'El año más violento' - El crudo es nuestro
Vía El Séptimo Arte
por reporter 19 de marzo de 2015
En la calle, hace un frío infernal. Se ve en el cielo, permanentemente encapotado; en la nieve, que ha cuajado y que se acumula a ambos lados del asfalto. Se percibe en los rostros de quienes se ven obligados a abandonar la comodidad del hogar por esa condena atávica consistente en ganarse el pan con el sudor de la frente. Con la sangre, si hace falta, también. La propia o la ajena, según las necesidades del momento. Hoy, tanto a él como a ella les ha tocado salir. Los negocios mandan, y éste no es momento para relajarse. Antes de entrar en materia, una breve mirada al paisaje urbano. Estamos en Nueva York, y el skyline está presidido, obviamente, por las Torres Gemelas. Es el año 1981, y el mundo entero anda sediento de petróleo. Las recientes crisis diplomáticas registradas en el Golfo Pérsico han propiciado una nueva escasez del negro elemento que a la postre se ha visto reflejada en un aumento desorbitado del precio del barril de crudo.
Éste se ha triplicado en apenas tres años. Como era de esperar, los mercados han entrado en pánico, llevándose con ellos la poca cordura que parecía conservar la gente. J.C. Chandor, quien firmara uno de los debuts más prometedores de los últimos años con 'Margin Call' (película que nos metía de lleno, y desde primerísima fila, en los momentos previos a esa crisis financiera feroz que todavía a día de hoy estamos sufriendo), pone en marcha la máquina del tiempo para demostrar aquello de que la historia, por mucho que nos duela (y debería) se repite. Las formas, por supuesto, puede que hayan cambiado, pero el contenido, al fin y al cabo, sigue siendo igual de violento. Y ahí nos plantamos. 1981, 'El año más violento', uno entre muchos otros, sólo que en éste, se están batiendo todos los récords en las tasas de criminalidad. En la calle, hace un frío infernal, y la nieve, que todo lo cubre, está a punto de mancharse de negro y rojo. La procedencia de dicha combinación es tan obvia como aterradoras las lecturas que se desprenden de un escenario que igualmente se repite.
En el centro de esta espiral diabólica, un superviviente, uno más en la de momento corta pero intensa carrera de Chandor. Un hombre a la cabeza de un negocio y de una familia (importante la relación) y rodeado de tiburones. El dilema, como casi siempre en la vida, está en el cómo se puede hacer frente a dichas amenazas. Si lo más sabio es derrotarlas o si, por el contrario, conviene más unirse a ellas... convirtiéndose uno, en definitiva, en una de ellas. Este dilema moral se convierte en el eje vertebrador de una película que bajo su apariencia de noir clásico, esconde el retrato de unos tiempos (modernos) ciertamente marcados por la violencia. El título no engaña, pero claro, no conviene olvidar que estas pulsiones tan primariamente hostiles pueden adquirir infinitos rostros y, claro, tonalidades. Antes de llegar a las manos (o a las armas, que esto es Estados Unidos), hay incontables maneras de atentar contra la integridad del otro.
Lo que haga falta cuando está en juego algo tan sagrado como lo ha sido siempre (y más en la Tierra de las Oportunidades) la propiedad privada. Intentando asegurar uno de estos pilares fundamentales (del éxito empresarial, del status social, de la felicidad...) un tal Abel Morales decide adentrarse, sin posible vuelta atrás, en las fauces de la economía más salvajemente liberalizada. Vuelve a sonar, de fondo, la música de aquella 'Margin Call' que ahora mismo no se sabe si es secuela o precuela del filme que ahora nos concierne. Eso sí, los ojos y la mente nos llevan a otros terrenos. Tonalidades apagadas, una banda sonora (estupenda composición de Alex Ebert) con cuerpo de réquiem, esa obsesión (tan elemental, por otra parte) de mezclar la familia con la turbiedad de los negocios (en este sentido, ¿existe una imagen más potente, sugerente y peligrosa que la de la mujer auditando las cuentas del negocio del marido?)... Tanto en apariencia como espíritu, parece que Chandor pretenda emular al mejor gran James Gray. Ni más ni menos, por si de ambición iba el asunto.
Lo que pasa es que en esta ocasión la perspectiva es mucho más amplia, para que más allá del plano estrictamente individual (que en ningún momento queda de lado, especialmente gracias a la labor de un reparto en el que sobresale, una vez más, un Oscar Isaac sencillamente imponente) tome mayor protagonismo aquello que más parece interesar al autor. De hecho, la mayor virtud de 'El año más violento' es bidimensional, pues se traduce en el perfecto dibujo de la escena (de las tablas, del atrezo...) a través de los actores que transitan por ella. Chandor no solo escribe y dirige un notable ejercicio de puro género (tan negro como el mismísimo objeto del deseo de la trama), sino que además se sirve de éste para crear un relato que bien podría considerarse como algo muy cercano a un -oscuro- mito fundacional contemporáneo. Así es como la historia adquiere tonos casi bíblicos, al convertirse su personaje central en una suerte de Job que será puesto constantemente a prueba. La pregunta: ¿La senda para conquistar el Sueño Americano es compatible con la del hombre recto? O si se prefiere: En un entorno marcado por la libre competencia más encarnizada, ¿queda sitio para los valores?
A lo largo de dos horas que van cocinándose a fuego lento (pero sin lugar a dudas, más y más intenso), 'El año más violento' ahonda en estas cuestiones. Con la gravedad y trascendencia (nada cargantes, cabe añadir) que éstas exigen. Lo hace desde las trincheras de la economía de las libertades convertida, por medio de la lógica más perversa, en una jungla cruel donde lo único seguro es que no hay lugar para los más débiles. World Trade Center aparte, Chandor mantiene la mirada (sobre el tablero y las piezas que lo pueblan), seguramente más de lo que le gustaría, y paraliza el contador del tiempo para mostrarnos, con aire melancólico y, desde luego, violento, un país que todavía acumula muchas materias por resolver. En este tan angustioso grueso de deberes, quedan subrayadas, en rojo y negro intensísimos, las obsesiones (el crecimiento, glotón donde los haya, impuesto por puro sistema) y miedos (el estancamiento) de siempre. Como si, efectivamente, la Historia se hubiera convertido en el más sangriento y aterrador de los bucles. Corría el año 1981... y cuando estalló definitivamente la burbuja de las subprime era 2008... y ahora estamos en 2015, aunque para afirmar esto último toque mirar varias veces el calendario.
Nota: 7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol