'Perdida': Missing Amy
A finales del año 2007, el que seguramente fuera el golfista más famoso de la historia abandona a toda prisa el dulce hogar. Montado en su Cadillac Escalade SUV, se lleva, por el camino, una boca de riego, un árbol y alguna que otra valla de alguna que otra casa de los alrededores. A la mañana siguiente, la prensa se pone las botas. No con las intervenciones de cirugía facial menor por las que tuvo que pasar el deportista, sino por el lío de faldas que, al parecer, estaba en el origen de dicha fuga. Apenas seis años después, en febrero de 2013, uno de los atletas más populares de los últimos tiempos se sienta en el banco de los acusados de la Audiencia de Pretoria, Suráfrica. Días antes, en un incidente doméstico cuyos más significantes detalles están aún por esclarecer, su mujer había sido brutalmente asesinada. Ni falta hace decirlo: los medios de comunicación huelen, a millas de distancia, la comidilla que les alimentaría durante meses. Mientras el circo tuviera interés para el gran público, vaya.
Entre ambos sucesos, y en un punto espacio-temporal que ahora mismo no interesa determinar con total exactitud, se produce una misteriosa (y muy inquietante) desaparición. Estamos en un pueblecito en el que parece que la civilización haya sido, directamente, abandonada, y en el que consecuentemente, la naturaleza da síntomas de estar recuperando el terreno perdido. Ahí, Nick Dunne, un hombre cualquiera, se despierta y sale de casa para emprender el rutinario paseo matutino. Tras el ritual de cada día, se dirige hacia el bar que regenta junto a su hermana y poco después vuelve a la casilla de salida, donde claramente hay algo que no funciona. Tras un primer y rápido reconocimiento, los rastros de una violencia brutal y reciente se suceden por el hall, la cocina y la sala de estar. Los peores temores van asaltando la cabeza hasta que, efectivamente, se confirman. Amy Dunne, su queridísima, esposa, ha desaparecido. Con los dos antecedentes en mente, y con este punto de partida, empieza 'Perdida', nuevo trabajo del que, película tras película, se consagra como uno de los mejores directores de cine americano de los últimos tiempos. Quién sabe si de toda la historia; quién sabe si sin tener en cuenta las fronteras nacionales. David Fincher, a pesar del -merecido- prestigio que le acompaña, sólo a la altura de los grandes maestros del oficio (claro, porque él también lo es), sigue arrastrando el que también es uno de los rasgos distintivos de algunos de ellos: el maltrato académico, en forma de olvido casi total. El maldito Oscar (es como si todos los caminos terminaran ahí) se le resiste. Será por mala suerte (la competición es algo que ya no depende del sujeto) o porque, tal vez (y aquí ya nos ponemos trascendentales) haya gente que está por encima de estos honores. Como si, de algún modo, otorgarle el premio más -mediáticamente- prestigioso al que puede optar un cineasta, fuera caer en una constatación cuya obviedad fregaría el ridículo más insultante. El resto de mortales sí pueden entrar en dichas consideraciones. En este sentido, todo nombre relacionado con la desaparición (cinematográfica) de Amy Dunne, rinde al nivel de, ahora sí, Oscar. Tanto en la ficha técnica (ese montaje, esa fotografía, esa banda sonora...) como en la artística. Estamos, efectivamente, ante una de las películas del año, que como no podía ser de otra manera, es magnífica en cada una de sus facetas. Éstas son muchas, en ocasiones casi infinitas, y ninguna de ellas debe ser ignorada si lo que se quiere es apreciar la propuesta en toda su -colosal- magnitud. Para hacernos a la idea, lo que tenemos aquí es un brillante ejemplo del mejor cine de género, es decir, aquel que, rindiendo a un excelente nivel dentro de su terreno, consigue superar las barreras (auto)impuestas de su etiqueta, y lucirse también en otros muchos aspectos que en un principio le estaban vetados. En otras palabras, 'Perdida' no es sólo un thriller modélico, sino también una desgarradora disección (transversal a más no poder) de muchos de los males que, queramos aceptarlo o no, van pudriendo por dentro la sociedad en la que vivimos. Magistral en la construcción, en el desarrollo, en la ejecución y la culminación (o si se prefiere, en el polvo y la reflexión), la película se sirve-de (y potencia, gracias a la magia de un séptimo arte totalmente domado por Mr. Fincher) la estructura endiabladamente absorbente del material original de Gillian Flynn. El tiempo avanza y retrocede, las elipsis se suceden y los puntos de vista se intercambian sin cesar. Sin perder nunca de vista los múltiples objetivos y sin que el -delicioso- guirigay formal se apodere de una trama que precisa, irónicamente, de una narrativa extremadamente nítida, cualidad sin la cual todo se iría a pique. Lo mejor es que la fachada no se queda en esto, sino que nos da la llave para entrar (y comprender) la más terrorífica de las revelaciones: la verdad, por muy grave que sea, ha pasado a ocupar un segundo plano. Quizás ha dejado de existir, pues ésta es rehén de quien dice poseerla.por Víctor Esquirol Molinas