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Peligro: vacas sagradas sueltas

Vía Festival de Sitges por 12 de octubre de 2010
Llueve. Llueve mucho en el Garraf. Con mayor o menor intensidad, pero el líquido elemento no para de caer del cielo. Eso sí, a la salida del Auditori, a la una de la madrugada, la cola para ver el maratón de temática vampírica daba la vuelta al edificio. ¿Quién dijo miedo? ¿Y qué si nos mojamos un poco? Mágico. El público (en especial el de Sitges), que siempre acaba teniendo la última palabra sobre el éxito de una película o de un festival, está hecho a prueba de balas, lluvia, y de fiascos, que desgraciadamente (aparte de los homenajes a Richard Kelly, Sid "Capitán Spaulding" Haig y Yoshishiro Nishimura) han marcado la tónica en esta quinta jornada.

El primer traspié nos lo ha servido Román Parrado con '14 días con Víctor', presentada en la Sección Oficial Fantàstic en Competición (otra de estas ocasiones en que uno se replantea el concepto "fantástico", al no entender del todo cómo una cinta de estas características ha podido colarse aquí). El caso es que la película va sobre un chaval desatendido en el hogar que encontrará refugio en el arte. Su nueva familia estará compuesta por Martin, un pintor que busca reflotar su decadente carrera y Anna, una fotógrafa obsesionada con el cáncer que padece su padre. Leyendo la sinopsis y viendo el trailer, se percibía cierto tufillo a 'Ingrid', de Eduard Cortés, una de las propuestas más irritantes y odiadas del año pasado en el certamen. Efectivamente, se han confirmado las peores sospechas... y una vez más se han oído ligeros silbidos al final de la sesión. Algo casi inconcebible en esta cita cinéfila.

Pero la verdad es que a la -poca- gente que ha mostrado su descontento no le faltaba razón para hacerlo. Y es que no hay por donde coger el primer largometraje de Román Parrado. La historia que narra -con muy poca gracia- no es dura, es sórdida; no engancha en ningún momento y los personajes que aparecen en ella se hacen demasiado antipáticos. Tenemos al protagonista, un llorica insatisfecho con cara de pasmado (no ayuda demasiado la flojísima interpretación de Fernando Tielve, del que sabemos que es capaz de mucho más); está también una fotógrafa borde, egocéntrica que le encanta ir sermoneando a la gente que la rodea pero que se pone histérica cuando alguien intenta hacerle ver que la bulimia no es la solución a sus problemas; cierra el grupo un pintor en horas bajas, versión sosa y sin el encanto de aquel artista en permanente búsqueda de la originalidad que encarnó Takeshi Kitano en 'Aquiles y la tortuga'. Una troupe soporífera que nos habla del arte como sufrimiento, una máxima que nos viene como anillo al dedo para resumir el film.

La otra cinta española presentada hoy a concurso ha sido 'La otra hija', debut por todo lo alto de Luis Berdejo, uno de los máximos artífices del fenómeno '[REC]'... tanto aquí como al otro lado del charco, al estar también implicado en el remake 'Quarantine'. Decimos "por todo lo alto" porque ha sido precisamente en Estados Unidos donde se le ha concedido la oportunidad dorada de dirigir su primer largometraje... además, con Kevin Costner (que conoció mejores tiempos pero que todavía conserva la etiqueta de "estrella" en su status) e Ivana Vaquero (que perfectamente podría ser la hermana gemela de Lina Leandersson, la perversa vampira de 'Déjame entrar'... la original, claro) a sus órdenes. Lo malo es que las virtudes del filme se queden en las expectativas levantadas, y poco más.

El director donostiarra, sin demasiados lucimientos y en cierta manera siguiendo la hoja de ruta configurada el año pasado por Jaume Collet-Serra con su más que interesante 'La huérfana', consigue crear un ambiente enrarecido alrededor de una familia que se muda a una casa apartada de la civilización, y cuya hija empieza a mostrar cambios en su comportamiento, que a cada día que pase, será más violento. Un Kevin Costner con posado somnoliento echa mano de todos los recursos en su haber (principalmente un buscador de internet) para comprender qué le sucede a su querida niña... ¿Será el repentino cambio de ambiente al que la ha sometido? ¿Será el divorcio que ha borrado a la madre del ya-no-tan dulce hogar? ¿Será la pubertad? ¿Será el contacto con una misteriosa civilización que se suponía desaparecida? ¿Será que las hormigas están monopolizando todos los temas de conversación en aquella casa? Preguntas lanzadas al aire con poca gracia, y no resueltas hasta un final ridículo en el que, siguiendo el ejemplo de Dustin Hoffman en 'Perros de paja', el cabeza de familia decide adaptarse a su nuevo entorno empuñando y haciendo uso de una arma de fuego... ya saben, el mejor amigo del americano medio.

Pero la prueba de que esta quinta jornada festivalera no ha sido precisamente la alegría de la huerta la encontramos personificada en dos auténticas vacas sagradas de Sitges: Brad Anderson y James Wan. El primero tenía un historial impecable en este certamen... hasta ahora. El éxito que cosechó en otras ediciones con 'Session 9', 'El maquinista' y 'Transsiberian' no se ha visto correspondido por 'Vanishing on 7th Street', que como bien anuncia el título, nos habla de desapariciones. Desapariciones de gente atacada por la oscuridad, y que después de ser abducidas, sólo dejan tras de sí la ropa que llevaban puesta. Lo que también es obvio que ha desaparecido en esta ocasión sin dejar rastro es el talento de Anderson, un hombre que en sus trabajos anteriores había demostrado que tenía las ideas muy claras. Una actitud gracias a la cual conseguía firmar obras absorbentes y con una marcadísima personalidad.

Esta calidad le llevó no sólo a hacerse con diversos premios en Sitges, sino también a gozar del honor de dirigir algunos capítulos de series tan prestigiosas como 'Fringe' o 'The Wire' (el que para muchos es el mejor producto televisivo de la historia). Hablando de la pequeña pantalla, precisamente allí deberían haberse quedado estas "desapariciones en la séptima calle", siendo el formato semi-fallido "Masters of Horror" o "Fear Itself" un escenario mucho más correspondiente que no la pantalla de cualquier cine. Esta revisión en clave apocalíptica de la misteriosa historia de la colonia Roanoke y la aún más enigmática palabra "Croatoan", parece hecha con prisas y sin el mimo que Brad Anderson dedicó a sus anteriores creaciones. Es un survival-horror endeble que empequeñece más si lo ponemos al lado de alguna de sus principales fuentes de inspiración, como el aclamado videojuego "stephen-kingiano" 'Alan Wake' o 'La niebla', de Frank Darabont (en la que también aparece el nombre del prolífico escritor de Portland). En otras palabras, lo mejor que puede hacerse es seguir el ejemplo de la historia y evaporar cualquier recuerdo concerniente a dicho despropósito. Lo que no conviene olvidar es este dato... y poca broma: ¿cuál fue la última película buena en la que apareció John Leguizamo? Con todo el cariño, que conste.

El homenaje y entrega del Premio Máquina del Tiempo a Richard Kelly ha sido un augurio de lo que estaba por llegar. El director del título de culto 'Donnie Darko', con cada nuevo trabajo se confirma como un auténtico "one hit wonder"... lo mismo podría decirse de James Wan, un realizador que no ha vuelto a dar en la tecla adecuada desde su ópera prima, 'Saw' (¡quién te vio y quién te ve ahora, Jigsaw!). Valga decir que a pesar de que sus obras posteriores sean indefendibles (una por ridícula y la otra por ser moralmente repulsiva), siempre encontré que Wan cumplía con buena nota sus obligaciones. Con 'Insidious' no puede decirse ni esto. La razón es que el director no parece nunca cómodo con la historia (¿apuntamos nuestro dedo acusador a la influencia ejercida por Oren Peli?), o lo que es peor, no parece que se tome el asunto demasiado en serio, apreciándose cierta desidia en su labor (''desidious'', haciendo el chiste fácil).

Esta historia de fantasmas que pretende ser el 'Poltergeist' del siglo XXI olvida que, para ostentar dicho título, debería ofrecer mucho más que unos cuantos sustos que pueden contarse con los dedos de la mano (a pesar de que algunos de ellos estén bastante bien conseguidos). Más que esto, lo que debería dejarnos una experiencia que aspira a tanto es una sensación de mal rollo permanente. He podido saltar de la butaca en más de una ocasión, pero les aseguro que, estando ahora solo en casa y con una señora tormenta haciéndome compañía, me entra la risa cuando visualizo el demonio (primo hermano del sith Darth Maul) que aterroriza a la familia protagonista, o cuando rememoro el viaje al "más allá", que parece directamente extraído de las peores secuelas de 'Pesadilla en Elm Street'. El siempre joven James Wan es un encanto, eso sí... no todos los directores se prestan con tanta devoción a atender las inquietudes de sus seguidores (que por increíble que parezca, han aplaudido a rabiar después de la sesión). Si sólo hubiera puesto la mitad de ganas en su última película...

Afortunadamente, desde el lejano oriente nos ha llegado un título que ha salvado a la jornada del descalabro total. Se trata de lo último de Pang Ho-Cheung, que como ya comentamos en nuestra guía previa del festival, se podría decir que venía en sustitución de otra de las vacas sagradas del certamen: Johnnie To. Visto cómo iba este día, firmamos dicha sustitución con los ojos vendados. Puede que el toque inconfundible del maestro del cine hongkonés se haya perdido en el remplazo por uno de sus más aventajados pupilos, pero lo importante es que 'Dream Home' ha sido sin duda la sorpresa agradable del día.

Supuestamente basándose en una historia real, con una mala leche encomiable y una puesta en escena vibrante en los momentos clave, Pang Ho-Cheung reflexiona brutalmente sobre un de por sí brutal mercado inmobiliario a las puertas de la reciente crisis financiera mundial. Para ello sigue los pasos de una joven pluriempleada que eliminará a todo aquel que se interponga entre ella y su gran sueño: tener en propiedad un piso lujoso bien situado y con vistas al mar. Una meta a la que procurará llegar cambiando la clásica pregunta "¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por la casa de tu vida?" por "¿Qué estarías dispuesto a hacer para que la casa de tu vida bajara de precio?" Créanme cuando digo que hará lo que haga falta. La prueba es una magistral pieza de ultra-violencia (muy hábilmente fragmentada a lo largo de la narración), delicatessen gore que a parte de hacernos olvidar los numerosos puntos renqueantes del filme (pensamos sobretodo justamente en el uso abusivo en algún tramo de los saltos temporales), hace méritos para ocupar un trono dorado en las memorias de los amantes de las experiencias más fuertes en el cine. Una propuesta -ahora sí- 100% Sitges.

Mañana más.

por Víctor Esquirol Molinas

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