El cine francés entra en escena
Vía Festival de Cannes
por reporter 17 de mayo de 2012
Hoy, día en el que la franquicia cinematográfica de James Bond cumple cincuenta años (efemérida que desde Cannes se celebra con el pase en la playa de 'James Bond contra el Dr. No' y 'Casino Royale'), es el momento ideal para recordar que forma parte del código no escrito de los festivales de cine. Nadie lo dice; nadie hable de ello porque al fin y al cabo, es un hecho no-demostrable. Pero el caso es que en todo este tipo de competiciones, donde están en juego grandes premios (la Sección Oficial a Competición de Cannes con la Palma de Oro como meta final, por ejemplo) dan cierto margen al espectador para que éste vaya cogiendo rodaje. Como exige el guión, están por llegar muchos días intensísimos, y no es cuestión de darle caña al cuerpo a las primeras de cambio... esto le corresponde al tiempo, que por definición, desgasta.
Es por esto que, rara vez en estas celebraciones se ve en las primeras jornadas alguna de las películas que van a volver a casa con los grandes galardones en el bolsillo. Pero ya se sabe, toda regla, esté escrita o no, tiene excepciones. La de hoy la hemos encontrado en el título 'De rouille et d'os', cuya traducción literal sería ''óxido y huesos''.
Dirigida por, Jacques Audiard, uno de los cineastas franceses más soberbios de los últimos tiempos (véase 'Un profeta', véase 'De latir mi corazón se ha parado'...) y protagonizada por Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts (por lo visto, también soberbios ambos), la historia nos relata la deriva de dos personajes torturados (ella mutilada tras un espantoso accidente laboral; él directamente con una vida que no le ha dejado nada, más allá de un hijo menor de edad) unidos en su miseria y por una relación de absoluta dependencia.
Jugando a su antojo con los relatos de Craig Davidson, Audiard lleva al límite sus tesis fílmicas sobre los sentidos y aunque, a juzgar por los comentarios de la prensa especializada, no haya terminado de cuadrar del todo bien la multitud de historias que plantea, ya nadie le quita el sonoro aplauso que ha cosechado en el primer pase de esta mañana. De modo que he aquí una posible excepción a la regla antes mencionada. Lo veremos dentro de poco más de una semana, pero de momento, los nombres de Audiard, Cotillard (de la que por cierto hoy mismo se ha sabido que este otoño va a rodar con el gran Asghar Farhadi) y Schoenaerts para anda parecen alejados del palmarés.
Por su parte, la Quincena de los Realizadores (el evento paralelo e independiente al Festival principal de Cannes) ha confirmado que hoy era el día de cine francés. En efecto, puede que el escenario en el que se ha presentado 'The We and the I' no sea el que más focos concentre, pero de esto ya se encarga el director detrás de dicho proyecto: Michel Gondry.
Después de un breve (y para muchos, fallido) flirteo con el cine más comercial con 'The Green Hornet', Gondry vuelve a sus raíces de autor inquieto e independiente con este curioso título que sigue en forma de documental a un grupo de adolescente en su viaje urbano en autobús en el que salen a relucir los aspectos y actitudes que revelan qué significa hoy en día pasar por la siempre convulsa etapa de nuestras vidas en la que parece que solamente importen las hormonas.
Después del baño refrescante del ahora sí cien por cien auténtico Gondry, la Sección Oficial a Competición ha vuelto a reclamar la atención con la cinta 'Baad El Mawkeaa (After the Battle)', del egipcio Yousry Nasrallah, un autor que en sus anteriores trabajos ya había dado muestras de estar completamente concienciado de la peliaguda -precaria dirán otros- situación sociopolítica de su país. No hace falta ser un genio para juntar las piezas de la ecuación y darse cuenta que estamos ante la primera película sobre el inicio de la desde el primer momento histórica primavera árabe.
Estamos pues bajo la alargadísima sombra de la plaza Tahrir, que como bien sabemos, no solo auspició unos eventos que sacaron de sus casillas a cierto cantante de nuestras tierras que solo quería ver las Pirámides, sino que fue el inicio de una rebelión -o revolución, para los más osados- que debe suponer un antes y un después en el mundo árabe. Así como Audiard ha conseguido la aprobación general, no puede decirse lo mismo de lo último de Nasrallah, al que si bien se le ha reconocido su valentía y conciencia, también se le ha recriminado la poca solidez con la que ha dotado un conjunto demasiado irregular.
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