A Laura le pasó lo mismo que a tantísimos otros estudiantes. Escaló la pirámide social, llegó hasta lo más alto, cayó... y se rompió. De tan nefasta efeméride se cumple hoy mismo un año... aunque como estamos en el siglo XXI, de esto parece que ya hace otras veintiuna centurias. No es insensibilidad, es que cada día todo se mueve a un ritmo más y más (y más...) rápido.
El Trending Topic de hoy es la lección de Historia (hablamos del paleolítico) de mañana. ¿Pero qué pasó? Para no entrar en demasiados detalles (esto quizás después), digamos que en su vida se cruzó uno de los peores monstruos jamás conocidos / creados por la humanidad: el Instituto, ese concepto; esa entidad despiadada; esa especie de agujero negro que se alimenta de prácticamente todas las bajezas que emanan (a borbotones, cabe añadir) de esa comunidad a la que, para no complicarnos demasiado, vamos a meter en la carpeta de ''adolescencia''. Peligro, sí. Recuerden, por poner un ejemplo, a Katsuhiro Ôtomo.
Nos movemos en terrenos muy inestables. E igualmente volátiles... y como ya se ha dicho, frenéticos.
Vamos montados sobre un bólido cuyo peso no supera la barrera del kilogramo, y que en apenas unas milésimas de segundo se dispara hasta la velocidad terminal de la fibra óptica. Este vehículo, especie de nuevo mejor amigo del hombre (y de la mujer, claro está) acostumbra a llevar, a modo de mascarón de proa, la imagen de una manzana mordida, y en un abrir y cerrar de ojos, se ha convertido, también, en la mejor ventana jamás inventada con vistas... al resto del mundo. Pero cuidado, hay trampa:
La pantalla todo lo muestra... y la webcam todo lo capta. Y obviamente, nunca se sabe a ciencia cierta quién podría estar mirando en el otro lado. Por supuesto, esta reflexión jamás se ha instalado, ni por asomo, en el cerebro (por así llamarlo) de Blaire, quien en este preciso momento, está hablando con su novio, Mitch. A ambos les ampara la -falsa- intimidad de sus respectivos dormitorios... y la distancia, no lo olvidemos, de las cuatro calles que les separan.
Seguimos en el 2015: todo, absolutamente todo, se reduce.
El tamaño (de lo primero que les venga a la cabeza), la materia gris, el tiempo... Absolutamente todo. El cine, mientras, dicen los entendidos que se está muriendo. Los iluminados directamente opinan que el paciente ya está criando malvas. En esto se hallan también las salas de proyección. Mientras no se encuentra la curación a tan devastadora enfermedad, las culpas se dividen: es la piratería; es la roña acumulada en el engranaje de la industria; es la política fiscal del gobierno; son los precios abusivos de las grandes cadenas de distribución... es la adolescencia. Volvemos a la casilla de inicio. Ahí, nos cuentan las reglas del juego que
está terminantemente prohibido el consumo de cualquier producto audiovisual (sea cual sea su naturaleza) que supere los veinte minutos. ''¡La culpa es de Internet!'', gritan ahora otros. Vale. Paren el cronómetro. En el recuento general tenemos ya, por lo menos, a dos señores villanos. El primero, no lo olviden, está compuesto por aulas, pasillos, taquillas, vestuarios... pero sobre todo por todos los mocosos que por ahí se pasean.
El segundo es algo más etéreo, y quizás por esto, mucho más peligroso. Sus componentes nos hablan de cables, algoritmos informáticos, (micro-)chips, satélites... y claro, pantallas. Todo esto (y mucho más), sumado a un último ingrediente, el mismo que en el anterior caso.
Con los críos nos topamos de nuevo, ni que sea por aquello de reivindicar el factor humano. Y ahí está Blaire, espachurrada en su cama, amorrada a su portátil, desabrochándose los botones de su camisa... Y ahí está el bueno de Mitch, en casi idéntica situación, si no fuera porque él ha decidido usar la mano libre (la que no teclea, vaya) para acariciarse los cojones. El amor está en el aire, ya lo ven, y parece que éste va a consumarse en cualquier momento (presumiblemente de manera virtual, que es mejor que nada)... Hasta que esa maldita señal acústica rompe el frenesí romántico. Horror. Ha saltado en los dos ordenadores a la vez, lo cual sólo puede significar una cosa: Todo está a punto para la multi-conversación programada. Y de ésta no se puede escaquear nadie, pues el plazo de entrega para aquel maldito trabajo está a punto de caducar. ¡Horror!
'Eliminado' empieza como casi cualquier otro filme de terror / fantástico, con una escena cotidiana (ideal para lograr un mínimo grado de implicación en la trama propuesta) que a los pocos minutos se transforma en una situación cada vez más cercana a la pesadilla. Como en otras muchas cintas de género, se respetan a rajatabla las sacras reglas de supervivencia (o mortaldad) juvenil... y como en otras muchas, la amenaza del exceso de decibelios planea continuamente por el patio de butacas.
Y sin embargo, consigue destacar (discretamente, debe decirse) por encima de la -pobre- media marcada por los circuitos comerciales. ¿Cómo? Siendo plenamente consciente primero de que
el objeto de estudio coincide con su target, y después que ahora mismo,
al contenido se accede a través de la forma. Ésta última adquiere así un protagonismo casi absoluto. Como ya hiciera Nacho Vigalondo en la afectadísimamente genial 'Open Windows', Leban Gabriadze se encomienda a un formato que lo es prácticamente todo, y cuya supuesta radicalidad se ve rebajada por la implacable (e intrascendente) urgencia de nuestros tiempos.
Señales de vida desde el más allá: por lo visto, el séptimo arte finalmente se está dando cuenta de que en este preciso instante (quién sabe lo que sucederá en los próximos cinco minutos),
la vida transcurre al ritmo marcado por el CTRL+T. 'Eliminado' se concede así el gusto de indagar en algunas de las inquietudes potencialmente más aberrantes de la generación 2.0. Podríamos referirnos, por ponernos en situación, al
miedo al pixel descolocado, al sonido distorsionado, a la ortografía... y así hasta completar la lista oficial de glitchs. Articulando toda su narración a través del universo multi-pantalla en el que realmente se vive hoy en día,
Gabriadze & Greaves aportan algo de frescura (que buena falta hace) a unos mecanismos cuya -desesperante- resistencia al cambio de repente ya no molesta tanto. Será que, efectivamente, la memoria es fugaz, y que los segundos parecen horas, y que las horas parecen semanas, y que las semanas parecen años enteros. Darse cuenta de esto es más difícil de lo que parece.
La labor requiere inteligencia (hasta cuando toca abrazar la estupidez teenager) y falta de complejos a la hora de mirarse al espejo. Doble check a ambas cualidades.
Este divertido (más que terrorífico) ejercicio de cyber-found-footage juega hábilmente con sus armas narrativas para sobreponerse a su principal handicap (a saber,
el largometraje va absolutamente en contra de la corriente marcada por la naturaleza de la historia, en este sentido, el tope lo siguen marcando esos 17 minutos, y ninguno más, de 'Noah', imprescindible corto, claro, dirigido por Patrick Cederberg y Walter Woodman), y también para
ir más allá del chillido o del asesinato espantoso de turno. Jugando siempre en la liga que le corresponde, 'Eliminado' logra situarse -relativamente- cerca de títulos tan interesantes como 'Catfish', 'Black Mirror' o 'V/H/S' en la configuración del que se está convirtiendo en una muy apreciable disección del verdadero terror de la era de las redes sociales. ¿Puede dar miedo la interfaz de carga de un streaming? Por supuesto, porque en cierta manera nos remite a ese angustioso tiempo muerto (nunca mejor dicho) en que, por unos pocos segundos, el mundo se detiene (dantesco), y permite que nos quedemos a solas con nosotros mismos (apocalíptico). Queda al final de todo la sospecha de que el olfato de Sam Raimi le ha birlado a Oren Peli una más que probable futura franquicia (cosas de la rentabilidad low-cost)... y la convicción de que
el último (y más aterrador) monstruo de esta noche de locos no es otro que la Comunidad.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol