Todo empieza cuando Thuy, una niña huérfana que vive explotada en la fábrica de persianas de bamboo de su tío, huye de casa para encontrar una vida mejor en la gran ciudad. Lejos de conseguir cumplir sus sueños, la desamparada chiquilla verá en Hai y Lan a sus salvadores. El primero es un solitario guarda de zoológico que todavía se halla en proceso de recuperación de su última relación amorosa. La segunda es una azafata de vuelo que aprovecha cada visita a Saigón para encontrar a su media naranja. Tres personajes que van a ver sus destinos cruzados.
Una lástima el caso de ‘Cinco días en Saigón’. Ante el clásico bombardeo veraniego de blockbusters, el público más deseoso de abrirse a propuestas distintas, vería en el filme de Stephane Gauger algo parecido a un oasis. No en vano, no todas las semanas llega a nuestras pantallas una película vietnamita. Desgraciadamente, la nacionalidad asiática sólo se ve reflejada en las localizaciones usadas para rodar la historia. Lo que apuntaba a una experiencia de lo más exótica acaba cayendo en los convencionalismos del cine de calado más occidental.
La razón de este desfase entre expectativas y resultado final puede hallarse en la propia biografía del director. Nacido en Vietnam, Stephane Gauger no tardó mucho en mudarse por razones familiares a tierras californianas, donde se educaría y formaría como cineasta. Esta perceptible mezcla cultural (con un tanteo claramente favorable a la influencia americana), que tan buenos frutos podía dar es la que acaba provocando una pájara mental considerable al cineasta, resintiéndose así un producto que precisamente nunca parece encontrar su lugar.
Con los compases de una banda sonora con tintes de insoportable pseudo-espiritualismo, avanza una trama torpe, ñoña y de escaso interés. Sólo tiene números para salvarse de la quema la lucha por la supervivencia de la joven Thuy. La explotación infantil, así como la pérdida de la inocencia y el desamparo de una niña perdida en una caótica y peligrosa urbe, es un frente en el que se puede construir un discurso atractivo a la vez que crítico. Pero la película no persigue estos objetivos. La única licencia que se permite al respecto es un vergonzoso medio minuto en el que se nos muestran a unos cuantos chavales presuntamente sin nadie que cuide de ellos. Un recurso lamentable usado para ablandar el corazón del espectador que, acabada la película, se abalanzará al teléfono para donar dinero a la primera ONG que se le ocurra (claro, habría que ser un monstruo para no hacerlo).
Asomos lacrimógenos aparte, ‘Cinco días en Saigón’ es un fallido drama romántico que pierde el rumbo cuando el guión ya no puede ocultar más el poco atractivo de sus protagonistas... y esto sucede demasiado pronto. No hemos llegado ni a mitad de los cinco días prometidos y hace tiempo que toda esperanza puesta en la historia se ha desvanecido. Es en este momento de desolación cuando uno espera al menos llevarse una postal de recuerdo. A falta de una trama interesante, es de esperar que Gauger tendrá la decencia de ofrecer buenas panorámicas de Saigón. Ni eso. Thuy, Hai y Lan están siempre delante, privando al espectador del chapuzón en el “océano sensorial” asiático que tanto publicita el director.
Aunque se aprecie el buen uso de la cámara al hombro, que transmite al conjunto un cierto aire intimista, lo cierto es que nada puede hacer olvidar el lento transcurrir de los días. La razón de esta distorsión temporal es la misma que tantas veces recriminamos a productos similares de Hollywood: el uso abusivo de lugares comunes que desembocan en un precipitado aumento de los niveles de aburrimiento. Normal cuando una vez puestas las cartas sobre la mesa, se confirma que la propuesta está muy lejos de ser innovadora. Y cuando pasa esto, el trayecto de lunes a viernes se antoja más bien como una verdadera eternidad.
por Víctor Esquirol Molinas