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'Tímidos anónimos': Antojo eliminado

Vía El Séptimo Arte por 27 de octubre de 2011

Jean-René es el patrón de una fábrica de chocolate en horas bajas; Angélique es una talentosa chocolatera que intenta abrirse camino en un negocio cada vez más duro. Son dos grandes emotivos unidos por la pasión por el chocolate. Entre ellos surge amor a primera vista, aunque su extrema timidez los aleja. Pero con el tiempo procurarán superar su falta de confianza en ellos mismos y, entre dulces recetas, descubrirán sus sentimientos.

A pesar de que los chefs ahora mismo más reconocidos a nivel internacional hayan querido dotar a la nueva cocina de una trascendencia quizás excesiva, algunos no olvidamos que el placer de comer sigue siendo a día de hoy algo que puede ser más vacío (en el buen sentido); un pequeño capricho sin más consecuencias que el llevarnos algo a la boca para saciar el hambre, y a poder ser, dejar un buen sabor en nuestro paladar. Cuántas veces nos habremos levantado de la mesa del estudio, recorrido el pasillo de nuestra casa en dirección a la cocina para, una vez allí, abrir la nevera solo para comprobar qué se nos ofrecía.

En medio de los tomates, la botella de agua y el queso, una tableta de chocolate a medio acabar... y sin vigilancia alguna. No hay moros en la costa, de modo que sumergimos la mano en el frío ártico del refrigerador para una misión de infiltración de alto riesgo. Cogemos con fuerza el paquete, lo desenvolvemos como posesos y lo engullimos a toda prisa antes de que alguien nos pille con las manos en la masa. Efectivamente, no ha quedado ninguna prueba del crimen, y por si fuera poco, nosotros nos hemos llenado el estómago con una de nuestras sustancias favoritas. Volvemos a la habitación no sin antes comprobar que nadie siguiera nuestros pasos, y seguimos trabajando. Ha sido una incursión gloriosa, pero al cabo de cinco minutos ya habrá pasado al olvido, con el permiso del sistema digestivo, claro está.

Algo similar sucede con determinadas películas. Sabemos antes de que empiece su visionado que no van a aportarnos absolutamente nada, más allá de -en el mejor de los casos- entretenernos durante aproximadamente hora y media. Nuestra existencia estará justo en el mismo punto en el que la dejamos justo antes de meternos en la sala de cine. Así pues, ¿Por qué desperdiciar nuestro valioso tiempo en algo cuyo recuerdo o efecto va a durar menos que las subidas bursátiles? Por la misma razón que atacamos una chocolatina cuando la vemos desprotegida. Porque tenemos antojos; necesidades tontas que no obstante piden a gritos ser saciadas. Un único requisito, cuanto menos pesada sea la solución a nuestras demandas, mucho mejor.

La respuesta a este tipo de súplicas se materializa en esta ocasión en la película 'Tímidos anónimos', nuevo trabajo de Jean-Pierre Améris que cambia el tono más grave de sus anteriores trabajos para adoptar un discurso más alegre, que solamente rinde cuentas a la comicidad impuesta por el género. Así, el objetivo del filme se divide en dos frentes: divertirnos y abrirnos el apetito. Misión cumplida en ambos frentes gracias a las trifulcas de un par de patosos sentimentales que, por circunstancias laborales varias, se enamoran perdidamente al tiempo que intentan salvar de la quiebra a una fábrica chocolatera. A pesar de que el histrionismo e inseguridades de los protagonistas sean recursos ligeramente sobreexplotados, el conjunto nunca llega a notar en exceso este pequeño fallo de fabricación.

Así, la cinta se descubre como una comedia de tono desenfadado a la que quizás le falta el punto de amargura que caracteriza al buen chocolate, pero cuya simpatía y falta de pretensiones permite conectar con el público con las exigencias justas, y que por esto seguramente le va reír todas las gracias. Y ya está, los centenares de gags que pueblan la película y que de buen seguro nos habrán hecho esbozar una sonrisa a lo largo de la proyección, van a ser olvidados al llegar a casa. Casi mejor, que en estos tiempos de crisis no está el cerebro para ser llenado con tonterías. Lo importante es que el antojo de diversión inofensiva ha sido eliminado con eficacia. Améris nunca tuvo ninguna otra intención... y nunca lo oculta.

Nota: 5,5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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