Una vez más, el baile de títulos al que tan regularmente nos somete nuestra querida cartelera toma un protagonismo que, para bien o para mal (normalmente es lo segundo), se descubre como revelador a la hora de desmenuzar los misterios que oculta cada película. Antes, la cronología oficial: En febrero de este mismo año, y contra todo pronóstico, el Oso de Oro de la Berlinale no se lo lleva ni la magistral infancia de Richard Linklater, ni el glamuroso hotel de Wes Anderson... ni tampoco el asfixiante periplo norirlandés de Yann Demange. Entonces, ¿quién? Pues un tal Yinan Diao, quien con su segundo largometraje pone la guinda a un pastel que ha tenido un marcadísimo sabor oriental. Pero, ¿cuál fue la película ganadora? Por aquel enctonces, una cuyo título era 'Black Coal, Thin Ice' (es decir, "Carbón negro, hielo fino").
Siete meses después, y tras haber sido masacrada en la Sección Perlas de San Sebastián, el título se nos quedó a medias, es decir, con "Black Coal", es decir, con el "Carbón negro" que muchos se han apresurado a darle aquí. En España, ya se sabe, tarda poco en derretirse el hielo. Lo que queda, cómo no, es la mugre. Lo bueno (?) es que algo parecido sucede en China. Como si nos hubiéramos reencontrado con la mejor versión de David Lynch, la trama empieza con un espantoso descubrimiento: un miembro amputado medio enterrado… no en un jardín suburbial, sino en una gigantesca fábrica. Esto no son los Estados Unidos. Estamos en China, país con el que poco a poco (y ya iba siendo hora) nos vamos familiarizando. En parte gracias a su de nuevo emergente cinematografía, en la que destacan maestros retratistas del calibre de Jia Zhangke.
Yinan Diao, director de la película que ahora nos ocupa, demuestra ser otro especialista en esto de mostrar sin parecer que esto es, precisamente, lo que se quiere. Su nuevo largometraje es un ejercicio de thriller policíaco puro y duro. A su manera, clásico a rabiar. Están en él todos los personajes y secuencias que podían esperarse de una cinta de estas características (el detective demacrado, la femme fatale, las escenas de pura acción / tensión, como el del magistral tiroteo del principio que hace que, literalmente, todo se dispare...), y está también esa capacidad para que todo lo que envuelve al relato principal se convierta en inesperado y atractivo protagonista. El alma del gigante, poco a poco, va asomando.
De forma extraña y desconcertante, pero inevitablemente magnética (véase un final que descoloca, y que al mismo tiempo capta con fuerza nuestra atención), el mimo en la técnica y el desarrollo de una narración alejada de lo convencional, consiguen, como ya hiciera Zhangke (aunque ni mucho menos con tanta contundencia), que sin apenas darnos cuenta, al final de la experiencia entendamos un poco mejor el horror, lo monstruoso y, a pesar de todo, el factor humano subyaciente en ese monstruo del que tarde o temprano tendremos (porque no habrá otro remedio) que saberlo todo. Ni pizca de hielo, efectivamente, porque el calor (de la industria, del hombre que peca...) no ha dejado opción.
Nota:
6 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas