En el aquí inédito documental de Jacob Kornbluth titulado 'Inequality for All' (olvidable en la ejecución pero estrictamente necesario, más ahora, en lo que a contenido se refiere), al espectador se le ofrecía una ocasión dorada para conocer a Robert Reich, cuya privilegiadísima mente, atrapada-en y, qué cosas, engrandecida-por un cuerpo y un ingenio dignos del mismísimo Tyrion Lannister, se erigía en principal atractivo y -cómo no- activo de un orador brillante. De uno de estos profesores cuya raza está en serio peligro de extinción: la de aquellos cuyos alumnos parecen reproducirse por esporas y que además están dispuestos, todos ellos, a hacer lo que sea necesario y a apuñalar a quien haga falta con tal de asegurarse un asiento a primera fila para una de sus charlas, la mayoría de las cuales, para el caso que nos concierne, acostumbra a tratar sobre el mismo tema:
la desigualdad, entendida ésta como lo que es (una peligrosa arma de doble filo) y como lo que ha implicado (retomando el título del documental mencionado, un mundo en el que paradójica y tristemente, parece que sólo haya algo que iguale a todo el género humano: la maldita desigualdad).
La tesis: la maldición es en realidad un perverso y muy premeditado invento, a largo plazo perjudicial para todas las partes implicadas y concebido para que las élites (normalmente extractivas, ¿coincidencia?) conserven su status. Las razones, según recientes estudios de Berkeley (rápidamente desechados por algunos escépticos debido a las ''tendencias izquiertoides'' de dicha institución), parecen estar enterradas en lo más profundo de nuestra naturaleza, y -sorpresa- no obedecen a lógica alguna: los más favorecidos por razones exógenas (lugar de nacimiento, familia en la que han crecido...) comparten el firme convencimiento de que su posición se la deben única y exclusivamente a sus méritos. Ellos están encima y los demás debajo porque se lo merecen; porque han dedicado su tiempo, sus esfuerzos y su talento para que así sea. De modo que
no hay que extrañarse si, más temprano que tarde, el uso de la fuerza más bruta(l) se convierta en el principal argumento para tratar de preservar o, situándonos en el otro extremo, para intentar revertir dicha situación. Las luchas planteadas en desigualdad de condiciones, suelen terminar así.
Robert Reich, quien lleva combatiendo desde hace más de tres décadas este mal, tan antiguo como terrible, tiene claro que buena parte de las opciones para legar, como suele decirse, ''un mundo mejor a nuestros hijos'', pasan precisamente por el éxito cosechado en esta batalla. Para ello, y debido a la global envergadura de la problemática, es esencial la colaboración de cuantos más afectados / beneficiados mejor... y para ello la fase de educación debe tener también un rol fundamental. El cine, como arte que es (por mucho que en demasiadas ocasiones se empeñe en demostrar lo contrario), puede -hasta debe- sumarse a la causa, aportando, a ser posible, ese factor diferencial que, en los mejores momentos de su historia, ha conseguido colocarlo con todo merecimiento en lo más alto (en cuanto a relevancia; en cuanto a calidad de la lección impartida) del ranking de profesores. Por
saber afrontar temas actuales y complejos sin la necesidad de esperar la llegada de la a priori imprescindible perspectiva histórica y por saber enseñar sin cansar, en lo que debería considerarse como el respeto absoluto al abecé de la buena pedagogía.
A juzgar por su de momento corto pero sin lugar a dudas interesantísimo -incluso imprescindible- recorrido en el largometraje, al surafricano Neill Blomkamp puede considerársele como uno de los más aventajados herederos de este don fílmico. Con 'District 9', su sorprendente ópera prima, conquistó tanto a Peter Jackson (quien se encargó por aquel entonces de pagarle las facturas) como al público (hasta a la crítica) principalmente por hacer alarde de un conocimiento insospechado en un rookie como él a la hora de
mezclar la calma y el sosiego neuronales con el sudor, la fuerza y, en definitiva, el punch del músculo. Extremadamente inteligente a la hora de navegar entre distintos formatos, y todavía más ágil cuando tocaba tirar de forma física, su personal alegoría sobre el apartheid se situó por méritos propios entre lo más destacado de la cosecha cinematográfica del 2009,
reivindicando el género como un más que fiable vehículo para llevar, a altísima -casi desaconsejable- velocidad, cargas de alto tonelaje.
Una olimpiada y algún que otro proyecto congelado después, vuelve el de Johannesburgo, fuera del radio de protección de su mecenas neozelandés. Totalmente infiltrado en la maquinaria pesada hollywoodiense pero (y ahí se abre la cuenta de buenas noticias) dejando claro, por si había dudas al respecto, que quien sigue mandando aquí es él. A pesar de su evidente voluntad de hacerse notar en taquilla,
'Elysium' es claramente la obra de un autor con unas inquietudes y un estilo claramente definidos (hecho palpable en factores no demasiado obvios a primera vista, como lo son la elección y descripción de escenarios o el excelente gusto por los pequeños detalles). Neill Blomkamp sigue desarrollando su
visión afrikaanizada del mundo presente -incluso pasado- para llevarnos a un futuro distópico no demasiado lejano. Elemental: si el día de hoy, marcado por una terrible crisis (mucho más transversal de lo que se nos quiere hacer ver) en la que, entre otros muchos efectos, se están acrecentando, a marchas forzadas, las diferencias entre ricos y pobres, es poco esperanzador, ¿en qué estado encontraremos el planeta cuando nos despertemos mañana?
En uno mucho más deplorable. En el año 2159, la Tierra se ha convertido en una sucia, colapsada, súper-poblada, y por ende peligrosa ruina. Los criminales de poca monta, los jefes mafiosos y la clase obrera se apelotonan y tragan su -asquerosa- rutina auto-convenciéndose de que algún día la fortuna les sonreirá y les proporcionará un billete dorado para llegar a Elysium, una mega-construcción kubrickiana en forma de estación espacial, suerte de paraíso extra-terrenal donde la vida es dulcemente eterna. Por si a estas alturas no se ha acabado de resolver la ecuación, no está de más señalar que en esta historia, la minoría absoluta de peces gordos que interfieren directamente (tanto desde la esfera pública como desde la privada) en el destino de la mayoría absoluta de insignificantes microbios, habita a miles de quilómetros del escenario del crimen.
La clase dirigente vive, literalmente, en el espacio exterior, compartiendo órbita con la Luna. Más clara la alta definición.
Como ya hiciera en 'District 9', Blomkamp no se corta a la hora situarnos en un
entorno sci-fi demasiado cercano a la realidad (durante el proceso, los pelos, de punta, por supuesto). Con menos concisión y precisión que en el primer antecedente (quizás por tener que pagar el peaje de engrandecimiento de la gran estrella del show, tributo que por lo menos es debidamente compensado por un Matt Damon ciertamente cumplidor y comprometido) pero igualmente hábil a la hora de dar fuerza al mensaje, y a la hora de (y esto es lo que al fin y al cabo importa) saber
encontrar y aprovechar el siempre escurridizo equilibrio entre ambición y espectáculo. El resultado, más allá de confirmar a la gran revelación, es un
híper-moderno amalgama genérico que tiene todos los números para convertirse en un clásico inmediato de la ciencia-ficción. Los excesos mesiánicos descompensadores son fácilmente perdonables cuando no tarda en hacerse palpable el que este maestro chatarrero, guerrillero cómodamente establecido en los altos círculos de la industria, sigue con ganas de darnos caña de la buena. Como él sabe: basculando continuamente
entre la impecable pulcritud y la suciedad y guarrería en su versión más anárquica.
Y es que cuando el -buen- profesor ve que su clase está adquiriendo una carga excesivamente aleccionadora, y que por esto está perdiendo la atención de sus queridos pupilos, debe pasar al plan B y adoptar otras tácticas. Cuando esto sucede, 'Elysium' golpea con la misma intensidad con la que lo hizo 'District 9'.
El body horror deja paso al cyberpunk más exquisito en el momento en que Matt Damon y Sharlto Copley (este divertido e inquietante marciano que en el papel de súper-villano Kruger se descubre como uno de los mayores roba-escenas del cine actual) sacan a relucir su letal exoesqueleto. El espectador queda irremediablemente clavado a la butaca con esta
más que bienvenida sobredosis (por calidad más que por cantidad) de acción, espectacular y afortunadamente pasada de rosca. Mientras en un rincón de la sala se oyen los enloquecidos aplausos de un tal Shin'ya Tsukamoto, salta a la vista que
el videojuego, guste o no, se ha integrado perfectamente en el círculo de creación artística. Se inspira-en e inspira-a. En este caso, la sombra de Bungie (no en vano, el nombre de Blomkamp fue uno de los que con más fuerza sonó a la hora de llevar a la gran pantalla la celebrada saga Halo) o de Bioware (no son pocos los que han visto en 'Elysium' suficientes paralelismos con la trilogía Mass Effect -el diseño de la Ciudadela y de los robots, las fechas por las que se mueve la acción, la propia elección del título- como para hasta considerar a esta película como una especie de precuela encubierta de la excelsa space-opera del Comandante Shepard) es demasiado visible como para ignorarse, y como para no celebrar por todo lo alto el que cineastas tan capaces como Blomkamp tengan acceso a los recursos deseados, para seguir haciendo del séptimo arte el más deseado de los maestros:
por estar siempre actualizado, por ser interesante, por su valor humano, por dejar a su audiencia con la boca abierta... tanto por lo que explica como (¿por qué ocultarlo?) por su faceta de showman.
Nota:
7,4 / 10
por Víctor Esquirol Molinas