Ben tiene 17 años, y Heinrich... muchos más. El primero tiene, como suele decirse, toda la vida por delante, aunque claro, todavía debe demostrarlo todo. El segundo sigue el ejemplo de cualquier integrante de su generación: asentarse en la poltrona y admirar el espectáculo. En otras palabras, deleitarse viendo cómo los que vienen, por alguna extraña razón, van acumulando odio hacia los de arriba, es decir, hacia los que no abandonan su posición de privilegio ni a patadas. La -eterna- tragedia servida por unos lazos de sangre que, nos guste o no, son innegociables.
Ya se sabe: ''Dios nos dio una familia...'' y a callar. Heinrich y Ben son, efectivamente, padre e hijo. Y ni todos los divorcios y ausencias y giras teatrales del mundo podrán tapar una realidad igualmente irrenunciable:
se llevan a parir. Como en las mejores familias... por muy destrozadas que estén.
Caroline Link vuelve a sentir la llamada de África (recordemos el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa por el correcto melodrama histórico 'En un lugar de África') y hace que el choque de trenes se produzca ahora en Marruecos. En Marrakech, para ser más exactos, ciudad donde, le guste a ella o no, va a producirse otra colisión, ésta última con el sello característico de nuestra cartelera. Sigue la guerra de los títulos; entran en escena los diablos de la traducción. Lo que allí es 'Exit Marrakech' aquí es 'Destino Marrakech'. Dándole duro al juego de los opuestos. Porque nosotros lo valemos. Más allá de la rutina, la sorpresa se produce durante el visionado, cuando se da uno cuenta de que, efectivamente, la autora se debate constantemente
entre entrar o salir; entre el ''hola'' y el ''adiós''. En definitiva, entre el amor reconciliador y el rencor más destructivo. Una vez más, como en las mejores familias, vaya.
Es así como Ben, de 17 años, y Heinrich, con iguales inviernos en su casillero (por mucho que su pasaporte se haya empeñado en sumarle muchos más), fijan en esta casi-milenaria urbe el punto de encuentro... así como el sitio del cual toca huir a toda prisa. En cualquier caso, es éste el centro gravitatorio de
una odisea moderna que se revelará plenamente satisfactoria tanto a nivel interior (se permite la añadidura ''iniciática'') como en aquel que obedece a necesidades mucho más mundanas. Hablemos, por ejemplo, de una de esas experiencias vitales que en el mejor de los casos va a cambiar tu vida, y en el peor, directamente va a ponerle fin. Pero hablemos también de una de esas escapadas que tan bien sientan después de una exposición intensa al estrés laboral / estudiantil. Hablemos, por supuesto, del derecho universal de cada niño rico (sin importar la edad que tenga) de concederse una alegría al cuerpo y
sentirse, ni que sea por unos pocos días, auténtico (sin importar demasiado la definición que su diccionario particular dé a dicho adjetivo).
La cineasta alemana hace gala de
un estado de madurez envidiable, y firma de paso un diario de viaje en el que el ''cómo'' cautiva tanto como el ''qué''. Interesa el trayecto per se, pero tanto o más la manera en que éste se nos presenta. Cine casi teatral, no en las formas pero sí en el espíritu.
Solidísimo también, en la filmación y la narración. La belleza cae por su propio peso, y no por imposición; la narración, ágil y fluida, transita con elegancia entre las distintas etapas por las que se mueve, compactando firmemente en el mismo bloque, piezas que parece que no vayan a casar ni en pintura. Una vez más (que no sea dicho): como en las mejores familias... ya se (re)encuentren éstas en Europa o en África. Lo mejor del experimento es que resulta en
una postal que primero, se aleja de la postal (no es tan contradictorio como suena) y segundo, hace que la imagen se llene de contenido. No lo busquen en la tienda de souvenirs, esto ahí no existe.
El consumo queda reservado a
una sala de cine que de repente se convierte en una ventana en la que ver el exterior... y a nosotros mismos (como visitantes, padres, turistas, hijos...). Marruecos, país de contrastes (es un tópico, sí, pero sigue siendo cierto) ejerce de reflejo perfecto de unas relaciones humanas condenadas a sobrevivir montadas en una montaña rusa interminable. También sirve para que nos demos cuenta de que
nuestra idiotez (o genialidad) pueda ser también parte del reflejo de los que llegaron antes que nosotros. Con ello, quedan también al desnudo aquellas etapas vitales que parece que hagan del conflicto su principal fuente de energía. Todo esto
sin perder jamás el respeto por el entorno o por una historia que hace de la ficción el camino más rápido para llegar a la realidad. Sin miedo a que su producto se haga largo y/o denso (que, efectivamente, así puede definirse), Caroline Link compensa el posible handicap procurando que el viaje sea siempre ameno. Lo hace también tratando la complejidad con sencillez, pero sin menospreciar a un espectador que al principio seguramente no sabrá si salir o ir a Marrakech, pero que a buen seguro, cuando todo haya terminado, tendrá claro que esto es lo de menos.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas