Es imposible no pensar en Aaron Sorkin durante el visionado de 'El caso Sloane', una película muy resultona que lo es más por los términos en los que plantea el debate que por el uso que del mismo, se pueden imaginar, condicionado por el interés (y necesidad) de guardar unas apariencias, las que sean más oportunas de cara a la galería. Durante esa parte en la que el locuaz y fiero espíritu del mencionado Sorkin está muy presente, 'El caso Sloane' se erige en un sugerente thriller político tan sólido como inteligente, tan dinámico como abierto a la duda y el diálogo.

Pero al igual que sucede en la película, llega un momento en el que el diálogo deja paso al monólogo de su verdadera inquietud, una victoria cuya gloria pueda ser puesta en entredicho por pura inercia. Como así es a pesar de nombres como los de Jessica Chastain, Sam Waterson, Max Richter o la propia Sloane. Y es que por muy elegante que puedan parecer sus formas, que lo son, 'El caso Sloane' no deja de ser un lobbista al servicio de una industria del entretenimiento a la que, como a todas las industrias, no le va demasiado lo de meterse en algún tipo de berenjenal.

Por algo el director es John Madden, responsable de las dos entregas del Hotel Marigold, y no alguien más inquieto como serían David Fincher o Danny Boyle. O ese carácter aparentemente combativo desaparece en favor de un discurso en esencia pusilánime, o el aplomo de su planteamiento es más una excusa para esa constante búsqueda de un golpe de efecto. Para el caso lo mismo, que todo viene a quedar reducido a lo mismo: Al efecto superficial de una sorpresa que no lo es por su constante empeño en poner en desventaja al espectador, quién se acostumbra.

Que 'El caso Sloane' tire de comodín no es sin embargo una merma a la que no pueda dignificar la contundente presencia de Jessica Chastain, fantástica como estrella de una función por demás que se deja ver con el beneplácito de la industria, y todo ese rollo. Una función equivalente a ejercer la política a base de tweets, con clara vocación de servicio público y que aporta la dosis suficiente de crítica, madurez y acidez como para agradar, pero no las necesarias como para tocar los cojones, dicho sea de manera tan soez para un resultado más honroso que honorable.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex