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'Perdida': Missing Amy

Vía El Séptimo Arte por 13 de octubre de 2014

A finales del año 2007, el que seguramente fuera el golfista más famoso de la historia abandona a toda prisa el dulce hogar. Montado en su Cadillac Escalade SUV, se lleva, por el camino, una boca de riego, un árbol y alguna que otra valla de alguna que otra casa de los alrededores. A la mañana siguiente, la prensa se pone las botas. No con las intervenciones de cirugía facial menor por las que tuvo que pasar el deportista, sino por el lío de faldas que, al parecer, estaba en el origen de dicha fuga. Apenas seis años después, en febrero de 2013, uno de los atletas más populares de los últimos tiempos se sienta en el banco de los acusados de la Audiencia de Pretoria, Suráfrica. Días antes, en un incidente doméstico cuyos más significantes detalles están aún por esclarecer, su mujer había sido brutalmente asesinada. Ni falta hace decirlo: los medios de comunicación huelen, a millas de distancia, la comidilla que les alimentaría durante meses. Mientras el circo tuviera interés para el gran público, vaya.

Entre ambos sucesos, y en un punto espacio-temporal que ahora mismo no interesa determinar con total exactitud, se produce una misteriosa (y muy inquietante) desaparición. Estamos en un pueblecito en el que parece que la civilización haya sido, directamente, abandonada, y en el que consecuentemente, la naturaleza da síntomas de estar recuperando el terreno perdido. Ahí, Nick Dunne, un hombre cualquiera, se despierta y sale de casa para emprender el rutinario paseo matutino. Tras el ritual de cada día, se dirige hacia el bar que regenta junto a su hermana y poco después vuelve a la casilla de salida, donde claramente hay algo que no funciona. Tras un primer y rápido reconocimiento, los rastros de una violencia brutal y reciente se suceden por el hall, la cocina y la sala de estar. Los peores temores van asaltando la cabeza hasta que, efectivamente, se confirman. Amy Dunne, su queridísima, esposa, ha desaparecido.

Con los dos antecedentes en mente, y con este punto de partida, empieza 'Perdida', nuevo trabajo del que, película tras película, se consagra como uno de los mejores directores de cine americano de los últimos tiempos. Quién sabe si de toda la historia; quién sabe si sin tener en cuenta las fronteras nacionales. David Fincher, a pesar del -merecido- prestigio que le acompaña, sólo a la altura de los grandes maestros del oficio (claro, porque él también lo es), sigue arrastrando el que también es uno de los rasgos distintivos de algunos de ellos: el maltrato académico, en forma de olvido casi total. El maldito Oscar (es como si todos los caminos terminaran ahí) se le resiste. Será por mala suerte (la competición es algo que ya no depende del sujeto) o porque, tal vez (y aquí ya nos ponemos trascendentales) haya gente que está por encima de estos honores. Como si, de algún modo, otorgarle el premio más -mediáticamente- prestigioso al que puede optar un cineasta, fuera caer en una constatación cuya obviedad fregaría el ridículo más insultante.

El resto de mortales sí pueden entrar en dichas consideraciones. En este sentido, todo nombre relacionado con la desaparición (cinematográfica) de Amy Dunne, rinde al nivel de, ahora sí, Oscar. Tanto en la ficha técnica (ese montaje, esa fotografía, esa banda sonora...) como en la artística. Estamos, efectivamente, ante una de las películas del año, que como no podía ser de otra manera, es magnífica en cada una de sus facetas. Éstas son muchas, en ocasiones casi infinitas, y ninguna de ellas debe ser ignorada si lo que se quiere es apreciar la propuesta en toda su -colosal- magnitud. Para hacernos a la idea, lo que tenemos aquí es un brillante ejemplo del mejor cine de género, es decir, aquel que, rindiendo a un excelente nivel dentro de su terreno, consigue superar las barreras (auto)impuestas de su etiqueta, y lucirse también en otros muchos aspectos que en un principio le estaban vetados.

En otras palabras, 'Perdida' no es sólo un thriller modélico, sino también una desgarradora disección (transversal a más no poder) de muchos de los males que, queramos aceptarlo o no, van pudriendo por dentro la sociedad en la que vivimos. Magistral en la construcción, en el desarrollo, en la ejecución y la culminación (o si se prefiere, en el polvo y la reflexión), la película se sirve-de (y potencia, gracias a la magia de un séptimo arte totalmente domado por Mr. Fincher) la estructura endiabladamente absorbente del material original de Gillian Flynn. El tiempo avanza y retrocede, las elipsis se suceden y los puntos de vista se intercambian sin cesar. Sin perder nunca de vista los múltiples objetivos y sin que el -delicioso- guirigay formal se apodere de una trama que precisa, irónicamente, de una narrativa extremadamente nítida, cualidad sin la cual todo se iría a pique. Lo mejor es que la fachada no se queda en esto, sino que nos da la llave para entrar (y comprender) la más terrorífica de las revelaciones: la verdad, por muy grave que sea, ha pasado a ocupar un segundo plano. Quizás ha dejado de existir, pues ésta es rehén de quien dice poseerla.

Dicho de otra manera: No importa si sucedió o no; tampoco si se miente o si se declara con total franqueza... "sólo" importa la manera en que la historia es contada. Los gestos, el lenguaje corporal, las expresiones adecuadas... En la era del showtime, una sonrisa a destiempo, un tartamudeo inoportuno o una gota de sudor en un momento de máxima tensión, pueden implicar una prueba incriminatoria mucho más determinante que cualquier perito forense. Sucedió con el golfista, con el atleta, y por supuesto también con el bueno (?) de Nick Dunne. 'Perdida' se descubre, a todas luces, como una devastadora reflexión sobre el angustioso (y permanente) conflicto entre la esfera privada (íntima, si se prefiere) y la pública. De cómo la segunda gana por goleada a la primera; de cómo la primera puede convertirse en el arma arrojadiza definitiva con tal de cargarse a la segunda, que como se ha dicho, es al fin y al cabo la única que importa.

Con esta -irrefutable- convicción, se abre el camino hacia otra prospección misántropa marca de la casa. Hasta que no se demuestre lo contrario, David Fincher sigue sin haber recuperado la fe en el género humano. Ni en él ni en nada que a éste se le haya ocurrido inventar. Los mass media, los juicios (populares / institucionales, si es que hay alguna diferencia entre ellos), la guerra de sexos (en la que las mujeres, como ya sucediera en la impecable re-re-adaptación de la obra magna de Stieg Larsson, se convierten en puro veneno, como reacción espantosamente lógica a un mundo extremadamente hostil), el sagrado matrimonio... a machetazo limpio. Sin piedad, y sin dejar una sola célula viva de cualquiera de esas grandes mentiras. Por supuesto, hablar de "falsedades" sería rasgar sólo la superficie, aunque son estos mismos engaños los que han ayudado a construir nuestra mismísima existencia. Éste es el auténtico drama: que nos empeñamos en que la ficción (en mayúsculas) de la "Asombrosa Amy" dictara el porvenir de nuestra vida. Y claro, cuando quisimos darnos cuenta, el "Amazing" se convirtió en "Missing", porque Amy (estupenda Rosamund Pike) desapareció, y con ella las falsas promesas de un "Way of Life" idílicamente prefabricado. Embustero, en definitiva.

La desolación es de las que marcan época. Es como si, más de medio siglo después, a la Norma Desmond de 'El crepúsculo de los dioses' le hubiera dado por volver a bajar las escaleras de su ostentosa mansión... solo que en esta ocasión, "felizmente" acompañada. Así de deliciosa y acertadamente destroyer es 'Perdida'. Así de imparable sigue David Fincher, quien una vez más lleva su obsesión por la técnica (que raya lo enfermizo) para que el impacto sea bidimensional. A nivel epi- e hipodérmico. Donde más duele. 'Perdida', en la que absolutamente todo funciona a la perfección (desde un Ben Affleck que reencuentra su mejor nivel a un Tyler Perry que emula, pero en mejor, el efecto sorpresa de Justin Timberlake en 'La red social'), se reivindica, plano a plano; frase a frase, como un apabullante ejercicio de intriga (policial, informativa, sentimental...), que a pesar de ser de una rabiosa modernidad, está en constante diálogo con los clásicos (claro, porque en realidad ya forma parte de este club). El entretenimiento, como en los mejores programas que pelean en el prime time televisivo, está servido; el puñetazo espiritual, también. Que cada uno se quede con lo que más le guste. A ser posible, con el pack completo, aunque para esto último, y como siempre sucede con el gran cine, se necesitará una larga digestión.

Nota: 8,4 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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