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'El último exorcismo 2': Nueva Orleans, ciudad maldita

Vía El Séptimo Arte por 07 de noviembre de 2013

Y una vez más, con Nueva Orleans topamos. La más decadente, vieja, hundida, húmeda (en todos los sentidos) machacada, farrera y, por supuesto, bella joya de los Estados Unidos. Pregunten a cualquiera -yankee o no- sobre cuál es la mejor ruta para atravesar, de costa a costa, dicho país. Por mucho que el tópico nos lleve a pensar en el número ''66'', la famosa ruta tiene un error garrafal: optar por el norte. Pasar por alto los encantos sureños. Imperdonable. La duda está, pues, entre Chicago y la joya de la corona de Louisiana. Dilema a priori es incómoda; ciertamente peliagudo, pero de nuevo, pregunten a cualquiera, y si tienen suerte de no recibir un escupitajo (o algo más contundente) por tal ofensa, ya pueden ir consultando su brújula, fijarse en su aguja... y correr en dirección contraria. Garantía total de éxito, pues NOLA es algo más que una ciudad de la que guardar un grato recuerdo, es seguramente uno de los pocos sitos del mundo donde la fuerza espiritual late con la misma fuera de los viejos tiempos.

Teniendo esto en mente, la única buena noticia apriorística con la que se presenta 'El último exorcismo 2', aparte de la de volver a contar con la inquietante Ashley Bell como protagonista, es su localización. En la desembocadura del Mississippi han confluido, a lo largo de los siglos, algunas de las culturas más influyentes de la historia de la humanidad, siendo su legado claramente visible en la arquitectura, la nomenclatura de sus enclaves más importantes, en la música, en el inconfundible deje fonético que tienen sus habitantes a la hora de hablar el inglés, el francés, el castellano... o la lengua que se preste en aquel momento. El sentimiento religioso responde también, como no podía ser de otra manera, a la mezcla que ha propiciado la reunión más extraña imaginable de dioses, supersticiones y, claro está, demonios.

Todo cabe en Nueva Orleans; todo entra en su maravilloso caos, incluso (más bien ''sobre todo'') una adolescente que muestra claros signos de desorientación, amnesia y violencia (tanto propiciada como sufrida). Nell Sweetzer, una de las víctimas (?) predilectas del Diablo cuyo despertar hormonal se convirtió en una de las sorpresas más agradables que nos ha deparado el género en los últimos años, vuelve de entre los muertos para darnos más caña y para intentar, por segunda vez, que el ritmo cardíaco registrado en el patio de butacas se pare en seco. Dirigiendo el espectáculo ya no está el talentoso Daniel Stamm, sino Ed Gass-Donnelly, cuyo segundo y más ''conocido'' (es un decir) largometraje podría dar a entender que es el hombre indicado para moverse en el terreno predispuesto para esta nueva crónica satánica.

La irregular pero sugerente 'Small Town Murder Songs' era algo más que el enésimo título sugerente para esconder el enésimo relato criminal. Era la esencia del noir clásico, primero bañada con un poco de american gothic moderno y luego transportada a un profundísimo agujero donde lo terrenal aspiraba a convertirse en algo más trascendente, incluso divino. El estado de ánimo que desprendía aquella extraña cinta no dista demasiado de la propuesta que teóricamente debían tener en mente los responsables de 'El último exorcismo 2' (y que conste que a partir de aquí, cualquier teoría que se aleje del afán recaudatorio entra directamente en el marco del ''mucho-suponer''). Esto es, llevar la que ya puede considerarse como franquicia a unas latitudes que propicien el mínimo exigible a cualquier secuela: ''Más de lo mismo''... y si es mejor, todavía mejor, nunca mejor dicho.

Y ahí está Nueva Orleans, con todo a favor para que se produzca la buena nueva... y con un historial reciente cinematográfico que da miedo. En el peor de los sentidos. Una vez más, el terror parece embriagarse demasiado del ambiente que se respira en tan ilustres mecas de la embriaguez como Bourbon Street, y se queda, en el mejor de los casos, en una promesa incumplida. En la segunda entrega de 'El último exorcismo', desaparece el found footage... y también todas las buenas sensaciones del primer antecedente. No sólo se desvanecen, sino que además parece que lo que realmente se quiere es que caigan en el olvido. La atractiva e inteligente mezcla de terror y comedia mostrada por parte de Stamm se disuelve aquí en el más insípido y monocorde convencionalismo. Puede que el título de la película (incoherente donde los haya, ¿o es que acaso ha cambiado la definición de ''último''?) se solape con el recuerdo de muchos otros... y la ciudad donde se da la acción... y el uso de todos los recursos.

No es una sospecha, es un déjà vu como una catedral. Es la -insoportable- seguridad de comprobar cómo, por enésima vez, se ha pervertido un género que ahora mismo estaría perdido de no ser porque de vez en cuando no fuera rescatado por genios como, por ejemplo, Drew Goddard y Joss Whedon, quienes además de compartir cartel con el filme ahora comentado (para mayor carambola celestial... y para mayor vergüenza de Gass-Donnelly y compañía), dejan claro que determinadas producciones (ejem, ejem...) han cargado tanto el aire de las horror movies (a base de acomodarse en tópicos, clichés, lugares comunes...), que éste se ha vuelto totalmente irrespirable. Lo mismo acostumbra a pasar, sobre todo cuando ataca la humedad (es decir, casi siempre), en Nueva Orleans, cuyo potencial, más allá de algún pequeño oasis de inspiración (véase el desenlace inmediato del exorcismo de marras), y para no desentonar con la tónica de los últimos tiempos, queda acallado por subidas de volumen que buscan desesperadamente el efímero sobresalto de la audiencia, por imágenes prestadas y por brotes de comedia involuntaria.

Nota: 3,5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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