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Maldito el exotismo

Vía Festival de Sitges por 14 de octubre de 2010
Exótico, dícese de lo extranjero, peregrino, especialmente si procede de país lejano, o de lo extraño, chocante, extravagante. Aplicado al mundo del séptimo arte, dícese de aquella condición sine qua non para dárselas de festival importante -sin acritud- y de aquellas películas producidas por cinematografías lejanas tomando la nuestra como referencia, y que, por muy globalizado que esté el mundo, se empeñan en demostrarnos que siguen practicándose temáticas/discursos/narrativas radicalmente diferentes a las que estamos acostumbrados. Es por ello que cuando toca visionar alguno de estos productos, crecen las reticencias y se encienden las alarmas, porque por mucho que digamos, siempre da cierta pereza salir de casa.

La organización debió pensar que al terminar el puente, pasara lo que pasara, habría un descenso notable en la afluencia de público, con lo que lo mejor sería poner sobre la mesa a lo largo de esta séptima jornada todo el pack exótico, aprovechando este pequeño impasse antes del fin de semana, y así no herir demasiadas sensibilidades. Buena jugada, tanto por parte de los programadores, como por parte de los que no se han acercado hoy a Sitges.La crónica de este mal trago empieza curiosamente con una agradable sorpresa titulada 'Easy Cash', de Daniel Espinosa. Algo huele a dinero en Suecia. El boom de la saga Millennium ha puesto de moda el cine negro nórdico, y es por ello que los peces gordos de las productoras, cuya función consiste básicamente en oler el negocio, han decidido abonarse al camino iniciado por el malogrado Stieg Larsson. Con este 'Snabba Cash' nos encontramos con un caso muy similar al de la estrenada este año 'Reykjavík-Rotterdam', cinta islandesa firmada por Óskar Jónasson que, de no haber sido por la Salander y compañía, seguramente nunca hubiéramos tenido el placer de ver en nuestras salas. En otras palabras, un film noir de la vieja escuela, visualmente atractivo y con buen sentido del ritmo.

Es otro caso en el que vemos terriblemente dinamitado el cada vez más falso mito del paraíso de los países escandinavos, al vernos rodeados por personajes de moralidad más que dudosa y ambientes sórdidos y violentos. Sí, el fatalismo, pesimismo y compromiso tan típicos de estas latitudes nos acompañan a lo largo del viaje, pero ello no resta atractivo a una historia bien hilada que, además de hablarnos de la faceta menos seductora del crimen sueco, lo hace también de la actual crisis económica y de la eterna lucha de clases. Al igual que el citado filme de Jónasson, no aporta nada nuevo al género, pero demuestra que "allí arriba", como diría nuestro querido Eidur, también puede hacerse cine accesible para todo el mundo. Y como diría el Gran Wyoming, "Si les gusta, haremos más". Veremos.

Primera prueba superada. Hasta aquí todo bien. Pero si algún iluso creía por algún momento que iba a irse de rositas, la película ucraniana 'My Joy' se ha encargado de borrarle dicha ilusión. Se trata de seguir a un camionero que, al intentar tomar un atajo para ahorrarse tiempo en su ruta de entrega, se pierde, teniéndose que adaptar a un entorno mucho más hostil de lo que cabía esperar. A lo largo del trayecto irá recogiendo a gente de lo más variopinta... y los espectadores irán desfilando por el pasillo central del Auditori para dar fin a tan insufrible pesadilla. Éste es el plan. Los aventureros que se queden comprobarán que la butaca que ocupan puede ser ideal para echarse una buena siesta, o seguirán confiando hasta ver el último fotograma (y llevarse entonces la gran decepción) en que el director Sergei Loznitsa espabile un poco. Incluso habrá una minoría que encuentre la experiencia la mar de interesante.

No es el caso de este cronista, que asiste incrédulo a las aburridísimas vivencias tanto del pobre camionero como de toda la comunidad que visitará. Por suerte, hay algún momento; alguna escena interesante, como la primera visita al mercado, que se traduce en un mar de primeros planos de gente con la que no nos gustaría cruzarnos por la calle, por decirlo finamente. Es de agradecer también que esta plomiza odisea obedezca a un propósito mayor, que no es otro que el de dejar por los suelos la herencia de la Unión Soviética -de ahí el uso de flashbacks-. ¿Moraleja? Tras la caída del Telón de Acero, sólo quedó una sociedad con el egoísmo y el instinto de supervivencia exageradamente acentuados. Ergo ni se les ocurra pisar esas tierras dejadas de la mano de Dios. Las oficinas de turismo de los países vecinos deben estarse frotando las manos... lástima -o suerte- que casi nadie vaya a oír los consejos del ex-camarada Loznitsa.

De Ucrania a Turquía. Tranquilos, esto no es Cannes... seguimos en Sitges, aunque el programa siga emperrado en demostrar lo contrario. Con 'Kosmos', tercera propuesta de la jornada para la Sección Oficial Fantàstic en Competición, sigue nuestra relación de amor/odio (con bastante más del segundo ingrediente) con el exotismo. Vaya por delante que a pesar de todo, esperaba con ganas el nuevo filme de Reha Erdem (en la fotografía), al ser éste un cineasta que, en los pocos trabajos suyos que he tenido ocasión de ver, me había sorprendido gratamente, al combinar perfectamente la exquisitez visual con un tono poético hipnótico y nada cargante... era el caso por ejemplo de la maravillosa 'Times and Winds', que nos hablaba de forma delicada y sensible sobre los conflictos intergeneracionales en el sí de un remoto pueblecito turco.

En una pequeña población se centra también la acción de esta cinta. Battal (AKA Kosmos) huye no se sabe muy bien de qué (hasta el final no lo deduciremos) hasta llegar a una comunidad fronteriza asediada por una guerra y una ventisca interminables. Es un ladrón con labia de profeta que además obra milagros... una combinación que dividirá a la gente que le ha acogido, entre los que sospechan de él y los que le ven como la respuesta a sus plegarias. Donde no ha habido tanta polémica ha sido a la hora de condenar la película... y aún suerte que Erdem estaba en el Auditori, lo cual ha hecho que la parroquia se haya contenido, porque todo apuntaba a un clamoroso abucheo. No ha sido el caso, pero hubiera sido lo más lógico después de que el cineasta de Estambul nos haya bombardeado durante dos horas con escenas reiterativas y sonidos agudos emitidos por Sermet Yesil y Türkü Turan (versión guapa de Charlotte Gainsbourg). ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por ofrecer una visión con tintes fantásticos y shakespearianos de la dualidad hombre/bestia que todos escondemos? Ni lo sé, ni me importa.

Siguiente parada... ¡España! Pero antes de que a alguien se le ocurra pedir una buena tortilla de patatas, recordamos, por si no había quedado claro, que el exotismo es hoy el único rey... de modo que mejor vayamos asumiendo que tocará pedir una ración grasienta de fish & chips. En efecto, para su nuevo largometraje, Manuel Carballo nos lleva a Inglaterra, tierra del delicioso steak tartar... aunque todo tiene un tufillo considerable a "pan tumaca" del cutre. 'La posesión de Emma Evans', tercer filme del subgénero de exorcismos presentado en esta edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, sigue la moda de apuntarse al -falso- cinéma vérité para hablarnos de entes malignos adueñándose del cuerpo de pobres adolescentes. Un experimento que explota en la cara del director barcelonés, que sin quererlo, concibe una de las mejores comedias del año (muy en la línea de lo que hizo el año pasado David S. Goyer con la también tronchante 'La semilla del mal'). Ya se sabe que reír es mucho más sano que aburrirse... razón por la que al fin y al cabo creo que hay que mostrar agradecimiento a Carballo y su historieta de niñatas que, para poder ir a un concierto con sus amigos y hacerle así la puñeta a su madre, deciden invocar al diablo. Impagable.

Pueden imaginarse el nivel de desesperación con el que hemos llegado algunos al final del día para que hipotecáramos buena parte de nuestra salud mental a Takashi Miike. Arriesgadísima jugada que -¡sorpresa!- ha salido bien (¿damos parte de las gracias al amuleto en forma matrimonio Corman, que momentos antes han recogido la Maria Honorífica a toda su carrera?). En 'Thirteen Assassins' (remake de la película de mismo título de 1963 dirigida por Eiichi Kudo) sucede aquello que nunca pensamos que se daría... la llegada a la edad adulta de un cineasta que a lo largo de su carrera ha hecho de la inmadurez su principal seña identitaria. Más vale tarde que nunca, y lo cierto es que la maduración de Miike ha llegado justo cuando más la necesitábamos, porque esta última propuesta de la jornada, también muy exótica pero más familiar que las anteriormente comentadas, ha arrancado por fin el más sincero aplauso del Auditori. Ya iba siendo hora.

Una ovación merecidísima, al conservar 'Thirteen Assassins' el aroma del mejor chambara (el western nipón dirán algunos), un género que si está bien llevado, puede contentar a todos los gustos con pasmosa facilidad. Es el caso de esta cinta, cuyo brillante prólogo, en el que se exponen las fechorías del malo malísimo de la función, augura algo totalmente diferente a lo que nos lleva mostrando Miike desde siempre. Aquí se renuncia en más de una ocasión a desenvainar la katana y a otro tipo de violencia en pos de una estupenda y prolongada presentación de los personajes; de un viaje en el que saldrá a relucir un excelente gusto paisajísito y aventurero. Un film hecho con mucho mimo y respeto por los clásicos. Así pues, como dictan los cánones, el camino recto del samurai terminará en una espectacular escena de acción de más de media hora (en clara consonancia con las luchas de multitudes de la saga 'Crows Zero') que, bajo el cartel de "masacre total", mezclará con suma elegancia el acero inquebrantable con la sangre. Al tiempo que nosotros nos deleitábamos con esos "trece asesinos", lo más seguro es que Takashi Miike diera por conluido uno o dos nuevos rodajes. Si lo ha hecho tan bien como en este Japón feudal, bienvenido(s) sea(n).

Mañana más.

por Víctor Esquirol Molinas

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