Ryan Coogler conquista Park City. Ganadores de Sundance '13
Vía Festival de Sundance
por reporter 27 de enero de 2013
Joseph Gordon-Levitt de simpático maestro de ceremonias, el surrealista -como no podía ser de ninguna otra forma- vídeo de agradecimiento de Sebastián Silva, la taquicardia de los cineastas polacos cuando se anunciaba su nombre para que subieran al escenario, la cara de circunstancias y el tensísimo discurso de Shane Carruth... pero sobre todo, Ryan Coogler. La gala de entrega de premios de Sundance ’13 ha pedido en voz alta que cada cinéfilo se apunte en su libreta el nombre de este debutante en la escritura y dirección de largometrajes. 'Fruitvale', su carta de presentación, sobre los trágicos y polémicos eventos que en 2009 llevaron a la muerte al joven Oscar Grant, se ha coronado como la gran triunfadora este año en Park City, al conquistar el Gran Premio del Jurado en categoría Dramática, así como el Premio de la Audiencia. Después del salto, la lista completa de galardonados.
MEJOR PELÍCULA
'Fruitvale', de Ryan Coogler. MEJOR DOCUMENTAL
'Blood Brother', de Steve Hoover. MEJOR DIRECCIÓN
Jill Soloway, por 'Afternoon Delight'. MEJOR DIRECCIÓN EN DOCUMENTAL
Zachary Heinzerling, por 'Cutie and the Boxer'. MEJOR GUIÓN
'In a World...', escrito por Lake Bell. MEJOR MONTAJE EN DOCUMENTAL
Matthew Hamachek, por 'Gideon's Army'. MEJOR FOTOGRAFÍA
Bradford Young, por 'Ain't Them Bodies Saints' y 'Mother of George'. MEJOR FOTOGRAFÍA EN DOCUMENTAL
Kronos Quartet, por 'Dirty Wars'. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO
Shane Carruth, por 'Upstream Color'. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO A LA MEJOR INTERPRETACIÓN
Miles Teller y Shailene Woodley, por 'The Spectacular Now'. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO EN DOCUMENTAL
Jacob Kornbluth, por 'Inequality for All' ; Joe Brewster y Michèle Stephenson, por 'American Promise'. PREMIO DEL PÚBLICO A LA MEJOR PELÍCULA
'Fruitvale', de Ryan Coogler. PREMIO DEL PÚBLICO AL MEJOR DOCUMENTAL
'Blood Brother', de Steve Hoover. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO WORLD CINEMA
Srdan Golubovic, por 'Circles'. PREMIO DEL PÚBLICO WORLD CINEMA A LA MEJOR PELÍCULA
'Metro Manila', de Sean Ellis. PREMIO DEL PÚBLICO WORLD CINEMA AL MEJOR DOCUMENTAL
'The Square (Al Midan)', de Jehane Noujaim. PREMIO DEL PÚBLICO BEST OF NEXT
'This is Martin Bonner', de Chad Hartigan. GRAN PREMIO DEL JURADO WORLD CINEMA DOCUMENTAL
'Pussy Riot, A Punk Prayer', de Mike Lerner & Maxim Pozdorovkin. PREMIO ESPECIAL DEL JURADO WORLD CINEMA DOCUMENTAL
'Pussy Riot, A Punk Prayer', de Mike Lerner & Maxim Pozdorovkin. GRAN PREMIO DEL JURADO WORLD CINEMA
'Jiseul', de Muel O. MEJOR DIRECCIÓN WORLD CINEMA
Sebastián Silva, por 'Crystal Fairy'. MEJOR GUIÓN WORLD CINEMA
'Wajma (An Afghan Love Story)', escrito por Barmak Akram. MEJOR FOTOGRAFÍA WORLD CINEMA
Michal Englert, por 'Lasting'. GRAN PREMIO DEL JURADO WORLD CINEMA AL MEJOR DOCUMENTAL
'A River Changes Course, de Kalyanee Mam. MEJOR DIRECCIÓN WORLD CINEMA DOCUMENTAL
Tinatin Gurchiani, por 'The Machine Which Makes Everything Disappear'. PREMIO WORLD CINEMA AL MEJOR MONTAJE EN DOCUMENTAL
Ben Stark, por 'The Summit'. PREMIO WORLD CINEMA A LA MEJOR FOTOGRAFÍA EN DOCUMENTAL
Marc Silver y Pau Esteve Birba, por 'Who is Dayani Cristal?'. PREMIO ALFRED SLOAN
Andrew Bujalski, por 'Computer Chess'.
Como sucede siempre en estos casos, ni un momento tan importante como la gala donde se anuncian los nombres de los premiados consigue capitalizar toda la atención en un festival que, como todos los demás tiburones, sabe que si deja de nadar va a hundirse para siempre jamás en lo más profundo del océano. Pocas horas antes de que Ryan Coogler y Steve Hoover se erigieran en grandes triunfadores de esta edición (en la categoría dramática y de documental respectivamente), la organización mostró en la Sección Premieres una de las películas que más expectación habían levantado antes incluso de que Sundance ’13 empezara a rodar. Como para no hacerlo, pues hablamos de la película dedicada al gran gurú de nuestra época; al héroe que, muy desinteresadamente, cambió la vida -a mejor, se entiende- del mundo entero. Perdón, papeles equivocados... resulta que el retrato robot ahora facilitado no se corresponde con nadie actualmente vivo, de modo que al final nos tendremos que conformar con la persona que inventó (mejor dicho, que supo vender) un dispositivo para escuchar música y un teléfono móvil. No está nada mal para un genio... del marketing. Punto. El hecho de que el mundo pareciera que fuera a colapsarse con la muerte de Steve Jobs fue en efecto, un apocalíptico indicativo de la falta de luces en una sociedad que no tuvo a nadie mejor que ensalzar que a un tirano en forma de moderno hombre negocios que hacía sus presentaciones en pantalones vaqueros. Vaya. El caso es que el planeta lloró, y mucho, la muerte de uno de sus más queridos líderes... del mismo modo, el público de Sundance esperaba como agua de mayo, y con el pañuelo de la nostalgia en la mano, la presentación de la película dedicada a su vida y obra. La verdad es que no puede colocarse a ’jOBS’ en la carpeta de grandes decepciones del festival, porque a poco que se mantuviera la cabeza mínimamente fría respecto al susodicho personaje (es decir, si el receptor sabía distinguir al simple hombre del dios que nos obligaron a comprar), era de esperar que del material de base difícilmente puediera salir algo salvable... mucho menos si este “algo” decide tomarse tan delirantemente en serio a sí mismo. Pero ni con estas, se sigue prefiriendo la versión de “el hombre que cambió el mundo”, y claro no hay más que ver lo agradecido que está “el mundo”. Al final de la presentación oficial de ‘jOBS’, en el Eccles Theatre (la joya de la corona del festival), se oye una sonora ovación. Los hay incluso que se levantan, para que de algún modo, sus aplausos se oigan más que los de la persona de al lado. La aclamación no es para la película, sino para la confirmación del nacimiento de una nueva religión (si hay una dedicada a, por ejemplo, Diego Armando Maradona, ¿por qué diablos el sanutrrón Jobs no podría tener la suya?). Al fin y al cabo, el fanatismo es lo único que explica tanto la reacción del público ante tal bazofia, como el enfoque que usa el endeble director Joshua Michael Stern (a sus correctos pero híper-manipuladores filmes anteriores nos remitimos) para hablarnos del que sin duda alguna es su ídolo. Esto sí, por mucha devoción que se mostrara durante la proyección, la primera y muy indicativa de la charla a posteriori con el máximo responsable de la cinta fue “¿Dónde está Ashton?” (AKA “Me importa un comino todo... ¿dónde está el tío guapo?”). Lo dicho, muy revelador. A lo largo de dos horas de metraje -que parecen cuatro, o más-, ‘jOBS’ va sacándole la piel a la sagrada manzana, más concretamente, a su profético creador, deteniéndose brevemente en las sombras para alargarse descaradamente en unas virtudes que a sus ojos se dirían homéricas, pero que en realidad son poco más que las conquistas de un visionario -admitámoslo- de las vendas (“Que el mercado no te diga lo que quiere... dile tú al mercado lo que quiere.” Éste y no otro es el auténtico legado). Mientras se echa en falta más rigor en la historia empresarial del gigante empresarial (en este sentido, la película se va superada hasta por la olvidable pero correcta ‘Piratas de Silicon Valley’) Ashton Kutcher se adueña del espectáculo, confundiendo la caracterización con la imitación (en los peores tramos, con la caricaturización) y paseándose con paso torpón -lo mismo que Stern- por este intolerablemente divinizado biopic, insufrible y autocomplaciente prueba de que la falta de grandes hombres / mujeres de nuestros tiempos ha llevado a los escritores / diseñadores de libros de autoayuda a apoderarse de nuestras vidas. Muy triste... muy gris. Afortunadamente, la paleta cromática -y las sensaciones- cambiaron radicalmente con la notable ‘Narco Cultura’, sobrecogedor documental no sobre el narcotráfico a lado y lado de la frontera que separa México de Estados Unidos, sino sobre cómo los cárteles de la droga han logrado convertirse (y volvemos al leitmotiv de la jornada, pero ahora de manera mucho más oscura), después de cambiar la aceptación por la exaltación, casi en un nuevo y veneradísimo credo. La extraña e inquietante lógica del proceso no deja de ser una reproducción de otras muchas manifestaciones culturales históricas que han dedicado su admiración a la figura del renegado (ahí está Robin Hood; ahí está el Pirata de Espronceda; ahí está el cine de gánsteres originario...), lo cual tampoco quita que el ilegalizado pero de gran aceptación popular del Narco Corrido (grupos de música mexicanos que ensalzan el modo de vida del narcotraficante, con todo el vicio, violencia y muerte implícitos en su día a día, ¿se acuerdan del mítico videoclip de Los cuates de Sinaloa en Breaking Bad?) sea quizás la prueba más contundente de que la lucha contra las drogas hace mucho tiempo que escapó de cualquier control. El director Shaul Shwarz tira de recursos más típicos de la dramatización más ficcionada -no es para menos-, con clase magistral de fotografía incluida, para que el gris de la anterior sesión se manche de rojo sangre y negro luto. Las cifras las conocemos (o tenemos en la cabeza una aproximación bastante fidedigna), pero nunca está de menos recordarlas. Solamente en Ciudad Juárez, epicentro de la guerra contra el narcotráfico, se producen 3200 muertes al año por asesinato relacionado con la materia (en la ciudad estadounidense colindante de El Paso, solo se registran 5 homicidios), el 97% de los cuales jamás se llegan ni a investigar. No hay voluntad de encontrar explicaciones (aunque si el espectador escucha atentamente, las encontrará) porque básicamente es imposible racionalizar este macabro absurdo. La verdadera intención de la cinta es, a través de la selección de testigos y de una cámara puesta en el momento y el sitio adecuados, demostrar que más allá de las citadas cifras, el problema de raíz tal vez no sea la corrupción, ni la imposibilidad de una victoria estrictamente bélica... sino los mencionados grupos de música; la veneración hacia las ciudades mausoleo construidas por los señores de la droga... en definitiva, una sociedad que seguramente por la desesperación y por la falta de horizontes mejores, ha dicho basta y se ha sumado al infierno de unos tiempos sin líderes ni valores. El mensaje explota en la pantalla y salpica de vísceras a todo el patio de butacas. Brutal. Mañana, más.Click aquí para más información
'Fruitvale', de Ryan Coogler. MEJOR DOCUMENTAL
'Blood Brother', de Steve Hoover. MEJOR DIRECCIÓN
Jill Soloway, por 'Afternoon Delight'. MEJOR DIRECCIÓN EN DOCUMENTAL
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Jacob Kornbluth, por 'Inequality for All' ; Joe Brewster y Michèle Stephenson, por 'American Promise'. PREMIO DEL PÚBLICO A LA MEJOR PELÍCULA
'Fruitvale', de Ryan Coogler. PREMIO DEL PÚBLICO AL MEJOR DOCUMENTAL
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'The Square (Al Midan)', de Jehane Noujaim. PREMIO DEL PÚBLICO BEST OF NEXT
'This is Martin Bonner', de Chad Hartigan. GRAN PREMIO DEL JURADO WORLD CINEMA DOCUMENTAL
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'Jiseul', de Muel O. MEJOR DIRECCIÓN WORLD CINEMA
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Marc Silver y Pau Esteve Birba, por 'Who is Dayani Cristal?'. PREMIO ALFRED SLOAN
Andrew Bujalski, por 'Computer Chess'.
Como sucede siempre en estos casos, ni un momento tan importante como la gala donde se anuncian los nombres de los premiados consigue capitalizar toda la atención en un festival que, como todos los demás tiburones, sabe que si deja de nadar va a hundirse para siempre jamás en lo más profundo del océano. Pocas horas antes de que Ryan Coogler y Steve Hoover se erigieran en grandes triunfadores de esta edición (en la categoría dramática y de documental respectivamente), la organización mostró en la Sección Premieres una de las películas que más expectación habían levantado antes incluso de que Sundance ’13 empezara a rodar. Como para no hacerlo, pues hablamos de la película dedicada al gran gurú de nuestra época; al héroe que, muy desinteresadamente, cambió la vida -a mejor, se entiende- del mundo entero. Perdón, papeles equivocados... resulta que el retrato robot ahora facilitado no se corresponde con nadie actualmente vivo, de modo que al final nos tendremos que conformar con la persona que inventó (mejor dicho, que supo vender) un dispositivo para escuchar música y un teléfono móvil. No está nada mal para un genio... del marketing. Punto. El hecho de que el mundo pareciera que fuera a colapsarse con la muerte de Steve Jobs fue en efecto, un apocalíptico indicativo de la falta de luces en una sociedad que no tuvo a nadie mejor que ensalzar que a un tirano en forma de moderno hombre negocios que hacía sus presentaciones en pantalones vaqueros. Vaya. El caso es que el planeta lloró, y mucho, la muerte de uno de sus más queridos líderes... del mismo modo, el público de Sundance esperaba como agua de mayo, y con el pañuelo de la nostalgia en la mano, la presentación de la película dedicada a su vida y obra. La verdad es que no puede colocarse a ’jOBS’ en la carpeta de grandes decepciones del festival, porque a poco que se mantuviera la cabeza mínimamente fría respecto al susodicho personaje (es decir, si el receptor sabía distinguir al simple hombre del dios que nos obligaron a comprar), era de esperar que del material de base difícilmente puediera salir algo salvable... mucho menos si este “algo” decide tomarse tan delirantemente en serio a sí mismo. Pero ni con estas, se sigue prefiriendo la versión de “el hombre que cambió el mundo”, y claro no hay más que ver lo agradecido que está “el mundo”. Al final de la presentación oficial de ‘jOBS’, en el Eccles Theatre (la joya de la corona del festival), se oye una sonora ovación. Los hay incluso que se levantan, para que de algún modo, sus aplausos se oigan más que los de la persona de al lado. La aclamación no es para la película, sino para la confirmación del nacimiento de una nueva religión (si hay una dedicada a, por ejemplo, Diego Armando Maradona, ¿por qué diablos el sanutrrón Jobs no podría tener la suya?). Al fin y al cabo, el fanatismo es lo único que explica tanto la reacción del público ante tal bazofia, como el enfoque que usa el endeble director Joshua Michael Stern (a sus correctos pero híper-manipuladores filmes anteriores nos remitimos) para hablarnos del que sin duda alguna es su ídolo. Esto sí, por mucha devoción que se mostrara durante la proyección, la primera y muy indicativa de la charla a posteriori con el máximo responsable de la cinta fue “¿Dónde está Ashton?” (AKA “Me importa un comino todo... ¿dónde está el tío guapo?”). Lo dicho, muy revelador. A lo largo de dos horas de metraje -que parecen cuatro, o más-, ‘jOBS’ va sacándole la piel a la sagrada manzana, más concretamente, a su profético creador, deteniéndose brevemente en las sombras para alargarse descaradamente en unas virtudes que a sus