Debajo del precioso cascarón en el que se oculta el 'Capitán Harlock' no hay una historia... o al menos no lo parece. Más bien parece, así, desde el desconocimiento, la ignorancia y también la pereza de consultarlo en el maná del conocimiento humano que es la Wikipedia, una especie de resumen condicionado por un exceso de celo de pongamos que de una temporada completa de una serie con sus ocho, diez o doce episodios. Una especie de virtualización del concepto 'Boyhood' que ofrece, para el caso, una sensación de indiferencia virtualmente similar a la producida por el filme de Richard Linklater, tal vez, puede ser, derivada precisamente de dicho desconocimiento e ignorancia. Tal vez, puede ser, o tal vez no, que también puede ser.

Pongamos que desde el desconocimiento, desde la ignorancia, 'Capitán Harlock' destaca principalmente por la calidad de su animación por ordenador, se hace palpable derivada de un enorme esfuerzo de producción que de no ser por los rasgos genuinamente japoneses de que pueblan todo el conjunto podría pasar por ser norteamericana, mismo piropo que algunos siguen diciendo sobre aquel cine español que es lo suficientemente bueno como para no parecer español. En fin, que visualmente 'Capitán Harlock' es lo que asegura James Cameron que es (dejando los humanos al margen): un placer que justifica con creces su proyección en una pantalla de cuantas más pulgadas y butacas a tu alrededor, mejor que mejor. Y en ese sentido no lo lamentará...

... aunque desde el desconocimiento, desde la ignorancia, puede que no sea suficiente para compensar su caos narrativo, una atropellada aglomeración de eventos sin apenas tiempo de ser modulados. Acción tras acción tras otra acción: el movimiento no aburre y la combinación de luces y colores resulta del todo subyugante, pero la historia y la narrativa no invitan ni animan a entrar si uno no trae los deberes hechos de casa. Y así, al igual que ya lo era la adaptación del 'Final Fantasy' de 2001, nos queda un filme preciosista y muy curioso que en su desempeño digital pierde ese alma que todavía no hay ordenador que sea capaz de programar, y que desde el desconocimiento, desde la ignorancia, depende en exceso de la condescendencia de ser el más listo de la clase.