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'Aguas tranquilas': Los ojos de Naomi

Vía El Séptimo Arte por 10 de abril de 2015

En la isla de Amami, la vida transcurre como en cualquier otro lugar. Los días duran veinticuatro horas, repartidas éstas en dos partes más o menos iguales. Sol y Luna se suceden en turnos previamente pactados mientras ahí abajo, las personas se dedican a lo que, al fin y al cabo, se dedica el mundo entero. Comen, beben, aman, se enfadan, duermen, vuelven a comer, se enamoran, se enfadan, recaen en el amor... crecen y, finalmente, mueren. Una se atragantó con la espina de un pescado no tan fresco como le había hecho creer el vendedor; otro se despeñó porque, simplemente, no miraba por dónde pisaba... porque en aquel momento fatal creyó haber oído (y no sin razón) la voz de aquel árbol centenario que vio crecer a sus ancestros, y que haría lo propio con sus descendientes. Y el mundo siguió girando. Observaciones, todas ellas, cuya cotidianidad, en realidad, no es tal, puesto que los ojos que nos describen el cuadro, son totalmente distintos a los nuestros.

Las razones no son, ni mucho menos, fisiológicas, sino que se deben a un entrenamiento (educación o experiencia vital, si se prefiere) que poco o nada tiene que ver con aquel por el que se nos ha hecho pasar a nosotros. Y qué gusto. Qué suerte la nuestra, pues por lo visto, la destrucción globalizadora no es tan imparable como en un principio prometía. ¿Será que siguen existiendo barreras culturales? Será, y benditas sean... tanto como quienes nos descubren el verdadero secreto de esta (¿irreconciliable?) diversidad. No existen las distancias insalvables, sino más bien distintos puntos de vista desde los cuales observar los mismos fenómenos. Aquellos que creíamos conocer, pero que claro, al final resulta que sólo alcanzábamos a verlo desde nuestro único (y por ende, limitado) punto de partida. De modo que, sí. La vida, la muerte, el amor, el sexo... pueden entenderse desde otros ángulos; desde otras tomas que casi logren cambiar el esquema general de un objeto de estudio que, de repente, es mucho más complejo (y claro, fascinante) de lo que lo era al comienzo de la aventura.

Cojamos, por ejemplo, lo que para nosotros es el fin de la existencia. Con este aterrador fantasma vive una de las jóvenes protagonistas de 'Aguas tranquilas'. En una apacible comunidad costera japonesa, una encantadora alumna de instituto es perseguida por la amenaza de la muerte de su madre, y claro, a la chiquilla esto le trastoca cualquier proyecto de felicidad que pudiera pasar por su cándida mente. Afortunadamente para ella, quien mueve los hilos de su historia es una Naomi Kawase en pleno control de sus facultades, y quien además se las ingenia para firmar una de las películas más redondas de su prolífica carrera. Como si ante la obra más famosa del maestro Hokusai nos encontráramos, la cinta empieza con una impecable filmación de las olas del océano que día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, van golpeando la costa de la que, a lo largo de prácticamente dos horas, va a ser nuestra casa. Primera vez, por cierto, en que la cineasta (cuya carrera supera ya los veinte largometrajes) se acerca al mar. Y como si fuera la vigesimocuarta... ¿será porque ahí mismo se originó la vida?

Y de nuevo, alabados esos ''otros'' puntos de vista, porque el a priori terrible horizonte del fin de la vida en realidad no merece dicha consideración, pues ésta, como sucede con las olas, no acaba nunca. Se convierte pues la tragedia potencial en una ocasión tan buena como cualquier otra para seguir celebrando, que nunca está de más, ese tan divinizado ciclo. La comprensión del folclore, pero sobre todo de esta lógica semi-mitológica tan geográfica y culturalmente alejada de nosotros, lleva a Kawase a obrar el que no puede definirse de otra forma que de pequeño / gran milagro cinematográfico. La naturaleza y la humanidad (y viceversa), los hombres y las mujeres (ídem), la vida en su plenitud y agonía... con aquella abrumadora naturalidad y estilo semi-documentalista marca de la casa, la directora nipona consigue que entendamos (quizás no a través de la literalidad de la palabra, pero desde luego sí a través del poder de las imágenes, que al fin y al cabo por esto estamos aquí) las preocupaciones existenciales más universales a través de unos nuevos ojos. A través de su inconfundible poesía, preciosa y claro, vitalista, tanto en la estética (estos increíbles buceos a pulmón libre) como en el contenido, que pocas veces se había mostrado tan cristalino; tan atractivo.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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