Una de las experiencias más vergonzosas que nos tiene reservada la vida es sin duda la de revisitar ciertas películas a las que teníamos aprecio cuando éramos pequeños. No me refiero al típico clásico imperecedero de la Disney, cuyo revisionado acostumbra a ser un placer, sin importar la edad en la que éste se lleve a cabo. Me refiero más bien a aquellas cintas el título de las cuales ha ido borrándose con el paso del tiempo; aquellas que, para reencontrarlas, ha tenido que llevarse a cabo un minucioso proceso de investigación... que nos lleva al horror. Hablemos por ejemplo de un filme tan asquerosamente noventero como 'Tres pequeños ninja', en el que se narraba precisamente esto: la historia de tres chavales que a penas debían haber aprendido a multiplicar... pero que, cosas de la vida, eran temibles maestros de artes marciales que además resultaban ser el principal motivo de insomnio de una banda criminal.
Más increíble que la sinopsis fue el hecho de que aquella cinta de video (cuánto las echo de menos...) acabara sacando humo debido al abusivo número de sesiones que programé con ella junto a mis amigos de infancia. Los padres también contribuyeron a dicho sobrecalentamiento, al ser éstos plenamente conscientes de que al más mínimo indicio de que íbamos a darles el coñazo, solamente tenían que pedir socorro a los 'Tres pequeños ninja' para que sus pequeños monstruitos se sentaran babeando delante del televisor sin molestar al personal. Magia. La pregunta de ''¿Por qué papá/mamá nunca mira la peli con nosotros?'' (a veces lo intentaban, pero se quedaban fritos en el sofá a los diez minutos) no encontró respuesta hasta que los críos llegaron a la mayoría de edad.
En aquel horrible momento en el que se disponían a disfrutar de un magnífico revival para reencontrarse con el niño que llevan dentro, descubrieron que éste quizás había muerto... o lo que es lo mismo, se había hecho mayor. Entonces el enigma fue ''¿Cómo pudimos dedicarle tantas horas de nuestra vida a... esto?'' La solución a dicho acertijo es tan tópica como cierta: ''Éramos jóvenes, no sabíamos lo que hacíamos.'' Hay gente que se escuda en esta excusa para justificar los experimentos sexuales o el consumo abusivo de narcóticos durante, pongamos, sus años universitarios... otros nos amparamos en ella para explicar, por ejemplo, cómo demonios llegamos a ver 'Tres pequeños ninja' una cincuentena de veces, tirando por lo bajo.
El caso es que la industria cinematográfica sigue guardando un espacio para productos cuyo consumo está exclusivamente pensado para los más pequeños de la casa (para las fábricas de mocos, se entiende). Exclusivamente. Así pues, no hablamos de la animación de Pixar, en la que los renacuajos se lo pasan bomba y los adultos se emocionan; ni de los mejores exponentes de los trabajos de DreamWorks Animation, en los que menores y mayores de edad se ríen de lo mismo. En estas aparece un clásico televisivo al que se le ha tenido sacar polvo... o mejor dicho, se ha tenido que desenterrar. Vuelve una de las figuras más míticas del pobladísimo universo de William Hanna y Joseph Barbera (y por lo tanto, vuelve uno de los personajes televisivos con los que, personalmente, y seguramente debido al desfase temporal con el que lo enganchó mi generación, congenié más bien poco).
De manos de la productora mexicana Anima Estudios, Don Gato, siempre acompañado por su pandilla de gatos callejeros, da el salto a la gran pantalla, dispuesto a amargarle una vez más la jornada laboral al agente Matute... y cómo no, a pegarse la gran vida sacando partido de su cara bonita y de su incomparable ingenio. A la deslumbrante personalidad y humor del protagonista principal debe añadírsele un aprovechamiento excelso de las nuevas tecnologías, una trama que desborda en originalidad, giros argumentales, tensión y pequeños grandes detalles que actualizan el mundo de Don Gato a nuestros tiempos. Así se nos ha vendido el producto. La realidad no es exactamente así.
Claro que no. ¿Y qué? A fin de cuentas, ¿debe juzgarse fría y objetivamente una película como 'Don Gato y su pandilla'? Definitivamente, no. Porque no hay que ser excesivamente avispado darse cuenta de que se trata de una película que, al igual que la ahora repudiada 'Tres pequeños ninja', se ha hecho pensando en un público cuyos estándares de calidad son bajísimos... incluso inexistentes. Es por esto que no debe sorprender el pobre aprovechamiento de la combinación 2D/3D (tampoco hay que olvidar que el presupuesto con el que ha trabajado el director Alberto Mar es por lo menos raquítico, sobretodo si se compara con cualquier superproducción de animación), ni mucho menos el que la historia sea una tontorrona y simplona sucesión de bromas, la amplia mayoría de las cuales tan evidentes como carentes de gracia... para una persona adulta.
Los buenos tienen infinitas ocasiones para mostrar sus virtudes y los malos no desaprovechan una para dejar constancia de lo podridos que están. Los buenos son guapos, divertidos y solidarios los unos con los otros y los malos son feos, gruñones y ridículamente egocéntricos. Un maniqueísmo presente en cada situación de la película, que sería hasta ofensivo... si se tomara en serio. Pero esto sería cruel, porque estaría fuera de lugar, ya que sería como pedir a los tres pequeños ninja que hicieran lo que se espera de alguien de su edad, es decir, que se echaran a temblar y a llorar cada vez que tuvieran que enfrentarse a un mafioso. Es cierto, hay innumerables brechas por las que un crítico podría hundir a 'Don Gato y su pandilla', del mismo modo, hay mil y una formas de ejercer de abusón, más aún delante de las películas hechas para el disfrute de aquellos que, de aquí unos años, entiendan por fin por qué papá y/o mamá se quedó K.O. durante la proyección de su idolatrada película.
Nota:
5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas