Fiesta sin Lindsay
Vía Festival de Venecia
por reporter 31 de agosto de 2013
Hoy en el Lido, los periodistas -ejem- de la prensa rosa se habían reservado las mejores plazas. Los sitios ideales para disparar los flashes y tomar apuntes, antes que nadie, sobre el nuevo escándalo del famoseo, cumbre insuperable de la trascendencia que debería monopolizar los pensamientos y conversaciones de todo ser racional. Sin comentarios, y al grano. Hoy la Mostra ponía sobre la mesa dos de sus, a priori, pesos pesados (ya saben, aquellos directores sobre cuyas espaldas recae el comprometido deber de darle sentido a este habitual sinsentido al que se conoce como ''cine de autor''... y más importante, el de justificar el viaje). Mucha expectativa, de la buena, había alrededor de los nuevos trabajos de David Gordon Green y Philip Gröning... y mucha más, pero de la mala, alrededor de Lindsay Lohan. (¿Tan pronto se ha olvidado el León de Oro honorífico otorgado a William Friedkin?)
Ni en los sitios más distinguidos se salva uno del apestoso fantasma del morbo. Hablando de... quien debía acompañar a la vedette -doble ejem- era ni más ni menos que el errático Paul Schrader, empecinado desde prácticamente los inicios de su carrera, en encarnar, en carne viva -toma- ese tan repugnante, a la vez que fascinante, concepto que es la decadencia humana. Pero la pareja no se ha completado. La ex princesa Disney se ha quedado en casa... o en el hotel... o vaya usted a saber (mejor no preguntar). ¿Y Schrader? Más feliz que unas pascuas, al ser la presentación en sociedad de 'The Canyons' el primer día en 18 meses en que el director no ha sido víctima del secuestro perpetrado por su estrella. Paul dixit. Tremendo.
Más allá de los puñales (posteriormente suavizados) y de la decepción por parte de la prensa amarilla (dejémoslo en amarilla), han quedado los ecos de los abucheos (y de algún que otro enfervorecido aplauso, ojo) levantados por una película que, para ser justos con el producto, ofrece lo que cabía esperar de ella. La historia trata sobre un grupo de jóvenes que van a Hollywood en busca de lo que cualquier niñato podría ir a buscar en las soleadas colinas de Los Angeles, esto es, sexo, drogas y poder. El cóctel explosivo desemboca también en lo previsible: un desastrillo digno de las últimas páginas de la sección de sucesos en el que Lohan parece emitir una señal -una más- de socorro y en el que el ahora liberado Schrader sigue indagando en lo suyo. Pura degeneración, vaya. Allá casa uno con sus vicios.
El de Philip Gröling en 'Die frau des polizisten' (en cristiano, ''La mujer del policía''), y entramos ya en la Competición de hoy, es el de torturar a sus personajes, y por extensión, al espectador. A lo largo de ni más ni menos que 59 capítulos, va desmenuzando de forma brutal las miserias de una familia con la cuenta atrás en marcha para su (auto)destrucción. Por delante casi tres horas de dolor con especial predilección por la carne. Donde se ven los moratones. Como antes, el Lido se aleja del consenso. Al final de la proyección, los decibelios se disparan... sobre todo por los enfurecidos por los golpes recibidos. Ojo, como antes, también hay aplausos. Por masoquismo, quizás, o por verle el sentido al perverso juego de Gröling.
Donde la aceptación ha sido más generalizada ha sido con el nuevo trabajo de un director actualmente en estado de gracia. El imprevisible David Gordon, después de conquistar Sundance y Berlín (con más éxito en la cita europea) con la estupenda 'Prince Avalanche', ha vuelto a la carga, sin apenas tiempo para descansar, con 'Joe', drama indie con aires de western en el que un ex convicto cree haber encontrado su (pen)última posibilidad de redención. Mezclando como sólo él sabe la tragedia con la ternura, Gordon Green se asocia con unos estupendos Tye Sheridan (qué racha la suya) y Nicolas Cage (lo mismo pero con connotaciones no tan positivas) para firmar la que ya puede considerarse como primera candidata seria al León de Oro. A esto íbamos también, claro.
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