'El nacimiento de una nación' - Mel Gibson/Instagram/Sundance/SoWhite
Hace ya más de un año que 'El nacimiento de una nación' ganó en aquello que llamamos Sundance. Lo que fuera, que el titular ya está en la imprenta y los detalles sólo sirven para quitarles brillo. Todo ello en medio del ruido mediático despertado por el "Oscar so White", algo que uno intuye tuvo mucho que ver en un "boom" que prácticamente se acalló con la resaca del día siguiente. La sensación de que a Fox Searchlight le metieron "un gol" es evidente después de pagar lo que nunca nadie había pagado por una película en Sundance (estando sobrio), ese festival cuyo aparente encanto igualmente se va diluyendo con el paso del tiempo. En realidad... como casi todo con la edad.
O puede que Sundance siempre fuera así, una especie de McDonalds indie a la espera de que la red acabase, como hace con casi todo, con ese "aura" de misterio reconvertido en máscara con la que posar en tu cuenta de Instagram. Y en esas que 'El nacimiento de una nación' aprovecho la confusión para apropiarse/hacerse con un nombre... aún sin ser un hombre, de ahí que aquello le haya pesado como una losa. Merecida, pero no por ello menos desagradecida, y dejando de paso al descubierto las miserias y el oportunismo con el que a menudo soplan los vientos allí dónde el dinero lleva la voz cantante. ¿Y si probásemos a darnos 365 días antes de abrir la boca...?
No debería, pero lo es. Y lo que rodea a la película, mucho más interesante, ya está indisolublemente unido a ella. Especialmente, porque a Nate Parker lo de jugar a ser una especie de versión negra de Mel Gibson le queda grande. Y el referente es tan claro como clara es la falta de madurez, agudeza o las dos cosas para que 'El nacimiento de una nación' funcione como aquello que pretende ser sin resultar efectista, condenadamente efectista en todo momento. Tanto como para caer en ese mismo artificio de quién, para ir de guay pero no perder tiempo en el intento, le mete todos los filtros habidos y por haber a cualquier foto en la que aparece posando con el mismo gesto de siempre.
Porque lo que al final queda de 'El nacimiento de una nación' es esa sensación de bonito posado. De un exceso de estética que lo es por cuanto carece de volumen con el que rellenarlo, y sobre todo de tacto como para hacer de su discurso algo, quizá, no necesariamente más sutil pero si tan visceral (y orgánico) como lo es en el cine de Mel Gibson. La diferencia, quizá, es que lo de Gibson es un instinto del que, a efectos prácticos, su director parece plenamente convencido y que fluye con su metraje, mientras que Parker más que instinto parece estar echando mano de una app con la aviesa intención de llamar la atención como lo hacen en Telecinco, a gritos y no con palabras.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
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