En el año 2007 (¿o era en el 2006?)
la vida era maravillosa. Todo, absolutamente todo en ella relucía y olía a rosas. El país, y el mundo en general (aparte de algún que otro escandalillo sin importancia, y aparte también de cuatro rumores mal contados, disparados por malas lenguas que obviamente tenían aún menos importancia), iban bien. Sus gobernantes quizás no eran perfectos, pero tenían la determinación y el talante suficientes para que la situación de extrema prosperidad en la que vivíamos, no sólo se prolongara en el tiempo, sino que además se volviera cada vez más y más consolidada. Por aquel entonces, querías la Luna. Básicamente porque la distancia hasta ella no parecía tanta; básicamente, porque, de algún modo u otro, te habían asegurado que podía ser tuya. Esto y muchísimo más. Tus deseos, para el cosmos, eran órdenes.
No había límites. Y claro, lo que más deseabas cuando las fuerzas empezaban a flaquear era irte a dormir cuanto antes mejor para que así llegara antes un nuevo día. En esta dinámica, el despertar sólo podía ser más dulce que el anterior... y más amargo que el siguiente.
Amargo. Cuando menos lo esperabas, te despertaste y el paladar parecía no querer apartarse de aquella maldita sensación. Lo intentaste. Te lavaste los dientes y te enjuagaste la boca hasta que ya no quedaron productos dentífricos en el cuarto de baño. Pero estaba claro que aquello no era un problema meramente fisiológico. Aquello iba -mucho- más allá. Y efectivamente, cuando quisiste darte cuenta, tu país, y el mundo en general (tal y como te advirtieron aquellas voces que te negaste a escuchar), estaban sumidos en la mierda. Tus amados líderes, a pesar de estar teóricamente salpicados por esta “nueva situación”, seguían mostrando una apariencia teóricamente -también- impoluta... y a algunos de ellos, directamente, nunca más los volviste a localizar.
A ti la revelación te llegó de un día para otro, pero este estado de putrefacción llevaba gestándose desde hacía muchísimo tiempo. Desde cuando la vida era maravillosa, y todo en ella relucía y olía a rosas.
Sin que esta historia
basada en hechos reales tenga más repercusión en lo que ahora sigue, no está de más recordar que allá por el año 2006 (¿o era en el 2005?), Woody Allen dio por inaugurada, quizás sin saberlo él, una gira europea que lo llevaría a visitar sus ciudades favoritas del viejo continente. Paso aparentemente sorprendente, sobre todo si se entiende como ruptura dramática a una dinámica que hasta aquel entonces parecía inquebrantable: a saber, cuarenta años después de su debut cinematográfico, el genio de Nueva York probaba suerte más allá de las fronteras de su país natal. Pasado el shock inicial, quedó claro que la jugada tenía su sentido, más teniendo en cuenta que, tradicionalmente, sus trabajos habían sido siempre más apreciados en el otro (el “nuestro”) lado del Atlántico.
Y como no podía ser de otra manera, el tour empezó con buen pie. 'Match Point', a pesar de su condición no-declarada de remake de 'Delitos y faltas', causó sensación en ambos extremos del gran charco, y de algún modo relanzó una carrera que, ciertamente, tal vez necesitaba nuevos aires. A lo que vino después ya fue más complicado ponerle buena cara. Entre la capital británica, Barcelona, París y Roma se sucedieron (salvo honrosísimas excepciones) una serie de películas-postal que, si bien contenían todas ellas la esencia de tan brillante cineasta, por el contrario parecía que ésta, poco a poco, se iba diluyendo. El grito de
"Woody Go Home!" cada vez era más generalizado. El empujoncito final a tal clamor popular lo dio el paréntesis de 'Si la cosa funciona', suerte de repesca en forma parada técnica en el dulce hogar que vino a insinuar que quizás, efectivamente, ya iba siendo hora de volver a casa.
Y así fue. Dos olimpiadas después, Mr. Allen regresó a los Estados Unidos... y de pasó nos brindó
una de las mejores películas de toda su filmografía. 'Blue Jasmine', en cierta medida, tiene en el
retorno (en este caso, a la cruda realidad) uno de sus pilares fundamentales. Para muestra, la sinopsis, en la que se nos habla de una tal Janette, quien poco después de cambiarse el nombre por Jasmine, conoce al hombre de sus sueños... y decide, encantada, dejarlo todo atrás. La vida con Hal, al fin y al cabo, es maravillosa, y todo en ella reluce y huele a rosas. Él, un talentoso gurú de las finanzas, está locamente enamorado de ella... y por esto la cubre con todo el lujo que está a su alcance. La Luna, ciertamente, está a tiro de piedra. Y nada más importa. Hay que disfrutar el momento... y soñar dulcemente en el mañana. Hasta que el mañana llama a la puerta, y cuando ésta se abre, aparece, al otro lado del umbral, un tropel de federales cuya cara y actitud lo dicen todo:
"Se acabó lo que se daba". Y así. En un abrir y cerrar de ojos... pero sólo porque Janette (o Jasmine, qué más da),
no quiso darse cuenta antes.
El magnífico Hal, qué cosas, no era más que un fraude. Un estafador de poca monta. Un gánster; un asqueroso chupóptero que no sólo arruinó -literalmente- la vida de todos aquellos (y no fueron precisamente pocos) a los que desvalijó por completo, sino que destrozó, especialmente, la vida de la frágil Jasmine. De un día para otro, con esta facilidad, voló. Y con él, los ahorros de cinco vidas... y las promesas de un amor, que visto ahora, nunca fue tal.
Después del príncipe azul, sólo quedó esto último, el más intenso y depresivo de los azules (o Blues, para no desentonar). El golpe -bajo- fue durísimo, y por unos instantes cortaron la respiración, pero ¿qué se le iba a hacer? Al fin y al cabo, estos seres supuestamente superiores no eran más que "personas descuidadas" (Hal, sus cómplices y sus amantes, sí)...
"dañaban las cosas y a las personas y, entonces se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia, o en lo que fuera que los mantenía juntos, y dejaban que la otra gente limpiara los regueros que habían dejado..." Lo que escribió Scott F. Fitzgerald (cuya obra, no les quepa la menor duda, es conocida de sobra por Woody Allen) en el año 1925, ya lo ven, sigue teniendo una vigencia aterradora. Y a él no le hizo falta Gran Depresión alguna para darse cuenta. Imagínense.
A él, tampoco pareció suponerle excesivo esfuerzo el lograr una tarea sencillamente titánica:
que el espectador llegara a conectar con unos personajes que, a simple vista, por status y por actitud, podían antojarse como los más desagradables y antipáticos marcianos. Aplíquese esto, obviamente al Jay Gatsby -et altri- de Fitzgerald... y por supuesto, a esta especie de evolución suya no-declarada. Woody Allen se reencuentra con los signos más distintivos de su mejor cine, lo que en términos técnicos se traduce en algo tan fácil de decir como, -extremadamente- difícil a la hora de ejecutar. Una vez más,
la frontera que separa la comedia del drama se derrite lentamente en el potentísimo ácido preparado por este inspiradísimo cineasta. Analizada fríamente, su 'Blue Jasmine' es una tragedia con el potencial para vaciar de lágrimas cualquier organismo, por muy insensible que éste pueda llegar a ser. Sin embargo, durante la primera degustación de la propuesta, no es de extrañar que proliferen las sonrisas, incluso, por qué no, las carcajadas.
El
inconfundible ingenio de Allen, una vez en casa, parece recobrar fuerzas... y crecerse en una historia hecha a su medida. Entre la costa oeste (donde nos topamos con San Francisco, casualidad o no, una de las ciudades más ''europeizadas'' de Norteamérica) y la este de los Estados Unidos, se recrea en el amargo despertar (o en su desesperada negación) de una mujer con la que, a pesar de los años luz que ésta ha querido poner entre ella misma y el resto de mortales, es tremendamente fácil verse identificado. Parecía imposible, pero
la empatía está ahí. El experimento, prejuicios de snob aparte,
duele muchísimo. Palabra. La geografía marca la diferencia entre un
pasado luminoso y un
presente oscuro (con su consabido miedo al
futuro) que se mezclan porque, por mucha falta de aceptación que haya en la ecuación,
forman parte del mismo engaño. Suena complicado, pero en realidad "sólo" es complejo. Apasionante e insondablemente complejo. Y si todavía no queda claro, imagínense el espejo más asquerosamente lujoso que pueda caber en su mente... e imagínense ahora que, por mucho que jamás llegarán siquiera a soñar en poseerlo, sí que podrán ver, siempre que así lo deseen, el reflejo devuelto.
Por supuesto, el efecto es diametralmente opuesto al que en su día sufrió Narciso... por mucho ego y, claro, narcisismo que haya involucrados. Las relaciones sociales / afectivas / familiares / amorosas quedan, una vez más, al desnudo, así como la falsedad que se reivindica de nuevo como requisito sine qua non para la construcción de todas éstas. Si alguien conoce a un artista que desmenuce estos intrincadísimos (pero a la vez absurdos) mecanismos con una sutileza tan implacable, que abandone inmediatamente la sala. Por mentiroso. Lo mismo para al que se le ocurra alguna otra película en la que
Cate Blanchett se haya mostrada tan
desgarradoramente contundente. Para todos los demás: lo único que se pide aquí es que se intente ver más allá del primerísimo primer plano -es fácil-... y que se baile al ritmo de la banda sonora que no puede oírse, pero sí sentirse. La música, como manda la justicia divina, recuerda a la magnificencia y a la roller-coaster emocional de otro prodigio como podría ser, por ejemplo, George Gershwin. No en vano, 'Blue Jasime' es, a nivel micro,
exclusivamente americana, pero a escala macro,
incontestablemente universal. Es, al fin y al cabo, cine encantadora, desquiciada y
gloriosamente rapsódico.
Nota:
8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas