Práctica más o menos habitual sobre algunos escenarios sin que a nadie parezca importarle demasiado, cuando sobre el celuloide se menciona algo parecido a una nueva versión no son pocos a los que las piernas les empiezan a temblar, especialmente cuando como es el caso el objeto del deseo parte de un filme fácilmente ubicable y con marchamo de clásico. Temblores, sudores fríos, puños en alto y una lengua en posición sibilina presta a dar jaque mate a la mínima ocasión… la experiencia nos aconseja ser cautos, especialmente desconfiados y llevar el dinero bien escondido en el dobladillo de los calzones no vaya a ser que nos lo arrebaten de forma vil, rastrera y cobarde, de que lo que en tiempos fuera una película ahora haya adoptado la forma de infame estratagema comercial concebida con alevosía y mala leche. ¿Y de qué raza son estos nuevos “perros”?No son pocas las veces que nuestros temores se hacen realidad como tampoco, siendo justos y aunque parezca que nos cueste un pedazo de nuestra alma reconocerlo, son tan pocas las veces en las que el miedo deja paso a un respeto por una criatura que se haya ganado cuanto menos el derecho a la vida. Hace algo más de un año, sirva de inevitable ejemplo, se dio uno de los casos más representativos de que existe una esperanza que nunca cabe abandonar cuando alguien pretende recalcar lo ya escrito por otro con el estreno de ‘Déjame entrar’, versión Matt Reeves, un proyecto desarrollado ante la nada halagüeña perspectiva de ser linchado con saña pero que sin embargo salió ileso de tanto recelo para, contra todo pronóstico, incluso hacerse querer más que un filme original de cuya alargada sombra logró extraer su propia luz.
De igual manera poco prometedora se le presentaba la ocasión a un Rod Lurie cuyo currículum profesional tampoco invitaba precisamente al optimismo pero que ha sabido contener la rabia, sobrevivir al reto e incluso asomar el hocico con un filme que hace los honores como una nueva versión de la novela de Gordon Williams antes que como un remake del original de Peckinpah, diferencia fundamental para entender que no estamos ante un copy & paste de ejecutivo. Lurie, como ya sucediese por ejemplo con esa aceptable y reciente redición de 'La cosa' de Carpenter, mantiene con sumo respeto las claves de un original cuya deuda se deja notar en todo momento pero del que se distancia convenientemente a través de una mirada propia que, elaborada en base a pequeños pero constantes detalles, le hacen transitar por un camino en paralelo al trazado en su momento por Peckinpah dando lugar a un filme que en cierta manera complementa sin interferir, que se deja ver sin molestar ni mucho menos ofender, y que se gana el derecho a cohabitar en un mismo plano de existencia de forma nada gratuita aunque sea un peldaño por debajo, eso sí, aunque sólo sea por el "yo he llegado antes".
Como ocurría con el mencionado 'Déjame entrar' de Reeves, se reconoce intrínsecamente la existencia inevitable de un modelo que ha servido de indudable referente espiritual, de un precedente que no obstante en ningún momento se pretende ocultar -sirva de ejemplo el propio cartel- para al mismo tiempo evitar que esta circunstancia nuble el posible alcance de una propuesta que, haciendo gala de cierta inquietud artística y algo de conciencia moral, en poco se parece a una producción meramente comercial y de consumo gratuito. De Inglaterra al sur de Estados Unidos, de matemático a guionista, de una iglesia a un campo de fútbol... pequeñas diferencias que suman y siguen, amplían y marcan. Tal vez no sean sutilezas dejadas a la libre interpretación del espectador ni el trazo empleado por Lurie sea igual de fino que el de Peckinpah; puede que al igual que el original el filme que aquí toca comentar sea hijo de su tiempo y la moral imperante, en este caso con una puesta en escena más estilizada y menos visceral por más que la violencia innata del relato original siga presente; y puede que un muy correcto James Marsden -que apuesta por ser actor en vez de estrella, ojo- directamente no sea Dustin Hoffman... lo que no quiere decir que estos nuevos "perros de paja" no sepan mantener el interés en todo momento, dotar de dignidad a su propuesta y servir eficazmente a la creación de una progresiva tensión a ser liberada en un final que no por predecible pierde un ápice de la fuerza que se merece.
‘Perros de paja’, versión 1971, no es uno de los mejores trabajos de Sam Peckinpah por más que sí sea uno de los más reconocibles. Sin desmerecer en nada a una producción por demás interesante que presenta los suficientes méritos como para que ocupe espacio en nuestra memoria cinéfila cuarenta años después, lo que ya indica que pocos tampoco deben de ser, habría que ver que habría sido de ella sin la presencia en sus créditos del citado Peckinpah o Dustin Hoffman, o cuando el nombre está algo por encima de la calidad. 'Perros de paja', versión 2011, ni es una mala película ni está exenta de interés, y desde luego se deja ver tan bien que esconderse tras su condición de "nueva versión" no debiera ser aceptado como excusa para no darle la alternativa a un filme que aun con sus limitaciones resulta satisfactorio. Y si bien puede que su calidad o los nombres involucrados no le alcancen lo suficiente como para que pueda ser recordada dentro de 40 años... para eso ya contaba con la alargada sombra de Peckinpah de antemano. Esa es la diferencia entre una y otra, esa es la diferencia entre el cine de los 70 y el actual; por lo demás...
Nota:
6.5
Por Juan Pairet Iglesias