En las guías dirigidas a los afortunados que van a pasar unos cuantos días en Hungría acostumbra a constar (y esto es un hecho totalmente verídico) la advertencia de que dicho país ha conocido, sobre todo en los últimos años, diversos episodios de brotes racistas. Afortunadamente no llega a tratarse, ni mucho menos, de una tendencia generalizada, sin embargo, la violencia y, sobre todo, las funestas consecuencias de dichos actos, es suficiente como para haber sobrepasado la relevancia estrictamente nacional y (yendo ya hacia lo que ahora nos interesa), como para haber atraído
el interés / preocupación de uno de los cineastas más destacados de la algo olvidada, pero para nada olvidable, cinematografía magiar.
Benedek Fliegauf, cineasta inquieto y perfectamente reconocible en su estatus de inclasificable marciano (la muy provocadora 'Womb', por ejemplo, su última película hasta la fecha, consta en la lista de las más recientes obras de culto del Festival de Cine Fantástico de Sitges),
deja de lado, en esta ocasión, su gusto por la experimentación y abraza el realismo más crudo para concretar uno de los ejercicios fílmicos más valientes de los últimos años. Gran valor el que desprende 'Sólo el viento' en primer lugar por la inmediatez, y es que para tratarse de un documento que pretende que cristalice en la pantalla uno de estos momentos / sucesos que -tristemente- marcan la historia de una colectividad, al autor le falta un requisito que, en principio, se antoja como sine qua non: la perspectiva. El paso del tiempo que permite dilucidar, aparte de la amplísima dimensión de una verdad que todavía espera a ser completamente descubierta, el auténtico calado del objeto de estudio. En efecto, cuando Fliegauf rodó esta película, todavía estaban en marcha las investigaciones judiciales destinadas a determinar la naturaleza del delito que resulta ser aquí el leitmotiv.
Por suerte, el director del proyecto fue lo suficientemente inteligente como para ver que, a esas tempranas alturas, era prácticamente imposible erigirse en cruzado buscador de la verdad, de modo que puso el rumbo de su nave hacia un destino que, a priori, no parecía el más indicado, pero que finalmente se descubrió como la solución (a la hora de salir de territorios excesivamente empantanados) más acertada. La gracia estaba en mimetizar la estrategia Fincher / Sorkin para la, en este sentido, prima-hermana 'La red social'. Con la confusión inherente en la propia historia y -de nuevo- la falta de perspectiva, era tarea harto complicada / desesperante tratar de explicar la complejísima y muy conflictiva autoría del dichoso Facebook, de modo que sus esfuerzos se concentraron en la también muy complicada (pero más factible) labor de
acercarse a los orígenes y a los daños colaterales ocasionados por la bestia, tarea, por cierto, magistralmente llevada y culminada.
Por su parte, Fliegauf, a pesar de señalar a algunos de los posibles culpables de los terribles ataques a la comunidad gitana de su país (apunta muy hacia arriba, por cierto), nunca se detiene excesivamente en esto, y a la hora de la verdad, deja que las sombras cubran los rostros de esos execrables mensajeros del horror. Lo que pretende 'Sólo el viento' es
hablar, de forma comprometida (y, sorpresa, nada cargante) de una amplísima realidad que tras la máscara de la cotidianidad, esconde un infierno que para nada debe tomarse como algo anecdótico. Esto es riesgo y lo demás son tonterías. Bienvenido sea. Esto es auténtico cinéma vérité, de aquel que se te queda grabado en la retina, más aún en este caso. Porque Fliegauf ya ha avisado de lo mal que va a acabar todo, con lo que uno solo puede sentarse a esperar el momento fatídico.
Éste llega aparentemente (y solo aparentemente, en parte, ahí está la grandeza de la propuesta) en pleno anticlímax, lo cual es por otra parte una decisión perfectamente coherente con el espíritu despiadadamente científico de Fliegauf. Antes, y durante todo el proceso, la tensión se hace insufrible (como debe ser), y la asfixia en forma de cacería humana, a la que el racismo encarnado -y descarnado- somete a los protagonistas, traspasa la pantalla para
agarrar del cuello al espectador, que nota como cada vez le cuesta más respirar. El
dominio sobre los géneros se aproxima a lo insultantemente absoluto. 'Sólo el viento', hace que el contenido social mute en puro horror.
Del cinema vérité al abismo en un abrir y cerrar de ojos (¿por qué será?). Y exactamente esto acaba siendo la película,
uno de los ejercicios de terror recientes más conseguidos y brutales. Por estar excelentemente dibujado (tremenda la fotografía de Zoltán Lovasi) y puesto en escena, pero sobre todo por apestar a una realidad que, aunque cueste de admitir, ha estado en la butaca de al lado desde el primerísimo fotograma.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas