Contextualicemos un poco, horroricémonos y, finalmente, tranquilicémonos también un poco, que buena falta nos hace. Por cierto, así fue, mayormente, la última edición del Festival de Cine de San Sebastián, cuya culminación estuvo protagonizada por la entrega de la Concha de Oro a... 'Pelo malo'. Mentira, no tocó esperar hasta el final porque lo cierto es que el fallo del Jurado, como no podía ser de otra manera
en aquel desaguisado general, se filtró casi un día de antes de la celebración de la gala de clausura. Tremendo... y en la línea. O para emplear la jerga al uso: ''Me lo creo y me cuadra.'' El caso es que en su 61ª edición, se vio más claro que nunca (y por esto dolió especialmente) que el Zinemaldia no ha sabido (o no ha querido) encontrar su lugar en medio de la vorágine del calendario festivalero.
El rebufo de Toronto es peligroso, incluso devastador... más aún cuando de ahí sólo se pueden pescar títulos de dudosísima calidad, cuyo único interés (para el público, para cita en sí), si es que éste existe, estaría en el glamour de las estrellas de su cartel... estrellas que, -malditas- casualidades (o vergüenzas) de la vida, a la hora de la verdad ni se dignan en hacer acto de presencia en el escenario del crimen. En fin, que, enigmas del universo, a Colin Firth no hubo cojones de nombrarle persona non grata. Al caso. 'Pelo malo', convertida a la postre en
la gran vencedora de aquel tan lamentable espectáculo, vino directamente de Toronto... y por si a alguien le interesa (y ya veo que no), no fueron pocos los que se ''escaquearon'' de su presentación. La fe en la Sección, y no sin razón, era prácticamente inexistente... lo mismo sucedía con la pegada apriorística de un título venezolano que venía a hablarnos sobre una de las muchas tensiones sociales de ese país. Sí,
somos así de cretinos. Perdón.
'Pelo malo' es la expresión con la que designa aquel cabello que se resiste a ser peinado; a ser ''domado'', podría decirse. Es, para entendernos, el pelo rebelde, casi tanto como el joven protagonista de esta historia, Junior, quien vive obsesionado por hacerse una foto de carnet en la que salga a relucir toda su belleza... y con la que pueda conquistar el esquivo amor de su madre, mujer desbordada por la supervivencia a la que le fuerza la caótica y hostil Caracas. Hay en
Mariana Rondón (directora y guionista de la cinta) una clara voluntad de acercar al público (sobre todo el extranjero) una realidad que, por motivos geográficos o de opacidad informativa, corre el riesgo de pasar desapercibida. Ante el silencio, nada mejor que una conciencia voraz en forma de altavoz.
El cine, aunque cueste creerlo, puede seguir siendo un arte noble.
Y dicho sea de paso, permiso concedido para que se disparen las pocas alarmas que a estas alturas faltaban por saltar.
Cosas del cine social, que su compromiso, a veces, hace que el producto se pierda en su propio espíritu didáctico-moralizante. Como en la edad media (madre de Dios...): lo normal es que prime la voluntad de aleccionar... lo que venga a continuación, es puro bonus. Por suerte, la cineasta de Barquisimeto se ha confirmado, con tan solo dos largometrajes en solitario, como una experta en
abordar ''lo necesario'' a través de vías que a simple vista podrían antojarse amenas... incluso lúdicas, por qué no. En este sentido, ¿qué mejor instrumento que la mirada fantasiosa de un mocoso para acercarse al miedo y horror de la realidad más asquerosa? En 'Postales de Leningrado', el drama de la brutal represión por parte de los regímenes militares sudamericanos de la década de los 60, era narrado por varios chavales que veían en la clandestinidad de la jungla el escenario ideal para montarse la mejor de las historietas de superhéroes.
Eso sí,
la magia (omnipresente y pura) de la candidez no alcanzaba (porque tampoco lo pretendía) para ocultar una verdad tan violenta como terrorífica. La suma de los componentes de la ecuación da un resultado tan conocido (y tan bien explotado en esas latitudes) que ni falta hace nombrarlo. Para 'Pelo Malo' (que podría ser una especie de continuación natural y mucho más desencantada de su anterior trabajo), Mariana Rondón pule la técnica (tanto en la presentación como en el aprovechamiento interpretativo de su elenco; estupenda, en este sentido, la dupla
Samuel Lange Zambrano & Samantha Castillo), y convierte una aventura urbana protagonizada por niños (que de infantil tiene más bien poco) en una ocasión idónea para arrojar una mirada certera y sin concesiones sobre los efectos tóxicos (y de ramificaciones imprevisibles) del tabú y la condena social.
La pérdida de lo más sagrado (esto es, el amor de una madre a su propio hijo) desmenuzada, de forma cada vez más angustiosa y asfixiante (pero, y ahí está el bienvenido efecto diferencial, sin cargar nunca), para que una pequeña terraza se convierta, de repente, en un inmenso y deshumanizado bloque de apartamentos. O dicho de otra manera, para
que el drama más íntimo pase, poco a poco, al familiar... para llegar, finalmente, a una esfera que engloba a toda una sociedad. Todo está conectado, y así, la podredumbre se transmite con una facilidad y rapidez asombrosas. Impecable en la exposición... no tan acertada a la hora de rematar unas tesis que, a pesar del breve metraje, tienen el tiempo suficiente para caer en cierta reiteración. ¿Suficiente para conquistar Donostia? Aquel año sí... y bien agradecido que debería estar el certamen.
Nota:
6,4 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas