual alma en pena. Aquello (su vida, por así llamarla) no funcionaba. Necesitaba un cambio de aires, en la acepción más literal de dicha expresión. De modo que Tommy reunió a sus amigos, los metió en un tren y los hizo bajar en la estación más remota de toda la línea. Ante ellos, la inmensidad de la naturaleza. El aire puro a su entera disposición... porque algo bueno tenía que tener eso de ser escocés... ¿no? Lástima que su compañero Renton no opinara lo mismo. El pobre ya no podía más, y claro, explotó: "¡Es una mierda ser escocés! Somos lo más bajo de entre lo más bajo, la escoria de la puta tierra, la basura más servil, miserable y más patética jamás salida del culo de la civilización. Algunos odian a los ingleses, ¡yo no!, ¡sólo son soplapollas! ¡Estamos colonizados por unos soplapollas! ¡Ni siquiera encontramos una cultura decente que nos colonice! ¡Estamos gobernados por unos gilipollas! ¡Esto es una grandísima mierda Tommy, y todo el aire puro del mundo no cambiará las putas cosas!"
Era 1996, año en el que un tal Danny Boyle, acompañado por Ewan McGregor (y por algún cómplice de crimen más) salta definitivamente a la fama, adaptando para la gran pantalla la prosa infecta (en el buen sentido) de Irvine Welsh. Casi veinte años después, una mirada atrás hace que todo pareciera más tranquilo, incluso en aquel pasado en el que la heroína era la única razón para vivir. En 2014, por poco que los "colonizados" no se independizan de los "soplapollas"... y ya veremos lo que sucede en territorios mucho más cercanos (ejem...). Pero no salgamos de Escocia, porque ahí hay alguien que se siente orgullosísimo de su pueblo. Bruce Robertson se lanza a la calle, mira a su alrededor y se reafirma más en sus tesis de vanidad nacionalista. Eso sí, a ojos del espectador, quien todavía se siente cómodo en la distancia (pues esto no ha hecho más que empezar), la realidad es mucho más espantosa de lo que describe el tipejo en cuestión. Cuidado, y también es potencialmente mucho más graciosa. ¿A qué es debido, pues, ese choque tan radical en la apreciación del entorno en el que ahora nos movemos? ¿A nuestro escaso conocimiento de la realidad escocesa? ¿Al hecho de que el narrador apunte a mentiroso de campeonato? A todo, un poco, pero sobre todo a lo segundo, aunque como decían las Sagradas Escrituras, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Nadie? Perfecto. Además, hay que entender al hombre, su vida romántica-laboral pasa por un momento de máximo frenesí... aunque también es importante no olvidar que las drogas van a jugar un papel esencial en esta función. El estado emocional va totalmente ligado a los gramitos de más o de menos, y no hablamos de dietas. Otro dato a tener en cuenta: ganar dinero estimula al cerebro de la misma manera que lo hace la cocaína. Con esto en mente, sigamos escuchando el testimonio de Mr. Robertson, quien está a punto de conseguir un ascenso que, a)- le hará ganar más pasta gansa, b)- le abrirá nuevos horizontes en la siempre variada e interesantísima oferta de estupefacientas y c)- dará un soplo de aire fresco (o "puro", como decía el bueno de Tommy) a su matrimonio. Por supuesto, Irvine Welsh vuelve a estar al mando. En esta ocasión el texto adaptado es 'Filth', novela que de paso va a dar título a la película que nos ocupa (y cuyo título se mancilla en nuestro país por medio de la reiterativa coletilla de ''el sucio''). La época en la que transcurre la acción nos remite, por cierto, a esa gloriosa (?) década de los 70 en la que el policíaco brit patrullaba imperante por una ficción que logró entrar con mucha eficacia en el imaginario colectivo. Se impone, igualmente, un fuerte regusto anacrónico que en cierto modo viene a hacer buena aquella profecía (seguimos con el mismo profeta) que decía que en algún momento del futuro, no habrá ni tíos ni tías, sino sólo gilipollas. El tiempo, ya lo ven, ha dejado de importar, tanto que lo mismo parece suceder con la propia película de Jon S. Baird, quien se encarga de cumplir las labores concernientes tanto a la dirección como al guión. Es como si el máximo responsable del espectáculo (con el permiso de un James McAvoy en perfecta sintonía con su guarrísimo alter-ego) hubiera detectado demasiado bien los puntos fuertes del relato original de Welsh, omitiendo así (y queriéndolo o no) el nexo que les dé auténtico sentido. Es por esto que 'Filth, el sucio' se muestra tan convincente a la hora de aprovechar sus golpes de efecto (que no son pocos y no van precisamente escasos de impacto)... y tan floja cuando toca tirar de todo lo demás. Al final de esa orgía de sexo, drogas y corrupción, quedará en la memoria, seguro, alguna que otra impertinencia, alguna otra salida de tono, varias cochinadas, por supuesto; tal vez algún episodio exacerbadamente alucinado, y la sensación de que esta especie de "Torrente a la escocesa" (o si se prefiere, réplica cachonda del "Teniente corrupto" de Ferrara, incluso más que la versión de Herzog), convencido de que su pueblo es la hostia... pero a la vez una puta mierda, iba de un sitio para otro, sin parar, pasadísimo de vueltas, casi siempre divertido, en ocasiones ridículo y en otras desesperante... pero sin recordar muy bien por qué motivo exacto destrozaba vidas (la suya incluida) aquí y allá, y sin acabar de saber nunca con qué objetivo final, más allá de escandalizar en aquel preciso instante. Quizás con la heroína no hacían falta motivos, pero a esta esquizofrénica versión del mal, no le hubiera venido nada mal. Nota: 5 / 10por Víctor Esquirol Molinas