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Invitados de excepción

Vía Festival de Cannes por 14 de mayo de 2016

Estás que te subes por las paredes, que te tiras del pelo, que te ahogas en tu propia bilis, que te bajas las escaleras de casa haciendo el pino-puente y blasfemando en arameo... Esto es un ultraje; es indignante. Jamás en tu vida te habías sentido así porque de hecho, jamás te habían tratado así de mal. Y eso que ya te habían prevenido de que aquí, en Cannes, no se estila demasiado la cortesía; que si pueden, te la van a meter doblada, y que cuánto más duela, mejor. Todo esto ya lo sabías, pero es que ni así has podido encajarlo. Y no es para menos. Te fuiste a dormir ayer algo nervioso. Porque ya te quedaban pocas horas de reposo y porque a la mañana siguiente recibías a un invitado muy especial. Querías que todo estuviera perfecto cuando él llegara; que se llevara una buena impresión, que se quedara con ganas de volverte a ver. Así que re-programaste la alarma del móvil, avanzaste un poco la hora fatídica y conciliaste el sueño acabando de concretar los últimos detalles. Al despertarte, parecía que tuvieras doce brazos y varios cerebros. En tu vida habías estado tan activo. A nivel mental, psíquico y, ya puestos, espiritual.

Barriste dos veces (para asegurar) el recibidor, le sacaste brillo al mármol de la cocina, fregaste a conciencia el retrete, te desinfectaste todo el cuerpo (dos veces, también) y te pusiste a cocinar. Cual poseso. Con los mejores ingredientes y echando mano de las recetas más deslumbrantes que guardabas en la chistera... A los pocos minutos, el olor que surgía de los fogones alimentaba, literalmente, y la casa irradiaba luz propia. Tú, es que ya te veías conquistando la gloria. Estaba todo ''niquel''... hasta que llegó él. Puto desgraciado. Se puso a picar a la puerta como un comandante de la Gestapo, cuando abriste y le fuiste a dar la mano, te escupió y te insultó. A ti y a todos tus familiares. Tanto a los vivos como a los muertos. Acto seguido, se bajó los pantalones y empezó a cagarse en las plantas del hall. Sin que te diera tiempo a reaccionar, te robó el mechero y le prendió fuego a las cortinas, creando así un incendio que se extendió, en cuestión de segundos, por todo el hogar, chamuscado hogar. Y así, sin más, se largó... no sin antes masturbarse ante la, para él, orgásmica visión de ver tu vida completamente destruida.

Cuando por fin te quedaste a solas y recobraste el sentido, vino lo de los fluidos corporales y lo de las escenas del Exorcista... y poco después, la pertinente denuncia a la policía. Había que atrapar a aquel desalmado, fuera como fuere. Que todo el peso de la ley cayera sobre sus culpabilísimas espaldas. Y ahí fuiste, y te atendieron (después de cinco horas), y rellenaste los formularios que te pasaron, y cuando por fin te preguntaron por el nombre del desgraciado aquel, dijiste que el tipo en cuestión se hacía llamar Bruno Dumont... a lo que el agente reaccionó ipso facto. ''¿Bruno Dumont? Pero hombre... ¿cómo se le ocurre dejarle entrar en casa? Mire, mejor se lo digo ya. No hay seguro que le pueda cubrir ante esto. Nosotros, desde luego, no podemos hacer nada.'' Y así fue. Exactamente así. De verdad. Pasó en Cannes (¿dónde si no?), el mejor festival de cine del mundo mundial. ¿Por qué? Porque para bien o para mal, de ahí se extraen, cada día, un par de lecciones vitales que sin duda nos ayudan a sobrevivir en esa jungla en la que nos ha metido el destino.

La de hoy, y basta ya de metáforas baratas, nos habla del peligro de dejar entrar en nuestras casas, a según qué individuos. Atención, porque apenas llevamos tres días de competición, pero algunos patrones ya empiezan a vislumbrarse. El primero, está clarísimo: el cine francés viene apostando muy fuerte por el siempre reivindicable arte del trolleo. Antes a esto se le conocía como, digamos, ponerlo todo patas arriba. Ahora la RAE, que está muy abierta a los nuevos tiempos, acepta esta palabreja. A lo que íbamos, que la organización cannoise ha querido que uno de sus enfants terribles predilectos irrumpiera, a saco, en nuestras vidas. Empieza, a las 8:30, la sesión de 'Ma loute', y las risas se contagian, a la velocidad de la luz, en prácticamente todos los asistentes al Grand Théâtre Lumière. Desgraciadamente, diez minutos después, la cosa ya va más de bajón. Diez minutos más tarde, la sala ya empieza a parecerse demasiado a un funeral. Y esto que lo que estamos viendo es una comedia en toda regla. Lo cual no implica que ésta vaya a obedecer a ninguno de los códigos, más o menos clásicos, que definen dicho género cinematográfico.

Digamos que en 'Ma loute', todo el mundo está invitado a librarse a la carcajada más sonora. En prácticamente cada una de las escenas... el problema (aunque no tiene por qué serlo) es que el hilo conductor lo ofrece un humor tan sui generis, que es igualmente lícito no conectar con él. Dumont como pez en los mares del norte de Francia. En su salsa, vaya. ¿Demasiado? Seguramente. El autor se libra por completo a sus impulsos feístas hasta abrazar, primero, lo histriónico, y poco después, lo grotesco. Nada nuevo bajo el sol del Pas-de-Calais, solo que en esta ocasión todos estos rasgos (virtudes o lastres en potencia) están tan estirados que la paciencia, sin duda, se pone demasiado a prueba. Por ejemplo, Juliette Binoche. ¿La odiabas ya? ¿No? Pues espera a ver esta película. Tres cuartos de lo mismo para Fabrice Luchini, y para Jean-Luc Vincent, y desde luego para Valeria Bruni Tedeschi, y... Ya me entiendes. Cada escena; cada situación, está diseñada para producir una reacción visceral en el espectador. Al principio el ritmo se sigue; ya para la mitad, el tren se ha ido, dejándonos con la sensación de que Monsieur Dumont sólo respeta sus propios códigos (es parte de su encanto), y de que paso a paso, se confirma como uno de los más apasionantes (por único; por cafre) cronistas del Majadero Nacional, es decir, de ese invento llamado Francia. En él coexisten, de aquella manera, la aristocracia y la clase obrera; los de la ciudad con los del pueblo; los que respetan la ley con los que, directamente, defecan sobre ella; los vegetarianos con los carníboros. Ríete de la égalité, y ya que estás, prueba a incorporar el canibalismo en la dieta. A ver cómo te sienta.

Y si te queda espacio en el estómago, métete en la otra sesión de la Sección Oficial a Competición de hoy. Desde Alemania nos llega 'Toni Erdmann', nuevo largometraje de Maren Ade, quien para la ocasión nos presenta a Ines, una empleada alemana de una multinacional de su mismo país, con sede en Bucarest. Como otros muchos personajes de esta 69ª edición de Cannes, a la pobre la invade el miedo a no cumplir con las expectativas que el mundo, en general, ha depositado sobre ella. En éstas que su excéntrico padre se planta, sin previo aviso, en su oficina para recordarle que en esto de la vida, lo más importante no se cuantifica ni en el puesto que uno ocupa en la empresa de turno, ni mucho menos en los ceros que se acumulan en la cuenta corriente. A simple vista, podría parecer otro de estos folletos de auto-ayuda que se sirven de la simpatía sólo para adoctrinarnos con más facilidad. Nada más lejos de la realidad. De hecho, lo primero que distingue a la película de la amplísima mayoría de las que hemos visto (en lo que va de festival, año, temporada...), es que no es nada de lo que en un principio se espera de ella.

Lo nuevo de Herr Ade podría ser una comedia que juega a no serlo... del mismo modo que sería también un drama que evita conformarse con su propia naturaleza. Digamos que los golpes de efecto de tanto un bando como el otro fluyen con tanta naturalidad, que hacen de lo imprevisible la puerta de entrada ideal, primero para sorprendernos, y luego para llevar a cabo un estudio de personajes ciertamente encomiable. Tanto por su presentación como, sobre todo, por su posterior construcción, tan atípica como creíble y, a la postre, cálida en su acercamiento al siempre complejo amor paterno-filial (más aún en estos tiempos en que las relaciones laborales parecen haber suplido cualquier vínculo emocional clásico). Éste nos deja, para el recuerdo, escenas que piden a gritos desternillarse, otras emocionarse casi hasta las lágrimas. Juntas, componen un camino quizás demasiado largo (las dos horas y media de metraje acaban pesando demasiado), pero trazado con una solidez que acaba por borrar, de forma fulminante, cualquier atisbo de duda que pueda surgir entre el subir o bajar la cremallera, y el darse cuenta, finalmente, de que en ocasiones, lo mejor es prescindir de la ropa para mostrarle así a los demás, cómo somos realmente. Qué fácil parece; qué difícil es en realidad... y qué sencillo (que no simple) lo hacen algunas afortunadas. Bravo.

Así el nivel de la Competición, las alternativas de la Croisette lo tenían difícil para plantear una alternativa mínimamente creíble, aunque papeletas más bestias ha tenido que resolver, a lo largo de su historia, la casi siempre fiable Quincena de los Realizadores. Hoy hemos ido, definitivamente, de menos a más. Para empezar, la belga 'L'économie de couple', de Joachim Lafosse, especie de quiero-no-puedo ''farhadiano'' sobre la desintegración de una familia compuesta por mamá, papá y sus dos adorables hijas. Lo que viene a ser un clásico en el director de Uccle, vaya. Si bien el drama romántico-familiar está bien ejecutado (hablamos, por ejemplo, de la máxima fiabilidad tanto en la exposición narrativa como en la dirección de actores), es de lamentar que con un material tan potente entre manos, el resultado final se quede en algo, simplemente, tan correcto. Para muestra, dos botones. Bérénice Bejo y Cédric Kahn, la dupla protagonista, se muestra igual de cumplidora en cada una de las escenas, y sin embargo, no va más allá de aquello que las auténticas ambiciones podrían exigirles. Lo mismo con el conjunto, algo increíble en el planteamiento y forzado en la creación de ciertos conflictos. La bronca se erige, obviamente, como único combustible descubierto, y sí, en parte es así, pero hay mucho más detrás, o debería haberlo. Lafosse, simplemente, lo ignora. Dommage.

A quien no se le pueden poner tantas quejas, es a Pablo Larraín, quien inexplicablemente sigue sin convencer a la organización de Cannes para ponerlo en la carrera por la Palma de Oro. Pero bueno, en parte para esto está también la Quincena, para corregir anomalías. Ahí mismo hemos visto, como ya sucedería con la imprescindible 'NO', lo nuevo de este igualmente imperdible autor chileno. 'Neruda', como dice el propio título, podría parecer un biopic a la vieja usanza, dedicado al mítico poeta y político, pero no es así. De clásica sólo tiene la apariencia (de la apariencia); todo lo demás obedece a una conciencia tan moderna como certera en la consecución de sus propósitos. El objetivo, más que contarnos episodios más o menos relevantes en la vida del otro Pablo, es el de fundir los elementos, los que sean. El gato con el ratón; el perseguido con el perseguidor; la realidad con la ficción, la historia con la Historia y, claro está, la poesía con el cine. Y en esto último nos quedamos, en cine en estado puro, que hace con los géneros aquello que más le conviene (sin necesidad de pervertir a ninguno de ellos), para que el alma del artista (tanto el homenajeado como quien le homenajea) se mezclen también para sumar, y en ningún caso estorbarse la una a la otra. El resultado es, sobre el papel, tan frío como el de la suma matemática más simple; sobre la pantalla, tan abrasador que hasta derretiría toda la nieve de los Andes.

Mi cerebro, por cierto, por ese camino anda. Bonne nuit.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol

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