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''The whole city is a cinema'' (AKA Balance general)

Vía El Séptimo Arte por 21 de febrero de 2012
Diez jornadas, cuarenta y nueve películas y un día de -necesario- descanso después, la Berlinale sigue aún presenta en la mente. Las sorpresas, los triunfos, las decepciones, las reacciones... todo sigue mezclado y agitado. Con este breve repaso y balance general de lo que ha sido esta 62ª edición del Festival de Cine de Berlín, pretendemos poner orden al caos, así como dejar constancia de todo aquello que no debería caer en el olvido, pues el mundo del cine es líquido como el agua y a veces cruel como el fuego con los que por alguna razón u otra, son incapaces de captar la atención que tal vez merecerían. Vamos allá, y comenzamos por el único punto por el que se puede empezar en estas ocasiones: por el final, que a fin de cuentas es el que más importa.

Poco antes de que arrancara la gala de clausura (y poco después de que el director del certamen Dieter Kosslick nos desconcertara con una breve danza al más puro estilo Bollywood), el Presidente del Jurado, Mike Leigh, hizo público su lamento por tener tan pocos premios para tantas películas. Ni falta hace decir que daba a entender que este año en la Berlinale no habría ninguna clara vencedora, a diferencia de lo que sucediera en el curso anterior con la brillante 'Nader y Simin, una separación', de Asghar Farhadi (que por cierto, formaba parte del Jurado de este año). Dicho y hecho, el anuncio de los ganadores en las diversas categorías ya daba a entender que el cineasta autor de 'Another Year' o 'El secreto de Vera Drake' había sido transparente a la hora de mostrar sus intenciones.

La verdad es que tampoco hay demasiado que reprochar a este caso de políticamente correcto ''café para todos'', al haberse quedado esta Berlinale huérfana de grandes títulos, aquellos que mientras se ven impactan y al salir de la sala de cine, continúan presentes en la memoria, con vistas a quedarse en ella durante mucho más tiempo. ¿Quién tiene la culpa de dicha ausencia? Como siempre, la tienen los máximos encargados de la organización, llámense Dieter Kosslick, Thomas Hailer o como se prefiera. Así como las alabanzas se las quedan ellos cuando hablamos de aciertos, también es su responsabilidad cargar con las quejas cuando las cosas no han ido según lo planeado. Eso sí, tampoco hay que olvidar que este es un caso en el que sería injusto adjudicar dicha culpa a un(os) sujeto(s) concreto(s), ya que ésta viene en gran parte definida por factores externos.

Hablamos por supuesto de la feroz contienda no-declarada entre los festivales cinematográficos de Clase A, por hacerse con el favor de los mejores autores/productores con tal de tener más opciones a la hora de proyectar estas grandes películas que comentábamos antes. En esta guerra sin cuartel, dos participantes tienen una holgadísima ventaja respecto a los demás. Dos monstruos llamados Cannes y Venecia que se reparten entre ambos la amplia parte del pastel. Lo que sobra, excepciones a parte, tiene el permiso para probar suerte en cualquier otro certamen. Esto lo están notando especialmente en San Sebastián, cuya proximidad en el calendario con La Mostra no hace sino agravar los síntomas de esta enfermiza competición. En Berlín obviamente no son ajenos a ello.

Por esta razón disminuye el peso de la responsabilidad del equipo comandado por Kosslick. Visto el panorama, la Berlinale (que no lo olvidemos, salvo sorpresa mayúscula, cuenta en su haber con el Oscar a la Mejor Película de habla no-inglesa de este año) ha conseguido un año más capear el temporal con dignidad a través de una buena -que no excelente- gestión de los recursos de los que disponía. Esto es, una interesante selección que aseguraba el eclecticismo (requisito sine qua non en este tipo de citas) y la calidad de una Sección Oficial a Competición que como tal tiene la obligación de erigirse en motor principal de festival. Así pues, el reto era maquillar la falta de nombres de primerísima línea (por mucho que -incomprensiblemente- ganara en 2009 el Premio a la Mejor Dirección en Cannes, Brillante Mendoza no debería entrar en este grupo, por la misma razón que se debería excluir a los decadentes Taviani, a pesar de que a la postre se alzaran con el Oso de Oro).

De modo que no quedaba otro remedio que jugárselo todo con las apuestas arriesgadas, aquellas que sin alejarse demasiado de los cánones exigidos aquí en Berlín, y sirviéndose del factor sorpresa, consiguieran causar impacto en la audiencia. En este sentido, misión cumplida, y con una nota superior al simple aprobado. Porque puede que algunas propuestas fueran despedidas con aplausos y otras con abucheos, pero casi todas ellas fueron objeto de apasionados -incluso acalorados- debates en los abarrotados pasillos del Palast. Es por esto que el hecho de que 'Cesare deve morire' fuera encumbrada como la Mejor Película de esta edición, queda casi en un segundo plano en comparación con la polémica surgida a raíz de apartar a los grandes favoritos del cajón más alto del podio.

¿Será recordado el discurso de agradecimiento de Paolo y Vittorio? Puede, pero mucha más esperanza de vida cabe otorgarles a las caras de circunstancias de Benedek Fliegauf, Ursula Meier o Miguel Gomes al recoger sus respectivos premios, que dicho sea de paso, les confirmaban de manera agridulce como los grandes derrotados este año en Berlín. Especialmente memorables fueron los dos últimos, Meier al agradecer pero no entender qué galardón acababa de ganar; Gomes (a un paso de confirmar una noche de ensueño para el cine portugués), la incredulidad encarnada, al no salir de su asombro por haber recibido el reconocimiento a la innovación cinematográfica... cuando él hubiera puesto la mano al fuego al afirmar que había firmado una película clásica hasta la médula.

Este toque picante es el que gusta en la capital germana. Esto y las obras comprometidas, las de denuncia, las que nos quitan la venda de los ojos y nos muestran realidades horribles que acostumbran a quedar al margen de los focos mediáticos. Un fuerte espíritu de conciencia (véanse los innumerables carteles de protesta en contra del encarcelamiento del cineasta iraní Jafar Panahi, que inundaron los alrededores del Berlinale Palast durante la celebración del certamen) alimenta en buena parte un festival que precisamente por esto ha tenido en las comunidades más desfavorecidas, las problemáticas, la homosexualidad... algunos de sus principales temas principales, con especial (contundente dirán otros) presencia de éste último.

Lo dirá cualquier habitante de la ciudad con el que se tenga la oportunidad de intercambiar algunas impresiones: Berlín es una ciudad que hace de la tolerancia una de sus más resplandecientes banderas. Por esto no debe sorprender que el gusto por lo alternativo esté en mayor o menor medida presente en buena parte de sus bares, sus calles... sus películas. Aquí es cuando nos topamos con el que realmente es el principal activo de la Berlinale, su sección Panorama, capitaneada desde hace veinte años (que se dice pronto) por un Wieland Speck que edición tras edición se las ingenia para que su titánico trabajo quede reflejado en una muestra, que rebosa carisma y frescura, de los sabores más exóticos provinentes de todo el mundo más rompedores, sugerentes, y con mayor capacidad para conectar con el público.

Está prohibido decirlo en voz alta, pero la salutación ''Good evening in Panorama'' se ha convertido en algo más que el grito de guerra favorito de los espectadores. Se ha convertido seguramente en el mejor sitio de la Berlinale para depositar toda la fe y las esperanzas. Aquí la apuesta sí que es segura... pocas veces se va uno decepcionado de una de sus sesiones. Si acaso, queda la duda puñetera de por qué algunos de sus títulos no llegaron a la Sección Oficial a Competición. La respuesta es todavía más amarga: por la carencia del maldito pedigrí, un elemento que a la larga acabará con estas citas cinematográficas a priori imprescindibles. Imprescindible es precisamente el carácter al que no se debe renunciar. Es precisamente cómo se ha mostrado este certamen.

Lo ha hecho con sus luces y sus sombras, pero lo ha conseguido al fin y al cabo. En el apartado de aspectos negativos es imposible no hablar de un programa excesivamente apretado, razón por la cual se nos han quedado por el camino trabajos tan esperados como el nuevo de Werner Herzog o el de Hsou Hsiao-Hsien. También cabría destacar el trato a la prensa, que si bien fue excelente en las salas de cine, no puede decirse lo mismo en el resto de instalaciones, o la incapacidad mostrada un año más a la hora de atraer al llamado cine comercial, o al menos al de máxima notoriedad, que guste o no, es uno de los elementos imprescindibles para que se dé el quid pro quo entre arthouse e industria, imprescindible para que estos grandes circos del séptimo arte sigan funcionando.

