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'Los juegos del hambre' - The Game on Fire

Vía El Séptimo Arte por 19 de abril de 2012
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The show must go on. El espectáculo debe continuar. No es ningún descubrimiento el que la industria cinematográfica está en constante necesidad de llenar sus arcas hasta los topes. Ya sea por pura avaricia, ya sea por imperativa necesidad (admitámoslo, éste es un arte que acostumbra a salir caro), el caso es que lo normal en las productoras, desde su nacimiento hasta su muerte, es que destinen buena parte de sus recursos a la búsqueda de gallinas de los huevos de oro. Esto es, inversiones seguras que les aseguren una buena tajada en el box office, que al fin y al cabo, de esto vive el negocio. Bajo esta tesitura, el público teen (con disposición de los recursos suficientes para pagar una o más entradas de cine, y con altísimo niveles de fanatismo para con sus diversos tótems) es ya de por sí una mina inagotable de ingresos.

Tras esta clase barata de sociología, toca hacer de productor codicioso y localizar el nuevo fenómeno encumbrado por los adolescentes. Cabe preguntarse, ¿qué están leyendo ahora mismo los chavales de todo el mundo cuyo sistema hormonal prevalece por encima de sus neuronas? Respuesta, una serie de libros escritos por Suzanne Collins cuya primera entrega se identifica con el título de 'Los juegos del hambre', aunque irónicamente, todo el que se asocie con él, va a sentir todo lo contrario a lo que debe sentir alguien que lleva días sin probar bocado. Con estas circunstancias está muy familiarizada la protagonista de la historia, Katniss Everdeen, habitante de un país que en su día fue conocido como Los Estados Unidos de América.

Ahora la antigua primera superpotencia mundial se llama Panem, y está dividida en doce distritos orquestados desde la Capital, residencia de una despiadada clase gobernante cuyo poder se consolidó tras una cruenta guerra civil. Desde entonces, cada año se celebran unos brutales juegos en los que dos jóvenes elegidos al azar (un chico y una chica de entre 12 y 18 años) de cada uno de los doce distritos, se enfrentan entre ellos en un combate a muerte en el que, por supuesto, solo puede quedar uno con vida. Un campeón que será colmado con cuantiosas riquezas y un retiro de lujo para el resto de su vida. Ni falta hace decir que la competición es retransmitida en todo el país en sangriento directo, siendo ésta el programa con más audiencia de todos.

Hasta aquí las respuestas para los no iniciados, que de momento no necesitan saber más. Para los fans de las novelas (que como ya hemos dicho, no son precisamente pocos), el mensaje que estaban esperando: más allá de sus méritos como película independiente (que dicho sea ya, son escasos... pero suficientes), 'Los juegos del hambre' es una adaptación modélica de su materia prima homónima. Así pues, que respiren tranquilos los seguidores de la obra de Suzanne Collins, puesto que, más allá de las irreconciliables diferencias entre el lenguaje cinematográfico y el literario, el nuevo filme de Gary Ross se las ingenia para brindar un espectáculo apto tanto para los entendidos como para los profanos.

La distopía futurista de Panem cobra vida en la gran pantalla de forma sólida, sin entretenerse en cualquier tipo de relleno (poco o nada había en el libro) e incluso añadiendo un poco de información a un universo que en el original quizás sí pecaba algo de inconcreto. Como deja bien claro el arranque, la narración deja de ser exclusivamente "Katniss-céntrica" para introducir nuevos puntos de vista (el de los controladores del juego, el del presidente Snow...) que ayudan a cimentar conceptos que podrían perderse por la simple elección del formato. Así, se logra un casi perfecto equilibrio a medio camino entre la adaptación pura y dura y la ampliación, ideal para, una vez más, contentar a los lectores y a los que van "vírgenes" al cine. Exactamente como debería ser todo producto de estas características.

Con una cámara inquieta (para el gusto de un servidor, demasiado, como atestigua por ejemplo el enfrentamiento final, excesivamente confuso) y un montaje en ocasiones frenético, se transmite la sensación de subjetividad e inmediatez ideal para que el público se implique en el macabro juego de supervivencia planteado. Así, a lo largo de más de dos horas de metraje (también sea dicho, media hora buena de menos hubieran sentado de perlas), desde la recolecta hasta el desenlace de los juegos, pasando por todas las otras ceremonias que marcan la liturgia de este sin lugar a dudas interesante mundo semi-inventado (nótese el ''semi''), a penas hay tiempo para tomarse un respiro. Como debe ser. Porque al igual que en el texto de Collins, hasta los pocos momentos de fingida calma son anzuelos hábilmente colocados para que el receptor del mensaje no pueda bajar la guardia.

Aunque lo mejor de todo tal vez sea, y a sabiendas de lo odiosas que son las comparaciones, que este show sirva también para recuperar la fe en las futuras generaciones. Cierto es que éstas podrían haberle prestado atención a productos infinitamente más enriquecedores, pero en peores plazas han toreado, es decir, por peores vampiros u hombres lobo se han dejado morder. De acuerdo, la propuesta de Collins -afortunadamente- no tiene nada que ver con la de Meyer (menos aún si obviamos un triángulo amoroso en esta ocasión es a fin de cuentas poco relevante, y que la película se encarga de camuflar más), pero no menos cierto es que se nos van a vender estos juegos como lo que al fin y al cabo son: el nuevo boom auspiciado por la incontenible masa adolescente.

En este sentido, ya hay mucho ganado... por lo escaldados que venimos de la última experiencia. Y hay mucho ganado porque aquí, a pesar de la endeble interpretación de Jennifer "babyface" Lawrence, hay motivos de sobra para empatizar con los personajes; aquí, aunque hablemos de su peor trabajo, hay un director con pies y cabeza que sabe lo que hace (controlar el ritmo de la narración, jugar con los diversos puntos de vista, asociarse con la excelente partitura compuesta por James Newton Howard, etc.) y sobre todo, hacia donde toca ir; aquí, a diferencia de aquel apático y mojigato romance a tres bandas, cuesta mucho aburrirse. Esto es, un espectáculo al rojo vivo, lo que en inglés se diría "on fire".

Esto, por muchas reticencias previas que puedan tenerse hacia el producto, solo puede definirse de una manera: Buen cine comercial (valga la redundancia en el concepto), perfecto para devorar un cubo entero de palomitas, injerir un litro de refresco aguado, mirar el reloj al final de la sesión y darse cuenta de que el tiempo ha pasado volando. Y es que quizás 'Los juegos del hambre' no emocionen; quizás no planteen nada nuevo (ahí está 'Battle Royale', ahí está 'Perseguido', ahí está 'Juego de supervivencia', ahí está 'El malvado Zaroff', ahí están otros referentes más universales como los gladiadores de la antigua Roma... y muchos más), pero hay que reconocerles que cumplen su cometido a la perfección. Entretenimiento puro y duro (incluso con apuntes sobre las peligrosas derivaciones del morbo inherente en el binomio espectáculo / medios de comunicación, así como sobre el también peligroso uso del miedo, la esperanza y el falso paternalismo en los regímenes totalitarios) con argumentos suficientes para engancharle a él y a ella; al adulto y al jovenzuelo; al escéptico y al creyente. Una película con plena conciencia de causa, porque cuando se sale a la arena, solo hay que rendirle tributo al entretenimiento.


Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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