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'Stone': Conversaciones de besugo con Dios

Vía El Séptimo Arte por 21 de octubre de 2010

Jack Mabry, oficial de libertad condicional, está pensando ya en las partidas de golf que van a ocupar sus horas después de que se haya jubilado. La escasa atención que dedica a su mujer la vuelca en un trabajo que cada día le pone en contacto con lo más bajo de la sociedad. Un ejemplo de ello es Gerald “Stone” Creeson, un convicto pirómano que años atrás prendió fuego a la casa de sus abuelos y que parece dispuesto a todo para salir de la cárcel antes de cumplir la totalidad de su condena. Para ello contará con la inestimable ayuda de su mujer, Lucetta, que usará todos sus encantos para intentar convencer a Jack de que su marido es un hombre completamente rehabilitado. Será el inicio de unas amistades peligrosas que desenterrarán los viejos fantasmas personales que Jack lleva ocultando desde hace mucho tiempo.

Durante la época dorada de Robert De Niro (que no fue precisamente corta, y que no nos dio precisamente pocos trabajos excelentes), se decía que incluso leyendo un listín telefónico sería capaz de conseguir la total atención de su audiencia. Esto obviamente sólo podía hacerlo un auténtico dios de la interpretación. De Edward Norton nunca se ha llegado a decir tal cosa, pero el hecho de considerarle como el mejor intérprete de su generación, también le acerca de alguna manera al carácter de divinidad. En su día Richard Linklater y Luc Besson nos hicieron creer que en Milla Jovovich podía haber algo más que un cuerpo atractivo... pero finalmente (y hasta que no se demuestre lo contrario) ahí quedó la cosa, en unas cuantas curvas que, dependiendo del consumo abusivo de drogas, han lucido mejor o peor. Sea como fuere, el fenomenillo 'Resident Evil' aún es reciente, con que alguien pensó que se tenía que aprovechar el tirón de los no-muertos videojueguiles.

Hemos visto cómo sucedía antes... y seguramente lo veremos más veces, pero no por ello hay que pasar por alto el que cada temporada nos lleguen productos que naufragan estrepitosamente, a pesar de contar en su plantilla con gente de contrastadísimas aptitudes. Al elenco de actores comentado hay que añadir a John Curran como director de orquesta, un realizador que a pesar de no estar entre lo mejorcito del panorama internacional, sí mostró mucha eficiencia en sus trabajos anteriores. Era el caso de 'El velo pintado', traslado al lejano oriente del mítico filme de Sidney Pollack, 'Memorias de África'. Era una película que tiraba también del factor triángulo amoroso (en aquel caso protagonizado otra vez por Edward Norton, Naomi Watts y Liev Schreiber... viva el morbo), que no emocionaba ni la mitad que su hermana mayor africana, pero que servía para construir una más que digna cinta de clásica evasión romántica.

El mimo y dedicación que permitieron llegar a buen puerto a la última criatura hasta la fecha de Curran, los vemos en el perturbador prólogo, pero en ningún lado. 'Stone' es uno de esos casos que deberían ir directamente a la consulta del siempre borde pero entrañable Dr. House. Allí donde van los peores expedientes, en otras palabras, aquellas patologías que ningún otro médico ha sido capaz de diagnosticar o de averiguar su origen. Sabemos que los Sres. Creeson y Mabry debería mostrar un mejor estado de salud porque les hemos dado todas las medicinas habidas y por haber; no obstante sabemos que los pacientes están a las últimas... ¿por qué? Esa es la pregunta del millón. El primer análisis (que se traduce en un rápido vistazo a la ficha artística) es poco revelador, ya que como se ha dicho, las personas encargadas de cuidar a los enfermos no hacían temer un resultado tan lamentable.

Pero sucede a veces que en el cine la acumulación de talento no siempre suma, sino todo lo contrario (la conclusión que siempre extraemos de estas experiencias). En este caso, ¿de qué sirve tener a Robert De Niro y a Edward Norton si lo que se les obliga a decir/hacer es tan ridículo? No son pocas las escenas en las que estos monstruos de la interpretación se ven las caras; no son pocas las ocasiones en las que se espera que alguno de los dos evite el siniestro total... pero el conjunto se estampa una y otra vez, en un claro caso de lo que en derecho se llama culpa compartida. Toca señalar con el dedo acusador a los actores, bien por sus tics sobre-interpretativos, bien por no ocultar en ningún momento que no se creen a sus personajes... pero también sería justo apuntar hacia el director de casting, principalmente por haber elegido a un enclenque chico-Yale para ponerse en la piel de un hombre que se cree un hermano del Bronx (se siente, el peinado estilo Alicia Keys no es suficiente).

Más madera (no mentía el cartel promocional al afirmar que ''nadie se libra de pecado''). También es imposible salvar de la hoguera a John Curran. Sus crímenes: machacar nuestros oídos con efectos sonoros abrasivos para crear tensión allá donde no la hay; hacer que un drama carcelario resulte tan insípido; y sobretodo ser incapaz de sacarle fuerza a una historia que, sobre el papel, aparentaba tenerla. Sigamos alimentando el fuego con el guionista Angus MacLachlan, que en su intento por escuchar a Dios (ya se sabe, el todopoderoso puede hablarnos de maneras muy misteriosas: a través del sonido de una bombilla al encenderse, a través del zumbido de una abeja...) se queda colgado, con la boca abierta y babeando. De este estado no hay quien le saque. Que nadie se extrañe pues si el pirómano descubre el verdadero sentido de la palabra ''epifanía'' así como un nuevo modo de ver la vida gracias a un panfleto de la biblioteca de la cárcel; o si la única ambición del funcionario penitenciario ultra-religioso es la de darse un buen revolcón con una ninfómana que colecciona hombres del mismo modo que el cazador furtivo colecciona cabezas de animales en peligro de extinción. Suena absurdo, ¿verdad? Lo mismo puede decirse de creer haber establecido contacto con el de arriba, mientras éste en realidad estaba atendiendo otros asuntos.

Nota: 4 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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