ojos se dirían homéricas, pero que en realidad son poco más que las conquistas de un visionario -admitámoslo- de las vendas (“Que el mercado no te diga lo que quiere... dile tú al mercado lo que quiere.” Éste y no otro es el auténtico legado). Mientras se echa en falta más rigor en la historia empresarial del gigante empresarial (en este sentido, la película se va superada hasta por la olvidable pero correcta ‘Piratas de Silicon Valley’) Ashton Kutcher se adueña del espectáculo, confundiendo la caracterización con la imitación (en los peores tramos, con la caricaturización) y paseándose con paso torpón -lo mismo que Stern- por este intolerablemente divinizado biopic, insufrible y autocomplaciente prueba de que la falta de grandes hombres / mujeres de nuestros tiempos ha llevado a los escritores / diseñadores de libros de autoayuda a apoderarse de nuestras vidas. Muy triste... muy gris. Afortunadamente, la paleta cromática -y las sensaciones- cambiaron radicalmente con la notable ‘Narco Cultura’, sobrecogedor documental no sobre el narcotráfico a lado y lado de la frontera que separa México de Estados Unidos, sino sobre cómo los cárteles de la droga han logrado convertirse (y volvemos al leitmotiv de la jornada, pero ahora de manera mucho más oscura), después de cambiar la aceptación por la exaltación, casi en un nuevo y veneradísimo credo. La extraña e inquietante lógica del proceso no deja de ser una reproducción de otras muchas manifestaciones culturales históricas que han dedicado su admiración a la figura del renegado (ahí está Robin Hood; ahí está el Pirata de Espronceda; ahí está el cine de gánsteres originario...), lo cual tampoco quita que el ilegalizado pero de gran aceptación popular del Narco Corrido (grupos de música mexicanos que ensalzan el modo de vida del narcotraficante, con todo el vicio, violencia y muerte implícitos en su día a día, ¿se acuerdan del mítico videoclip de Los cuates de Sinaloa en Breaking Bad?) sea quizás la prueba más contundente de que la lucha contra las drogas hace mucho tiempo que escapó de cualquier control. El director Shaul Shwarz tira de recursos más típicos de la dramatización más ficcionada -no es para menos-, con clase magistral de fotografía incluida, para que el gris de la anterior sesión se manche de rojo sangre y negro luto. Las cifras las conocemos (o tenemos en la cabeza una aproximación bastante fidedigna), pero nunca está de menos recordarlas. Solamente en Ciudad Juárez, epicentro de la guerra contra el narcotráfico, se producen 3200 muertes al año por asesinato relacionado con la materia (en la ciudad estadounidense colindante de El Paso, solo se registran 5 homicidios), el 97% de los cuales jamás se llegan ni a investigar. No hay voluntad de encontrar explicaciones (aunque si el espectador escucha atentamente, las encontrará) porque básicamente es imposible racionalizar este macabro absurdo. La verdadera intención de la cinta es, a través de la selección de testigos y de una cámara puesta en el momento y el sitio adecuados, demostrar que más allá de las citadas cifras, el problema de raíz tal vez no sea la corrupción, ni la imposibilidad de una victoria estrictamente bélica... sino los mencionados grupos de música; la veneración hacia las ciudades mausoleo construidas por los señores de la droga... en definitiva, una sociedad que seguramente por la desesperación y por la falta de horizontes mejores, ha dicho basta y se ha sumado al infierno de unos tiempos sin líderes ni valores. El mensaje explota en la pantalla y salpica de vísceras a todo el patio de butacas. Brutal. Mañana, más.
Por Víctor Esquirol Molinas