No es la primera ni seguramente será la última vez que sucede. En el proceso creativo de la industria cinematográfica intervienen tantos departamentos, tantas personas (y, claro, tantos intereses) que es normal que la disparidad de opiniones se manifieste hasta en la elección del mismísimo título de la película.
La ópera prima de Josh Boone, no se sabe si por falta de convicción del autor o de la gente de marketing (siendo mucho más plausible la segunda opción) ya ha pasado por varios renombramientos en su país natal (con los consiguientes cambios de rumbo a la hora de vender el producto). Se ha dado a conocer primero como 'Stuck in Love' (cuya traducción literal vendría a ser ''Atascado en el amor''), acompañado por la coletilla de ''Cada vida necesita una reescritura'', y después como 'A Place For Me' (''Un lugar para mí''), seguido del eslogan ''Una historia sobre los primeros amores y las segundas oportunidades''.
Hay más, porque todavía pueden encontrarse carteles promocionales en los que se combinan todos los factores. Incluso en algunas respetadísimas bases de datos sigue constando como válido el título de 'Writers' (''Escritores''). Todo esto para una sola cinta. Para un film que en España ha llegado presentándose en público como... 'Un invierno en la playa', y soltando el siguiente anzuelo: ''Todos podemos reescribir nuestra vida''. Así pues, tenemos a escritores, a amores varios, a inviernos y algunas segundas oportunidades... en la playa. ¿Cómo poner orden? A través de la escritura, claro. Nada mejor (y estamos hablando tanto de mensajes escritos en servilletas, como de libros, como de guiones) para
que la permanente tormenta de ideas en la que vivimos se apacigüe y cristalice en un discurso al que, ante todo, debe exigírsele coherencia, tanto en la estructura como en la exposición de argumentos.
Si hay que tener en alta estima a 'Un invierno en la playa' (era así, ¿no?) es por lograr precisamente esto,
que del desorden y del aparente descontrol bajo el que ha aterrizado a nuestras salas hayamos podido descubrir la clarividencia de un autor que en pocos momentos da síntomas de su condición de novato. La inexperiencia hace que el orador se ponga nervioso, que se olvide de los ensayos (en los que todo acostumbra a salir mejor que en la realidad), que se le trastabillen las frases y que, consecuentemente, caiga -y se quede- en lo errático. El hecho de que, -solo- al principio, Josh Boone dé esta sensación, más que lastrar a su creación, le da, al cabo de poco tiempo, la
solidez que normalmente solo puede encontrarse en aquellos maestros que llevan dedicándole muchos años de su vida a este extraño y científicamente incomprensible arte que es el de la narración.
Un padre de familia (por llamarla así...) prepara la cena de acción de gracias. Lo hace pensando en todo el mundo, incluso en aquellos seres queridos (?) que sabe / sospecha que no van a presentarse a la cita. Papá y mamá se divorciaron hace tiempo y él, efectivamente, no parece haberlo asimilado. Pero el mundo no se detiene ahí: la hija mayor está a punto de terminar sus estudios universitarios y el pequeño (por llamarlo así...) tiene ante él las puertas abiertas de la revolución hormonal. Algunos de ellos están estancados en el pasado y otros solo tienen ojos para un futuro que a veces se presenta como esperanzador y a veces como amenazador. El vínculo entre ellos se encuentra en el diario personal, el procesador de texto de su ordenador o la máquina de escribir de turno.
Todas las ramas del -quebrado- árbol genealógico se han convertido (de manera natural o semi-impuesta) en expertas en catalizar sus alegrías y amarguras mediante la sublime (y muy poco agradecida) escritura.
Lo mismo puede aplicarse al principal artífice de esta
pequeña joya indie que ya puede incluirse entre las sorpresas más agradables de esta temporada. El director y guionista Josh Boone (radares en marcha) ha conseguido rodearse de un reparto excepcional y sacarle el máximo partido (estupenda la fuerza y la naturalidad de, especialmente, Greg Kinnear, Jennifer Connelly, Nat Wolff y el encanto cejudo de Lily Collins). Quizás no ha sabido -o no ha querido- evitar algún que otro posado de añoranza hacia los valores hogareños más tradicionales (gestos que más bien son breves anotaciones a pie de página y que, teniendo a mano el balance general de la película, para nada pueden considerarse como tropiezos), pero en cambio sí que no se le puede cuestionar el que haya logrado
navegar con tanta elegancia entre las arenas movedizas de la comedia romántica y el melodrama familiar, filmando así un trabajo que se sirve de una encomiable transversalidad genérica (y generacional) para que a la postre
quede escrito en imágenes un complejo, adulto y novelesco estudio de personajes. No es que haya deriva; no es que el autor calcule mal los tempos (¡todo lo contrario!), es que, en realidad,
describe tan bien a sus criaturas que éstas avanzan, muy verazmente, por la confusión de la vida, tan perdidas como lo hacemos nosotros. Muchos son lo que se pierden en la observación y posterior narración de este frustrante y fascinante fenómeno... algunos pocos privilegiados resulta que solo tienen que pelearse con el título. Increíblemente, lo demás, salta a la vista, les sale de forma casi involuntaria.
Nota:
6,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas