'El hombre de acero' - Summertime
La providencia ha querido que viese 'El hombre de acero' en la misma sala en la que apenas doce horas antes estaba disfrutando, sin miramientos, del clásico de Paul Verhoeven 'Robocop'. Repito, disfrutando sin miramientos, algo que no puedo decir del nuevo intento por situar a Superman en la primera línea de defensa. Y no es tanto por la propia película como por lo que la rodea, y no es tanto por su culpa como por el mundo del que proviene. Tampoco es su ausencia de sangre, humor o mala baba... pero ahí están los miramientos que hacen de ella una propuesta un tanto agridulce, en donde si bien encontramos un blockbuster veraniego perfectamente válido y disfrutable, también encontramos una película mejorable que, como tal, se queda a medio gas. Es muy entretenida, en resumen, pero ni nos eriza los pelillos del sobaco ni nos deja con ganas de más.
No se trata de aburridas comparaciones, ni con el citado filme de Paul Verhoeven ni mucho menos de hacerlo con el imprescindible filme (y medio) que en 1978 dirigió Richard Donner. Pero estas dos películas sí tienen alguna que otra cosa en común, como por ejemplo las benditas (y obligadas) restricciones que suponían no contar con un puñado de ordenadores a tu servicio. El mal uso y/o abuso de este privilegiado don, capaz de engullir a Peter Jackson o Robert Zemeckis, es tal vez el mayor peligro al que se enfrenta cualquier superproducción de alto standing actual, y el principal talón de Aquiles de no pocos directores... como Zack Snyder, quien durante las numerosas secuencias de acción parece olvidarse en ocasiones del espectador para, como si fuera Stephen Sommers, confiar su suerte a una amalgama de efectos digitales tan abrumadores como confusos. O cuando, este es el desalmado mundo en el que vivimos, lo importante es moverse tan aprisa que la vista solo alcance a intuir la sombra de una duda (la misma que los Wachowski trataron de neutralizar con su "bullet time"). O el enfrentamiento final de 'Superman II' ciclado a base de estupefacientes para los hijos bastardos de la MTV.
Si bien esto, empezar por la kryptonita del filme, se podría considerar empezar por el tejado no es menos cierto que lo que cabe esperar de un blockbuster como este 'El hombre de acero' es, precisamente, acción y efectos especiales... al menos en un primer y más destacado lugar, el mismo del que se deja depender en gran medida la función. Lo uno no quita lo otro, pues estamos ante una producción en realidad bastante inteligente que, a diferencia del excesivo respeto de Brian Synger para con su 'Superman Returns' (que dicho sea de paso no estaba nada mal), se ha liberado por completo de la presión de rendir cuentas al clásico de Donner para elaborar su propia interpretación por más que, en todo momento -y he aquí la inteligencia-, tenga muy presente que se trata de una historia de sobra conocida a la que, además, muchos otros le han metido mano antes. El reto se consigue, a medias: por mucho que Hans Zimmer obre el milagro de hacernos olvidar a John Williams, cierta sensación a vacuo déjà vu pirotécnico está presente. Se hace evidente, por nombre, que la idea viene a ser parecida a la llevada a cabo por el propio Nolan con Bruce Wayne... aunque también es evidente, debería, que Snyder no es Nolan. Ni Superman un simple mortal como Batman.
Snyder tampoco es J.J. Abrams, otro evidente referente tras ser capaz de reintegrar en la sociedad -y de qué manera- un producto tan añejo como era 'Star Trek'. 'El hombre de acero' se queda entre medias de los dos resurgimientos más gratificantes que ha dado el siglo XXI, entre la seriedad de Batman y la comicidad de Star Trek, sin que eso tenga por qué ser visto como algo necesariamente malo. Porque, y he aquí de donde saca el orgullo este nuevo Superman, tan válido como cualquier otro, es que si bien no deja de ser un blockbuster veraniego tan ruidoso como alimenticio, al menos intenta ser algo más que una profanación bursátil a insertar en el ojal del consumidor. Y lo es en verdad, defectos, licencias, ego y ex ciudadanos de Metrópolis al margen, por mucho que su sombra se pueda quedar algo pequeña ante lo que el destino parecía haber construido a su alrededor, ante lo que sus numerosos momentos sentenciosos pretende hacer creer -en vano- y de forma un tanto forzada. Puede que carezca de la tensión de Nolan o de la efectividad de Abrams, de la visceralidad de Verhoeven o del romanticismo de Donner... pero si la S significa esperanza, no está de más un acto de fe en favor de una segunda que verdaderamente pueda ser "de acero".
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex