Resulta evidente que 'Amar' es la ópera prima de un cortometrajista, pues la sensación es que estamos ante un cortometraje alargado que no acierta a armarse ni a cerrarse como largometraje. Y eso que comienza muy bien, construyendo de forma muy creíble la relación de amor adolescente entre María Pedraza y Pol Monen, al menos hasta que hacia la mitad se hace "un Stockholm", cambia de tercio y se enreda (y enfanga) en sí misma.

Esteban Crespo demuestra buenas maneras, con la cámara y con la dirección de actores, pero es incapaz de dotar a sus buenas intenciones de un valor diferencial. Especialmente, a nivel argumental dónde brilla un discurso demasiado conservador, timorato, incluso carca y cobarde que priva a sus personajes de un enfrentamiento consigo mismos que denote algún fin distinto a la exposición más o menos llevadera, más o menos rutinaria.

Exposición llevadera vendría a ser lo de 'Me casé con un boludo', de Juan Taratuto, también lo de 'Me estás matando, Susana', Roberto Sneider. La primera argentina, la segunda mejicana, pero en ambos casos como si habláramos de lo mismo, de una exposición llevadera. Esto es lo mejor de ambas, su fluidez unido al encanto de sus respectivos protagonistas. Si se lo encuentran, claro, y no les molestan el ocasional histrionismo sin fundamento. Sendas producciones sin grandes pretensiones pero que sorprenden en no pocos momentos puntuales, momentos no obstante sin demasiado recorrido debido a la pretendida ligereza de, en ambos casos, dos respetuosos ejemplares genuinamente comerciales de como mostrar sangre sin haber derramado ni una sola gota.

Esto es, de asegurar el empate en lugar de ir a por el partido.

Por contra 'El candidato', de un Daniel Hendler a quién ahora no vemos detrás de las cámaras, si intenta ir un poco más allá. Un poco, no más, y más allá de la exposición llevadera queremos decir, tratando de dotar de algo más de empaque y mordacidad a esta diatriba política. Es cierto que no lo consigue, apenas, ni aquí ni más allá, si bien su esfuerzo, inofensivo aunque voluntarioso, dejan a la cinta en un agradable estado de simpática curiosidad (de usar y tirar).

De usar y tirar viene a ser también 'La niebla y la doncella', en lo que para entendernos podríamos resumir como un 'El guardián invisible' ambientado en la Gomera y no en Navarra. Para el caso, parecido, y así nos entendemos en pocas palabras. Llevadera y solvente, aunque sin la fuerza ni el nervio necesarios para ocupar un lugar prominente dentro de un género, el thriller, al que no alimenta más que en lo superficial. Cuanto menos evidencia que el cine español, como industria (y con jugones como Orio Paulo al margen), está empezando a entender que el thriller no es un 'Acantilado' que vive de lo que muestra... sino de lo que oculta. Eso, y que la intención requiere de estilo para tener sabor.

Como sabor tiene 'No sé decir adiós', cinta con la que decimos adiós por hoy. Por despedirnos con muy buen sabor de boca, que conste. El que nos deja la ópera prima del cortometrajista Lino Escalera quién, a diferencia de Esteban Crespo, logra armar y cerrar un largometraje que encuentra en las medias tintas su asombrosa fuerza. Un reencuentro familiar, entre lo tierno y lo agrio, un guión que tiende hacia lo visceral y una puesta en escena austera apoyada en dos actores, Nathalie Poza y Juan Diego, que ya miran hacia los Goya.

Un filme construido desde un evidente cariño que funciona, y muy bien, sorprendentemente bien, a la hora de reflejar sus huecos en un espectador al que le duele llenarlos, a poco claro está que aprecie el reflejo.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex