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El otro lado de la puerta - Tú a Gran Bretaña y yo a la India

Vía El Séptimo Arte por 06 de mayo de 2016

La pobre Maria se volvió a quedar sola en casa. Y no en cualquier casa, sino en la mansión de corte colonial que su marido se compró en la India. Seis años atrás, cuando ambos decidieron, de muy mutuo acuerdo, que lo mejor para fundar una familia era irse al este y dejar atrás los negros nubarrones de su tierra natal, poco podían imaginarse que los que se iban a encontrar en su nuevo hogar serían mucho peores. Y es que por muy bien que empezaran las cosas (y efectivamente, así fue), la situación no tardó nada en dar un giro dramático de ciento ochenta grados. Llegaron las lluvias del monzón, y con ellas, un incremento exponencial en el caos de la ya de por sí caótica circulación en las ciudades indias. Una cosa llevó a la otra, y en un abrir y cerrar de ojos, Oliver desapareció. Para siempre. La pérdida irreemplazable del hijo primogénito arrastró a todos sus seres queridos, pero sobre todo a Maria, su madre, hacia una espiral de desconsuelo, amargura, desesperación, y claro está, miedo.

Esto mismo sentía ella en aquel preciso instante. La sensación nació en el estómago y recorrió, unos segundos después, toda su espina dorsal hasta convertirse en puro terror. Ahí estaba, sola en la mansión. Fuera, caía una tormenta que amenazaba con inundar al país entero; dentro, los sucesos paranormales se sucedían a la velocidad de la luz. En el piso de arriba, donde teóricamente no había nadie (¿se ha dejado ya claro que María estaba sola en la mansión?), se oían pasos, cada vez más rápidos; cada vez más violentos. No sólo esto, sino que alguien (¿sería la misma persona que estaba armando tanto alboroto en el piso de arriba?) se había dedicado a mover todos los muebles. Pelos de punta, porque una cosa era haber visto antes todo esto en aproximadamente unas diez mil películas de terror ''distintas'', pero experimentar todo aquello en sus propias carnes era algo demasiado insoportable. Aunque no lo fue tanto como la siguiente experiencia extrasensorial que el destino le tenía preparada. Y es que cuando parecía que las cosas parecían estar calmándose, el viejo piano de cola del recibidor empezó a emitir sonidos. De nuevo, nadie podía estar tocando dicho instrumento, pero ahí estaba esa dichosa melodía diabólica para llevarle la contraria a la razón, pues no había aleatoriedad en la secuencia de notas tocadas, sino que éstas venían a reproducir, con total exactitud, la misma canción que al pequeño Oliver tanto le gustaba hacer sonar.

Mientras, ahí estaba yo, desperdiciando otra hora y media de mi patética vida, en otro insignificante pase de prensa en Barcelona. Aquella mañana, el ambiente entre los asistentes estaba un poco más animado de lo normal, lo que significa que la habitual decrepitud generalizada había ascendido a la categoría de sosería-no-demasiado-depresiva. Ya era algo. Y no era para menos, pues las películas de género nos van, al menos a los cuatro freaks que nos dedicamos a esto de la crítica cinematográfica. Para aquella peli sobre el día de la madre nos escaqueamos como las sabandijas que somos, pero con ésta fichamos a gustísimo. Y esto que las referencias con las que llegaba a nuestro territorio el nuevo trabajo de Johannes Roberts eran, por lo menos, preocupantes. Y esto que la distribuidora tuvo a bien el advertirnos que la proyección iba a ser en Versión Pervertida. Ojo ahí. Botón de pausa, y pequeña nota del autor, porque esto forma parte del código interno de los pases de prensa. Algo así como una ''internal-joke'' diseñada a modo de declaración de intenciones, concerniendo la calidad (?) del film en cuestión. En otras palabras, que la ausencia de Versión Original en estos lares suele indicar que lo que se está a punto de ver, poco (o nada) merece la pena. Aunque claro, si hablamos de una cinta protagonizada por una actriz tan floja como Sarah Wayne Callies, puede que el doblaje sea para proteger, al menos, el oído del espectador.

Pero ni así. Y es que no hay cómo salvar un desastre del calibre de 'El otro lado de la puerta'. Básicamente porque sus propios responsables se niegan a ello. La desgana se funde con la ineptitud en el enésimo ejercicio de lectura de manual que tiene de todo (es un decir), menos inspiración. Cuatro años después de que Joss Whedon y Drew Goddard expusieran tan bien los peligros de un género (en este y ese caso, el terror) encerrado en el conformismo de las fórmulas repetidas, nos damos cuenta de que todo sigue exactamente igual. Para muestra, la película que ahora nos concierne, demostración, en última, negativa y estiradísima instancia, de que la globalización sigue su curso implacable. No importa si estamos en Reino Unido o en la India: el producto es exactamente el mismo. Igual de malo, se entiende. El exotismo es una falsedad, una más en la lista casi interminable de barateces a las que nos somete Johannes Roberts. Niños siniestros, trucos sobadísimos de espejos y la siempre inefable ayuda del aumento abusivo de volumen para hacer saltar del asiento, quizás, a quien no haya visto antes un film de -supuesto- terror en su vida. Así, cuando ni algo tan fácil como el mero susto funciona, se desnudan, con demasiada facilidad, el resto de carencias sobre las que intenta sustentarse el producto. La técnica visual es digna, siendo generosos, de trabajo de final de carrera; la narración no conoce otra arma que el aburrimiento para hacer avanzar la historia; las interpretaciones caen demasiado a menudo en los infectos territorios de la vergüenza ajena... y así, hasta robarle a tu alma otra hora y media. Esto sí que es terrorífico.

Nota: 3 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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