''He cruzado océanos de tiempo hasta encontrarte.'' Una de las declaraciones de amor más legendarias y duraderas -nunca mejor dicho- que nos haya legado jamás el cine, obviamente sólo podía salir de la boca de un vampiro. De uno de los de antes; de los de verdad. De los que no brillan cuando les da la luz solar; de los que antaño entraban en las pantallas de medio mundo. Lo cierto es que siguen haciéndolo... pero sin pedir permiso antes. Ahora, excepto alguna honrosa excepción, se inmiscuyen en nuestras vidas, y a estas alturas es de locos esperar que sus colmillos no nos chupen la sangre menos de cinco veces por temporada. Después de tantos años, después de tantas películas... ¿se percibe el agotamiento de la fórmula?
Si tenemos que fiarnos por los números otorgados por la todopoderosa taquilla, en absoluto. Los chupópteros prueban suerte entre el público una y otra vez... y rara vez salen escaldados de la experiencia. No es casualidad, y la infame saga 'Crepúsculo', híper-ventas (en todos los formatos imaginables) donde las haya, ayuda a entender -o por lo menos a intuir- el por qué de este auténtico expediente X de la box office. ¿Y es que cómo puede explicarse que alguien que apenas sabe de la existencia de la obra de Bram Stoker pueda forrarse a costa de hablar de vampiros? Fácil. Estas criaturas demoníacas de la noche parecen adaptarse mejor que ninguna otra a los constantes cambios que inflinge un tiempo que les parece ajeno.
El vampiro cambia sin problema aparente y moldea su apariencia y alma (si es que la tiene) constantemente a imagen y semejanza de los cánones de lo sugerente, lo morboso, o lo simplemente bello. En la enésima versión sobre el mito vampírico ofrecida por el séptimo arte, se nos presenta nada más empezar y a ritmo de pop a un ser que efectivamente ha tenido que cruzar océanos de tiempo para encontrar a su amor verdadero. La diferencia está en que ahora no hablamos del mítico Conde Drácula, sino de una vampiresa cuyas distintas representaciones pictóricas atestiguan su incombustible e imperturbable viaje a través de los siglos. Junto a ella, dos compañeras inseparables que comparten su pasión por el desenfreno... y por la hemoglobina, por supuesto.
Las primeras impresiones son fundamentales, y Dennis Gansel (principal responsable detrás de la interesante pero muy sobrevalorada 'La ola') da buena cuenta de ello. En un lujoso jet privado que está en pleno vuelo, todo parece transcurrir con normalidad. Sin embargo, cuando la cámara empieza a moverse, van descubriéndose más y más cadáveres, todos ellos empapados en sangre. La raíz de esta pesadilla se halla en un trío infernal de sed insaciable y que se deja caer literalmente en Berlín, antes de que el avión ocupado se estrelle. De forma rápida, concisa y brutal -como debe ser-, así se nos presenta 'Somos la noche', enésima revisión vampiresca del celuloide, que llega a nuestras salas con dos años de retraso, y que tiene en su cuarteto protagonista su principal atractivo.
El guión escrito a cuatro manos por Jan Berger y el propio Gansel, no muestra en ningún momento a ningún vampiro masculino (básicamente porque éstos no existen). Ésta es definitivamente una ginecocracia pura y dura (''los hombres son demasiado glotones y estúpidos'' afirma en un momento del filme una de las heroínas), en la que consiguientemente la mujer está al mando en todos los sentidos. Con declaraciones tan alocadas -y abundantes- que apuntan muy envenenadamente al sexo opuesto (a la ya citada se le añade, entre muchas otras, ''cuánto más malo es un hombre, más dulce es su sangre''), el filme se convierte en un gamberro y divertido alegato feminista, dirigido especialmente a la mujer de clase alta del siglo XXI (los que en su día la catalogaron como la ''Sexo en Nueva York con colmillos'' no iban demasiado desencaminados).
Así, no es de extrañar que las nuevas condesas de la noche celebren tan enérgicamente el hecho que pueden librarse a todo tipo de excesos (comida, sexo...) sin tener que pasar por peaje alguno (sobrepeso, embarazo...), siendo una vez más su emancipación con respecto al hombre el telón de fondo, así como su logro más preciado. De nuevo, la casualidad se ausenta del espectáculo, confirmándose así que Dennis Gansel ha sabido escoger, entender y a la postre jugar correctamente con el universo ficticio ideal para su relato. La vamp, mito genuinamente cinematográfico, reina en esta ocasión en las noches desmadradas del Berlín contemporáneo, e importa desde la eternidad su sensualidad, erotismo y posición de marcada superioridad sobre el supuesto ''sexo dominante''.
Por lo visto, las formas cambian, pero el contenido es siempre el mismo. La buena noticia es que la receta sigue sin cansar, por mucho que, en este caso concreto, los personajes (así como las relaciones entre ellos) tengan un pobre desarrollo, y la historia termine por caer irremediablemente en lo anodino. A pesar de esto último, 'Somos la noche' no deja de ser un correcto entretenimiento con buena factura técnica (que gana enteros en las escenas de acción) y con un planteamiento lo suficientemente atractivo como para que al menos los más incondicionales del subgénero sientan, por enésima vez, aquella tentación contra la que no se puede luchar, y que les atrae con la fuerza del primer día (y por muchos océanos de tiempo que pasen), a la sala de cine.
Nota:
5,4 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas