Tu hijo es un tarambana. Un bala perdida. La oveja negra del hogar, el mismo que está desprestigiando, a marchas forzadas, el nombre de la familia. Cuando duerme en casa de sus amigos, orina en las plantas de sus anfitriones y éstos, claro, se ven obligados a mandarle de nuevo con sus papis, que ya no saben qué hacer con la perla. En el instituto, se duerme en casi todas las clases, catea la práctica totalidad de exámenes y escupe a los profesores que, a su entender, están siendo injustos con él. Cuando se queda solo en casa los fines de semana, destroza todo el mobiliario por las bacanales que monta con sus amigotes. La culpa, por supuesto, es de la madre... que se lo consiente todo. Lo mima; lo malcría. Las amenazas de encerrarle en un internado hace tiempo que dejaron de surtir efecto... quizás porqué ya no vivimos en el siglo XIX. Quitarle la conexión a internet parece, ciertamente, excesivo. Llegar al extremo de quebrantar las Convenciones de Ginebra, asusta.¿Cómo se digiere tan deplorable panorama hogareño? Pues lamentando tu suerte y frunciendo el ceño cuando venga a la memoria el maldito espermatozoide... y atesorando los escasísimos buenos momentos patrocinados por el maldito vástago... Bien pensado, qué diablos, si en el fondo el chaval no lo hace con mala intención. Al fin y al cabo, sobre él recae la responsabilidad de mantener la línea sanguínea de la saga familiar, que como todo el mundo sabe, es lo mejor que le ha pasado a la Tierra desde la construcción de las pirámides. Pobrecito. Con tanta presión sobre las espaldas, normal que se descarríe un pelín. Visto así, los malos de la película tal vez sean los padres, que le exigen demasiado al angelito. Entonces, cuando éste cometa la penúltima estupidez de su carrera; aquella que lo lleve al filo del castigo definitivo que quizás -y solo quizás- merezca, ¿qué es lo que vas a hacer?
Vas a hacer lo que se espera de ti. Vas a rasgarte las vestiduras cual científico con sobredosis de radiación gamma, vas a activar el modo ''que-estoy-muy-loco'' y vas a putear a quien haga falta para que tu querido hijito se vaya, una vez más, de rositas. Porque la culpa no es suya (en realidad, nunca lo es, pregunten en cualquier escuela), sino del sistema, que es cruel y nos los pervierte a todos. Si el bueno de Denzel Washington en 'John Q.' puso en jaque a medio país por una causa tan trágica como comprensible (hasta lícita, podría decirse), da miedo imaginar lo que puede llegar a hacer Dwayne ''The Rock'' Johnson (AKA John Matthews) por el idiota de su primogénito. No importa cuántos divorcios y mansiones hayan entre progenitor y descendiente; cuando la más urgente necesidad llama a la puerta por un feo asunto relacionado con el tráfico de drogas, hay que acudir raudo a la cita con la justicia personal (encrucijadas judiciales a él...), que al fin y al cabo es la única que importa.
Para los interesados, 'El mensajero' (cuyo título para nuestro país, faltaría más, poco o nada puede emparentarse con el original) está basadísima en hechos reales y está protagonizada por un cruasán humano que no hace demasiado se ganaba el pan haciendo -sudoroso- teatro del bueno en los cuadriláteros del país más teatrero del mundo. Ahora todo queda claro, y sin remordimientos snobs, que conste. Mucho mejor. La nueva de película de Ric Roman Waugh, más allá de alertarnos (muy tímidamente) sobre la muy delirante deriva que ha tomado la lucha contra el narcotráfico; más allá de dejar -involuntaria- constancia de que en el estúpido siglo XXI, el estadounidense honrado no ha perdido la habilidad de transformarse en súper-hombre, las grandes burradas se cometen vía skype y la información de la cual depende nuestra vida se halla en la Wikipedia, es poco más que la clásica propuesta para hacer que las interminables tardes de domingo se hagan un poquito más cortas.
Para los interesados, 'El mensajero' (cuyo título para nuestro país, faltaría más, poco o nada puede emparentarse con el original) está basadísima en hechos reales y está protagonizada por un cruasán humano que no hace demasiado se ganaba el pan haciendo -sudoroso- teatro del bueno en los cuadriláteros del país más teatrero del mundo. Ahora todo queda claro, y sin remordimientos snobs, que conste. Mucho mejor. La nueva de película de Ric Roman Waugh, más allá de alertarnos (muy tímidamente) sobre la muy delirante deriva que ha tomado la lucha contra el narcotráfico; más allá de dejar -involuntaria- constancia de que en el idiota siglo XXI, las grandes burradas se cometen vía skype y la información de la cual depende nuestra vida se halla en la Wikipedia, es poco más que la clásica propuesta para hacer que las interminables tardes de domingo se hagan un poquito más cortas.
El que un film supuestamente concebido para despertar conciencias se quede ahí sin aportar nada más es, obviamente, problema de sus responsables (entre los que se encuentra, por supuesto, ''The Rock'', quien ejerce también de productor, ¿casualidad?), y no de los abominables seres que lo analizamos. Determinar si la culpa es de los padres o de los hijos aquí es una soberana chuminada, pues el verdadero debate está directamente en ver si hay culpa o no. ¿Puede achacársele alguna al thriller de acción dominguero? No, por mucho -falso- disfraz de superhéroe con el que quiera cubrirse y por mucho que se empeñe en quedar retratado por los referentes a los que acude (por ejemplo, se podría hablar, si no se tratara de una falta de respeto a David Simon, de cómo 'The Wire' barre en el excesivamente abusón duelo de comparativas). Lo único que se puede hacer a la hora cuantificar el éxito de estos productos es, no queda otra, contabilizar las veces que se mira la hora durante la proyección. Por increíble que parezca, cuando termina la sesión, el contador está casi a cero. Ya nos la han vuelto a colar. Dwayne Johnson, Susan Sarandon y un tropel de caras conocidas de segunda fila, a medio gas (en realidad a mucha menos potencia) y con el pírrico incentivo de una acción y un suspense de mercadillo, así como de una comicidad que surge del error de cálculos en las raciones de dramatismo, han logrado que dos horas de metraje pasen casi volando. Qué desastre... La culpa es de la cartelera. Y de internet, claro está.
Nota:
5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas