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'El topo': El Gran Circo

Vía El Séptimo Arte por 22 de diciembre de 2011

Años setenta. El fracaso de una misión especial en Hungría desencadena un cambio en la cúpula de mando de los servicios británicos. Uno de los defenestrados es el agente George Smiley. Cuando Smiley ya se ha hecho a la idea del retiro, le encargan una misión especial. Hay sospechas de que un ''topo'' está infiltrado entre las altas instancias del Servicio y sólo alguien de fuera puede descubrirlo. Con ayuda de otros retirados y de algún agente fiel, irá recabando información y encajando las piezas que le lleven al traidor. Por el camino encontrará historias de traición, ambición y mentiras.

Instrucciones de uso para el consumo correcto de 'El topo'. Imprescindible, ir del todo concienciado a la sala de cine, porque el tópico es cierto: hay obras de arte que no pueden digerirse en cualquier estado, exigiéndose así cierta predisposición por parte del destinatario. En otras palabras, para matar el rato en alguna tarde tonta, seguro que la cartelera proveerá al respetable de una cantidad generosa de otras cintas de entretenimiento ligero. Por si todavía había algún desprevenido en la sala, la película viene firmada por Tomas Alfredson, el mismo director que con su último trabajo hasta ahora sorprendiera a propios y extraños situando un filme del género terror/fantástico entre lo más destacable del año 2008.

El título de la joya en cuestión bebía de una de las máximas de la buena conducta vampiresca: 'Déjame entrar'. Gracias a las buenas recomendaciones y al siempre efectivo fenómeno boca-oreja, la película pasó de ser una propuesta de corto alcance (su destino a priori más previsible) a consolidarse como uno de los filmes que más éxito cosechó en aquella temporada entre crítica y público. De modo que el desconocido Tomas Alfredson (sus trabajos anteriores siguen a día de hoy casi inéditos fuera de las fronteras de su Suecia natal) pasó a ser uno de los cineastas más prometedores del cine europeo. Con el frío emotivo de la noche llegó su eclosión... para su confirmación, el director de Lidingö ha elegido no salir de su entorno natural.

Puede que el telón de fondo de una guerra no encaje demasiado con esta afirmación, pero hay trampa. En efecto, aquí no hay explosiones, ni trincheras, ni desembarcos multitudinarios. Acción más bien poca la que hubo en la guerra fría... tensión, en cambio, la hubo; a raudales (como afirmará uno de los personajes de esta historia, los buenos y sencillos tiempos de la Segunda Guerra Mundial se ven muy lejos en el horizonte del recuerdo). La acción nos lleva a la primera mitad de la década de los años setenta, época en la que un mundo bipolarizado no estaba exento de actores externos con apariciones estelares que pedían a gritos no perder protagonismo en la escena internacional. Una época en la que las caras de poker eran el mejor escudo/arma para desenmascarar al enemigo.

Éste era el juego que se llevaba en aquellos complicadísimos, tensos y -cómo no- fríos tiempos. La calma tensa que reinaba en todas partes era la teórica antesala de un supuesto fin de los tiempos que estaba constantemente a la vuelta de la esquina. El apocalipsis estaba cerca, y vendría servido por un enemigo del que había constancia, pero que nadie estaba en condiciones de identificar. Resultado: la paranoia colectiva, manifestada en todos los estamentos de la sociedad. Desde el humilde trabajador que fruncía el ceño, en claro gesto de desconfianza, antes de beber un vaso de agua, a los más importantes cargos del estado, que evitaban darse la vuelta, por miedo a recibir una puñalada por espalda. Eso sí, por encima de todo, se tenía que guardar las apariencias. Este gesto, o gran farsa, era quizás el único que impedía que el pánico se apoderara definitivamente de la situación.

Este gesto es en el que se apoya Alfredson para construir 'El topo', su adaptación de la novela de John le Carré, una historia genuinamente de espías, bajo una óptica hiperrealista que la sitúa en las antípodas de franquicias como, por ejemplo, la más célebre de Ian Fleming. El glamour y los disparos certeros son dejados de lado para abrir paso a conspiraciones urdidas en los rincones más oscuros de pisos francos y depósitos de archivos. El punto de partida es sencillo: hay un infiltrado en la alta cúpula del servicio de inteligencia británica, conocida como el ''Circus''. Lo que empieza siendo poco más que una sospecha va revelándose poco a poco como una aterradora verdad que exige que alguien tome cartas en el asunto.

Para ello, nada mejor que las dotes de un magistral Gary Oldman, que llevará a cabo una minuciosa investigación (o partida de ajedrez) destinada a desenmascarar al presunto agente doble. Hasta aquí, ningún problema, pero pasados pocos minutos, todo se va enmarañando en lo que es una espiral de personajes, intereses cruzados, mentiras, medias verdades (que son todavía más peligrosas), fantasmas del pasado y múltiples subtramas. Háganse a la idea, para comprender la totalidad de la historia de 'El topo', harían falta dos o tres visionados con los cinco sentidos puestos en todo lo mostrado en la pantalla. ¿Significa esto que a Alfredson le falta claridad en la exposición de argumentos? Para nada, desde el magistral arranque el director deja claro que sabe lo que se hace. Más bien habría que darle las gracias por respetar la complejidad de la obra de le Carré, y plasmarla de una forma tan convincente; tan personal.

Y así, volvemos al principio, en el que se dejaba constancia de que 'El topo' es claramente una película que debe verse con la voluntad de no aceptar códigos previamente descifrados. Esta tarea corresponde al espectador, que debe aprender a leer entre líneas; a encontrar las respuestas en los detalles. Porque la verdad no espera a ser descubierta sino que hay que ir a buscarla: en la actitud y tics nerviosos del interrogado, en el pulso tembloroso de un camarero, en una llamada a destiempo... o en el reflejo de las gafas a pocos centímetros por encima de una media sonrisa del todo reveladora. Con sutileza, con extrema elegancia y con una narrativa de empaque añejo pero de espíritu indudablemente moderno, Alfredson firma un sesudo y denso ejercicio de estilo a veces tan hipnóticamente extraño como un Santa Claus con la cara de Lenin, y a veces tan sublime que hasta la versión disco de Julio Iglesias de "La Mer" parece, palabra, la quintaesencia de la música (por no hablar de la banda sonora compuesta por Alberto Iglesias). Así pues, ni el hype agua la confirmación oficial de un director al que no le puede la presión, y que firma un trabajo de género modélico (el thriller de espías, se entiende) y un retrato memorable de una época tan fría como apasionante.

Nota: 7,4 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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