''Taillandier es un conocido pintor de más de sesenta años. Sin embargo, a pesar de su éxito, decide dejar de pintar. Presa de la depresión, se va de casa sin dar una explicación a su familia y empieza a viajar. Durante su periplo conoce a una adolescente, Marylou, a la que su madre ha rechazado y que se siente perdida. La joven y el hombre que no puede más deciden pasar un tiempo juntos. Acaban viviendo como padre e hija en la paz y tranquilidad de una casa alquilada, ayudándose mutuamente, hasta que sus vidas vuelven a cobrar sentido.'' Sin tocarle una sola a la sinopsis. No se necesita una memoria de elefante para juntar los cuatro cables y que salte la chispa.
El déjà vu no es producto de la mente: efectivamente la propuesta recuerda a horrores a la última película con la que Fernando Trueba confirmó, por enésima vez, que despierta tantos aplausos como abucheos; tantas señales de aprobación como bostezos.
En 'El artista y la modelo', el cascarrabias de Jean Rochefort, a pesar de haber gozado con la carne de Claudia Cardinale (en pasado muy pretérito) renunciaba directamente al mundo (por pura falta de inspiración y por puro agotamiento) hasta que se cruzaba en su aburrida y amargada existencia una indomable jovencita respondona que, sin quererlo ella y sin quererlo él (esto último está todavía por ver) se convertía en su musa; su salvación. Moviendo los hilos estaba un director veterano cuya esencia era fácilmente reconocible en sus dos sujetos de estudio, quienes al fin y al cabo no eran tan diferentes el uno del otro como cabía esperar en un principio. Ahora, ni medio año después, otro cineasta del grupo de incombustibles entra en escena para presentarnos otra extraña pareja (compuesta por dos marginados, uno por voluntad propia, el otro por imposición) obligada a interactuar en un escenario por casi idéntico.
El artista de ahora también anda peleado con la vida. Sus hijos, sus nietos y su mujer (sobre todo ésta última) se han convertido en un lastre que cada día que pasa lo ahoga más y más. La basura que digiere a través de la -adictiva- televisión nubla su actividad cerebral y cada individuo del pueblecito en el que vive parece que ha decidido, definitivamente, ponerle las cosas aún más feas. Todo posible estímulo se ha convertido en veneno... y lo mismo le ha pasado a él. Ha mutado en una especie de ser malhumorado, recluido en sí mismo y, por supuesto, nocivo para todo ser vivo que se halle en su área de influencia. Única escapatoria: el aislamiento, a la espera de que tanto hastío; tanto asco se termine, al menos, de forma rápida e indolora. Pero el maldito final, por mucho que espere en el sofá, no se decide a llegar.
Forzando mucho, puede aplicarse el principio universal de ''es gracioso si no me pasa a mí''.
A la mierda todo. A la mierda su casa, su familia (sobre todo su familia), su estudio y su obra. El artista se jubila. De todo. Cuelga los pinceles y los buenos modales y pone rumbo al horizonte... hasta donde aguante el coche. Por suerte, o no, durante la primera parada técnica para repostar se topa de bruces con una muchacha que carece justo de lo que él va sobrado: experiencia en la asquerosa obligación de vivir. Y así las cosas.
A pesar de que el blanco y negro desaparezca de la pantalla, el planteamiento de Becker es mucho más esquemático (y por ende, simplón) que el de Trueba. Básicamente porqué en su cupo de pretensiones no encontramos ninguna de excesiva altura.
No es vértigo, que conste.
Reflexionar sobre el arte, la vejez, la juventud y, en general, sobre la vida, es sin duda una muy noble ocupación, pero a 'Mi encuentro con Marilou' (título que por supuesto no tiene nada que ver con el original... faltaría más) le mueven intereses más propios de la chavalada de hoy en día, que en realidad es como la que siempre ha existido. Aquí se trata, simplemente (en mayúsculas), de entretenerse, de ignorar el reloj durante la cortísima hora y media de metraje y, a ser posible, de esbozar alguna sonrisa. Sí, es
como 'El artista y la modelo' en versión cursi, intrascendente e inconsistente (no en vano, el realizador y co-guionista renuncia por completo tanto a los deberes cómicos como dramáticos, a pesar de ponerlos sobre la mesa)... pero también más ligera, más simpática y, claro, más agradecida.
Nota:
5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas