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'Fausto': Viaje a lo imposible

Vía El Séptimo Arte por 02 de marzo de 2012

Fausto, de Sokurov, no es una adaptación cinematográfica de la obra de Goethe en el sentido habitual de la palabra, sino una lectura de lo que queda entre líneas. ¿De qué color es un mundo que da a luz ideas tan colosales? ¿A qué huele? El universo de Fausto es sofocante: ideas que harán temblar el mundo nacen en el espacio reducido en el que se mueve. Es un pensador, un portavoz de ideas, un transmisor de palabras, un maquinador, un soñador. Un hombre anónimo empujado por instintos básicos: el hambre, la codicia, la lujuria. Una criatura infeliz y perseguida que plantea un reto al Fausto de Goethe. ¿Por qué contentarse con el momento si se puede ir más allá?

En la penúltima jornada de la 68ª edición del Festival de Cine de Venecia, todo el mundo parecía tenerlo claro. Un título se repetía una y otra vez: 'Shame', el prodigioso drama neoyorquino de Steve McQueen, había encandilado a propios y extraños y todas las voces se alzaron en un clamor para reclamar que el León de Oro fuera a parar a esta película protagonizada por Michael Fassbender y Carey Mulligan. Todo parecía visto para sentencia en el Lido, de modo que los pocos que no habían emigrado a Toronto, ya hacían las maletas pensando en lo previsible del palmarés de ese año. Pues no, al final solamente hubo premio a la Mejor Interpretación Masculina, porque el Jurado presidido por Darren Aronofsky hizo saltar la banca, mandando al garete la mayoría de quinielas y apuestas.

Ni McQueen, ni Polanski, ni Alfredson, ni Clooney, ni Cronenberg. La gloria se fue para Rusia; para uno de sus cineastas actualmente más remarcables: Alexandr Sokurov. Abanderado del cine de autor sin tapujos, y tras aproximadamente un cuarto de siglo de carrera a sus espaldas, ya no debe sorprender que Sokurov trate de sorprender, si se permite la cacofonía. Si se le da una copa de vino para brindar, sería de ilusos esperar que probara el contenido que hay en ella; si se le diera un balón de baloncesto, no sería lógico confiar en que tirara a canasta. Del mismo modo, cuando el director y guionista de Irkutsk se presenta con una versión del clásico de Goethe 'Fausto', lo último que cabe esperar es una adaptación en el sentido tradicional de la palabra. Y así es.

Que no se suban por las paredes los más puristas, pues el esqueleto argumental se nos presenta intacto. Sigue estando el ambicioso Fausto, y sigue estando el Diablo. Entre ellos, la relación que ya conocemos: un contrato con trampa; un intercambio tan apetitoso como peligroso. El conocimiento supremo a cambio de algo tan insignificante como el alma. Nuestro héroe ni se lo piensa, y a partir de aquí empieza la última odisea de Sokurov, un experto en este tipo de travesías titánicas. Solo así puede definirse la que a día de hoy sigue siendo su obra cumbre... quizás una de las obras más ambiciosas de la historia del séptimo arte: 'El arca rusa', en la que dos millares de actores y un solo plano secuencia ubicado en el incomparable marco del museo del Hermitage, repasaban trescientos años de historia de la madre Rusia.

¿Quién dijo miedo? Alexandr desde luego no, un autor cuyo legado demuestra que no tiene ningún reparo en enfrascarse en proezas de la técnica... y del arte más intangible; más sesudo. Aquel que requiere de un gran esfuerzo por parte del espectador para su comprensión y entendimiento, aquel que debe verse en plenas facultades (sobre todo de paciencia) para no perder la fe en él a las primeras de cambio. Si se va a la sala de cine con esta actitud, el disfrute de la obra está casi garantizado. Por su singularidad, por su atipicidad (a sabiendas que éstos dos calificativos cada vez pueden emplearse menos en el mundo del cine), y cómo no, por su magia casi subliminal, que indudablemente está allí, pero no en el escaparate. Hay que ir a buscarla.

Como ya hizo en sus anteriores trabajos de la tetralogía del poder, 'Moloch', 'Taurus' y 'Solntse', dedicados respectivamente a Hitler, Lenin y al emperador Hirohito, el acercamiento que ofrece Sokurov explica a la perfección qué fueron todas estas figuras... aunque parezca todo lo contrario. Centrándose en su extraña cotidianidad, iba surgiendo poco a poco un retrato acuradísimo de una época, de unas circunstancias históricas inconfundibles, y a la postre, de una figura. 'Fausto', como buen colofón a esta saga, no es la excepción. La atipicidad planteada por Sokurov va mucho más allá de una pantalla cuadrada en la que las imágenes quedan eventual y deliberadamente mal escaladas.

El auténtico diamante en bruto está en la manera de planificar unos diálogos cuya altísima densidad puede pasarse por alto. En un montaje que permite la introducción discreta de composiciones visuales poderosísimas. En una planificación de la narración marca de la casa, en la que los sucesos no desfilan, sino que fluyen, como en los sueños, aunque éste adquiera en ocasiones tintes de pesadilla grotesca. Puede que el León de Oro lo mereciera más Steve McQueen (si hubiera dependido de un servidor, así habría sido), pero también hay que reconocer a Aronofsky y compañía su valentía por creer en una apuesta tan arriesgada. Una película que, casi sin darnos cuenta, ha hecho con nosotros algo cercano a un pacto diabólico: nos ha dado las herramientas para sumarnos a un viaje imposible. Un viaje al conocimiento, al alma, al infinito... y más allá.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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