Dulce amargura
Vía Festival de Gijón
por reporter 21 de noviembre de 2015
¿Y quién te mandaría a ti ir Gijón? Son las tantas de la madrugada, la lluvia empapa las calles y el cerebro empieza a entrar en pánico, al entender que el régimen de horas de sueño al que le vas a someter a lo largo de los próximos diez días no va a ayudar, en absoluto, a la rehabilitación que tanto necesita. Y esperas a esa inspiración que de momento, no llega. Para que conste en acta, y por si lo habías olvidado, ayer mismo estabas en Italia. En el rincón del rincón más olvidado de la nación transalpina, para ser más exactos, y ya allí las fuerzas ya empezaron a flaquear. Serán los cambios de temperatura, será la acumulación de trabajo en esos agónicos últimos días... serán las despedidas. Será que al cuerpo le cuesta aclimatarse y que, admítelo, ya no es el que era. Te haces viejo. Jódete. Será también que eres un poco masoca, y que lo que más añorabas, más que a la familia y que a los amigos, era ponerte de nuevo a prueba. ¿Cuántas películas podré ver hoy? ¿En cuánto tiempo puedo ir de una punta a la otra de la ciudad? ¿Hasta cuánto aguantaré despierto? Qué triste; qué amargo...
Aunque como dijo el genio, a pesar de que el dinero no dé la felicidad, es siempre preferible llorar dentro de un Ferrari. Dicho esto, tampoco olvides que la organización ha tenido a bien pagarte el viaje, el alojamiento y las dietas. Ahora sí, todo empieza a tener un pelín más de sentido... Y dicho esto, empieza la 53ª edición del Festival de Cine de Gijón, con el fantasma de la política sobrevolando todavía sus salas, con una herencia histórica todavía por interpretar (del todo) y con, faltaría más, esas ganas de autodestrucción presentes en cada celebración de estas características. Y ahí te plantas, en unos Cines Centro que de milagro han llegado a la cita (seguimos conteniendo la respiración); en una de sus salas medio llena o medio vacía, dependiendo del estado de ánimo del observador. Nos prometen que esta vez la apertura está en buenas manos, y esto, sea el certamen que sea, es una gran (por inusual) noticia. Y fuera amarguras por favor, porque Arturo Ripstein ha decidido volver a la carga.
Cuatro años después de 'Las razones del corazón', el mexicano decidió presentar su nuevo trabajo en, por ejemplo, Venecia, Toronto o la plaza que ocupamos ahora. Por el camino, San Sebastián (¿se acuerdan?) cayó en el olvido, y perdonen la puñalada. Todo lo demás, digamos que sigue más o menos intacto. El veterano cineasta nos lleva a los bajos fondo de un país cuyas asignaturas pendientes se han convertido, definitivamente, en parte de su identidad. La luz oscura de la fotografía en blanco y negro de Alejandro Cantú es la carta de presentación perfecta para una obra que, a través de un afinadísimo sentido teatral, conjuga sabiamente la magia -negra- de la poesía con la del cuento moderno. Dos prostitutas de largo recorrido en la profesión van cediendo (qué remedio) a la evidencia de la edad, y a través de sus ojos, todo parece deformarse. La imponente figura de La Muerte y su AK47 se reduce a escala nanométrica, hasta presentarnos a otros dos personajes que sin quererlo (?) siguen poniendo a prueba los límites de lo grotesco. Mientras, la cabeza de familia nos incomoda con los lazos materno-filiales y el marido espera a que la mujer se vaya de casa para ponerse la ropa de ésta y hacer el amor, de forma animal, con aquel lindo jovencito que hace días que ronda por el barrio.
Qué triste; qué amargo... Y qué conveniente es recordar que puedes taparte los ojos cuando quieras. Pero claro, no lo haces. Porque aunque el espectáculo sea insoportable, hay algo en la manera de presentarlo que hace que todo sea más llevadero, si es que en dichas circunstancias puede usarse este adjetivo. Por supuesto, no se trata de suavizar el golpe, y mucho menos de ser benevolente a la hora de retratar una realidad que no admite falsificación alguna. Aquí, la gracia, por así llamarla, está en la mirada inconfundible de un autor cuya pasión, incontenible donde las haya, obra el mismo milagro que, por ejemplo, Spike Lee con aquel espejo neoyorquino obsceno. La rabia, el miedo y el asco reivindican la belleza del orgullo, confirmándose así la desgarrada (y claro está, desgarradora) carta de amor hacia este fango sobre el cual, nos guste o no, se cimenta todo lo que al final acaba por relucir. 'La calle de la amargura', ni falta hace decirlo, hace lo propio, huyendo de los placeres obscenos del ''pinche morbo'' para que la imagen reflejada final hable de algo que no todos son capaces de captar: El alma, exacto. De un(os) individuo(s), de una comunidad, de un país... Casi nada.
Y por desgracia, precisamente en esto se queda el nuevo trabajo de Alain Gagnol y Jean-Loup Felicioli. Después de quedarse a las puertas del Oscar con 'Un gato en París', la dupla francesa se desploma con 'Phantom Boy', arriesgada mezcla entre drama hospitalario (y con críos... vayan desempolvando la milonga aquella de ''el-producto-que-emocionó-a-Spielberg''), thriller policíaco e historieta de súper-heroes. Milagros de la animación: el límite lo pone la imaginación. Todo esto (y algo más) cabe en menos de hora y media de metraje. Ésta es, al menos, la promesa, y sí, técnicamente sí. El problema, más allá de la regulación de una inocencia que a veces limita demasiado la edad del consumidor, está en que los directores no acaban de creerse que en un solo relato puedan caber más de uno. La transición de la comedia a la acción y a los amagos de drama es casi siempre torpe, y evidencía que ninguno de los frentes acaba de rendir del todo. No cojea por ningún sitio, pero tampoco destaca, contentándose en hacer que el tiempo transcurra rápido (que no es logro menor) y si acaso en arrancarle al público alguna que otra sonrisa. Y ya.
Con mejores sensaciones nos vamos de la sesión de 'The Invitation', flamante vencedora del Festival de Cine Fantástico de Sitges. La nueva película de Karyn Kusama es, como dice el propio título, una invitación. A ese cine de género de interior, que no necesita de grandes aspavientos para llevarnos hasta la misma esencia del fantastique (salvando las diferencias, vienen a la mente títulos como 'The Man From Earth' o 'Coherence'). Dicha invitación se extiende también a convertir la sala de cine en ni más ni menos que el punto de encuentro ideal para la terapia de grupo más demoledora. Will y Eden se reencuentran, dos años después de la traumática muerte de su hijo, en casa de la segunda. Les acompañan el grupo habitual de amigos. En el aire, una incomodidad que irá aumentando de forma exponencial. Sabia en la cocción de una atmósfera cada vez más enrarecida (imprescindible para ello la estupenda partitura de Theodore Shapiro), el film se mueve entre el estímulo de la genialidad y el desconcierto de la engañifa. Mantiene, en cualquier caso, el interés suficiente para que la densidad de los sujetos tratados (el siempre complicado proceso de pasar página, la libertad del individuo frente a la presión social...) no choque con una conciencia del entretenimiento ciertamente envidiable.
Mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
A mí no me desagradó, al menos no tiene ínfulas de nada. Lo que pasa es la que un festival de cine le queda grande, es la típica película para rellenar cartelera.
1. La calle de la amargura (Arturo Ripstein)
2. Right Now, Wrong Then (Hong Sang-soo)
3. Mysterious Object at Noon (Apichatpong Weerasethakul)
4. The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers (Ben Rivers)
5. Neon Bull (Gabriel Mascaro)
6. Un monstruo de mil cabezas (Rodrigo Plá)
7. Underground Fragrance (Song Pengfei)
8. Aferim! (Radu Jude)
9. Langosta (Yorgos Lanthimos)
10. Under Electric Clouds (Aleksei German Ml)
La cuestión es que las de Rivers, Lanthimos y German vienen del SEFF, y la de Weerasethakul tiene tres lustros, así que para completar la lista de premieres nacionales del FICX metería esta tanda de documentales:
- The Woods Dreams Are Made Of (Claire Simon)
- Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)
- The Thoughts That Once We Had (Thom Andersen)
- Iraqi Odyssey (Samir)
Sigue lejos del SEFF, y sigue habiendo demasiada broza, pero pienso que el FICX va dando algunos pasitos en la buena dirección. Y el palmarés, ya sólo por dar los dos premios principales a Hong y Ripstein, me ha parecido modélico (se huele la influencia de Miñarro).