En la carpeta de puntos a favor, a parte de la comentada fiebre cinéfila de la que se contagió Berlín (haciendo bueno el slogan ''The whole city is a cinema''), apuntamos el buen gusto por la variedad, la innovación y el riesgo, además de otros aciertos como el protagonismo cedido a una industria china, que para bien o para mal, está destinada a jugar un papel cada vez más fundamental en este negocio. Balance sin lugar a dudas positivo que nos sirve para despedir nuestra primera andadura por tierras germanas. Entonamos el ''hasta la vista'' no sin antes agradecer a la organización del festival el haber confiado en esta web, así como a todos los lectores que han ido siguiendo día a día nuestra cobertura. A todos ellos, muchas gracias, además de compartir el firme deseo de repetir esta maravillosa experiencia el año que viene.

Para terminar, y para que conste en acta:

Nos ha encantado...

La mirada inigualable de 'Marina Abramovic: The Artist is Present', de Matthew Akers; el terror verídico de 'Just the Wind', de Benedek Fliegauf; el cuento cruelmente divertido 'L’enfant d’en haut', de Ursula Meier; el choque cultural y generacional de 'Jayne Mansfield's Car', de Billy Bob Thornton; la perfección técnica de 'White Deer Plain', de Wang Quan'an; la crudeza semi-onírica de 'Rebelle', de Kim Nguyen; la complejidad familiar de 'Kuma', de Umut Dag; la adolescencia descarada de 'Dollhouse', de Kirsten Sheridan; el ritmo afro-caribeño de 'Marley', de Kevin Macdonald; el desparpajo queer de 'Leave it on the Floor', de Sheldon Larry; el humor y ternura freak de 'Rentaneko', de Naoko Ogigami.

Nos ha interesado...

La atractiva perspectiva histórica de 'Les adieux à la reine', de Benoît Jacquot; la no-ficción shakespeariana de 'Cesare deve morire', de Paolo Taviani y Vittorio Taviani; la frialdad de 'Barbara', de Christian Petzold; los dilemas erótico-teológicos de 'Metéora', de Spiros Stathoulopoulos; la intensidad irregular de 'Captive', de Brillante Mendoza; las tensiones familiares de 'Home for the Weekend', de Hans-Christian Schmid; el simpático surrealismo de 'Postcards from the Zoo', de Edwin; el moderno clasicismo de 'Tabu', de Miguel Gomes; los claroscuros nórdicos de 'Mercy', de Matthias Glasner; el estilo de 'Anton Corbijn Inside Out', de Klaartje Quirijns; la adrenalínica tontería 'Indomable', de Steven Soderbergh; la comedida irreverencia de 'Young Adult', de Jason Reitman; la devoción digital de 'Side by Side', de Chris Kenneally; la disección social de 'Bel Ami', de Nick Ormerod y Declan Donnellan; el delirium tremens de 'Keyhole', de Guy Maddin; la cursilería sensiblera de 'Tan fuerte, tan cerca', de Stephen Daldry; la épica roñosa de 'The Flowers of War', de Zhang Yimou; la locura macarra de 'Iron Sky', de Timo Vuorensola; la experimentalidad de 'Negotiating Love', de Calle Overweg; el dramatismo cómico de 'Spanien', de Anja Salomonowitz; el acercamiento a la Colombia negra de 'Chocó', de Jhonny Hendrix; el caos introspectivo de 'L’âge atomique', de Héléna Klotz; la inversión genérica de 'Headshot', de Pen-Ek Ratanaruang; el amor a cuatro bandas de 'From Seoul to Veranasi', de Jeon Kyu-hwan; el mensaje de orgullo tanto de 'Audre Lorde - The Berlin Years', de Dagmar Shultz como de de 'Anak-Anak Srikandi', del grupo Children of Srikandi Collective.

Nos ha decepcionado...

La empanada mental de 'Aujourd’hui', de Alain Gomis; el insulso cautiverio de 'À moi seule', de Frédéric Videau; el fantasmagórico despropósito de 'Dictado', de Antonio Chavarrías; el manierismo histórico de 'A Royal Affair', de Nikolaj Arcel; la repugnante inmoralidad de 'En tierra de sangre y miel', de Angelina Jolie; la anemia de 'Shadow Dancer', de James Marsh; el exceso ridículo de ' Flying Swords of Dragon Gate', de Tsui Hark; la caspa de 'Don - The King is Back', de Farhan Akhtar; el sensacionalismo de 'The Summit', de Franco Fracassi y Massimo Lauria; los reiterativos males amorosos de 'Keep the Lights On', de Ira Sachs; la empalagosidad de 'Bliss', de Doris Dörrie; la incomprensible occidentalización de 'Man on Ground', de Akin Omotoso.

Auf wiedersehen y...

¡El año que viene, más!

Por Víctor Esquirol Molinas

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