En todo festival cinematográfico que se precie (como por ejemplo, la Berlinale, escenario donde se presentó en sociedad la película que ahora nos concierne), se impone un criterio de selección (un "filtro", por llamarlo de alguna manera), que, a veces, sucede que para nada se corresponde con lo que vendría a ser una gestión racional de los recursos. Lo paradójico es que en el fondo, todo el mundo espera que la organización eche mano de esta filosofía, para preservar así la condición de templo del cine de autor, o si se prefiere, para quedar bien de cara a la galería, que al fin y al cabo de esto se trata en este mundillo de apariencias. Nos acercamos pues a modos de pensar peligrosamente cercanos a los de ciertos premios literarios de cuyo nombre no me quiero acordar, en los que se acaba adoptando un modo de proceder mucho más propio de una organización caritativa, en vez de una cuyo propósito sea premiar la excelencia artística.
Así, cripticismos a parte, el director de cualquier festival cinematográfico que se precie (como por ejemplo, Dieter Kosslick) debe decidir si apostar por la calidad o por el pedigrí. Debe decidir si una película entra en su certamen por lo que propone, o simplemente por la persona que la firma. Del mismo modo, hay objetos cuyas características no quedan bien definidas ni después de haberlos sometido a un centenar de análisis de lo más exhaustivos. Dependiendo las circunstancias en que se dé dicho estudio, el resultado final varía radicalmente. Uma Thurman, por ejemplo, que una cuarentena de películas después, es guapa o fea en función de cómo la enfoque la cámara. Otro ejemplo, el de un cineasta filipino que en una película consigue que hasta se duerman las ovejas, y en la siguiente cautiva con un poderosísimo retrato de dos ancianas en una conocida ciudad de su país.
A veces brilla, y otras no... si se permite la broma fácil.
Hablamos de Brillante Mendoza, uno de los nombres con más reclamo apriorístico de la desangelada 62ª Berlinale, y una de estas vacas sagradas que, sin importar su inspiración, parece que tenga que estar por decreto en todo gran certamen cinematográfico. Antes de empezar la proyección de su última obra, obviamente
no se sabía si el Sr. Mendoza nos ofrecería otro plúmbeo 'Kinatay', u otra apasionante 'Lola'... de hecho, ni se sabía a ciencia cierta el título de la película en cuestión. 'Captured' defendían unos, 'Captive' sostenían otros. La organización del certamen se empecinó con la segunda opción, y en España, donde la cinta ha llegado con el título de 'Cautiva', tres cuartos de lo mismo. La verdad es que esta diversidad poco importa, ya que tanto uno como otro nos hablan acertadamente de lo mismo: de la cautividad, provocada en este caso por un grupo terrorista islámico, que decide reivindicar y financiar su causa a costa de los rescates pagados por la libertad de un numeroso grupo de rehenes.
No han pasado ni cinco minutos y el secuestro ya se ha llevado a cabo, en una operación relámpago certera en la que se han capturado civiles de diversas nacionalidades y estratos. A partir de ahí,
dos horas por delante de asfixiante y errática sumisión a manos de unos locos armados hasta los dientes.
Mendoza juega a ser Paul Greengrass (el concienzudo y obsesivo recreador de traumas colectivos, como en 'United 93' o 'Bloody Sunday'), y el experimento le sale bien... a medias. En otras palabras,
en una sola película muestra tanto su faceta 'Kinatay' como 'Lola', alternándolas sin cesar. Atrapa con su enfoque sudoroso e hiperrealista de un conflicto ubicado en un sitio precioso y aterrador (ahora mismo, ¿hay alguien mejor en todo el mundo a la hora de filmar grandes tempestades?), pero no convence, (por falta de capas; por dejadez) a la hora de dibujar a sus personajes, tanto a los de un bando como los del otro.
En medio de tanta locura y confusión, sobresale una cara a estas alturas muy conocida.
La empáticamente anémica Isabelle Huppert se erige, como mandan los cánones de las vedettes, en (im)perfecta síntesis de la película: emotiva en los momentos más intensos (hechos a medida; al servicio de la estrella)... y errática (incluso poco creíble;
como si, y esto no es ninguna novedad, la cosa no fuera con ella) en la calma, que es donde deberían sentarse los pilares del verdadero drama. Éste realmente existe, pero no siempre se deja notar como debiera. Prácticamente lo mismo que sucede con la brillantez del sol en plena jungla. El abundante follaje hace que ésta se note... a ratos.
Suficiente para arrojar luz sobre un producto que no pasa de la interesante crónica exótica. Suficiente también para colarse en cualquier certamen de primer nivel... por mucho que los méritos haya que encontrarlos, sin duda, en otro sitio.
Nota:
5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas