'Paddington': Tarro de mermelada, tamaño familiar
Música estridente de fondo. La banda sonora está claramente distorsionada, seguramente por el paso de unos años que no pueden contarse con los dedos de las manos. Imágenes en blanco y negro. No huele a rancio, ni mucho menos, sino más bien a añejo. La cinta que se está proyectando nos remite a aquellos tiempos pretéritos en los que parecía que a este mundo todavía le quedaran rincones por ser descubiertos, que la aventura aguardaría en cada uno de ellos, que ahí mismo encontraríamos, con toda seguridad, criaturas fantásticas, y que éstas desearían, ante todo, convertirse en nuestras nuevas mejores amigas. Preside esta grabación el sello oficial de una antiquísima sociedad de geógrafos, una comunidad de intrépidos exploradores, dedicados todos ellos, en cuerpo y alma, a ensanchar el conocimiento de la humanidad... y a hacernos soñar (que no es poco), sobre todo a los que no pudimos acompañarles in situ, y tuvimos que conformarnos, pues, disfrutando de sus peripecias desde la comodidad del hogar o, aún mejor, desde la butaca de una sala de cine.
La película de la que aquí se habla, por cierto, no es 'Up', sino 'Paddington'. Las distancias entre ambas son, por supuesto, abismales, pero no deja de ser curioso (quién sabe si también ilustrativo) el que estas dos cintas empiecen de manera prácticamente idéntica, es decir, empapándonos con el romanticismo de esa era de los pioneros y llamando, al fin y al cabo, y de la manera más directa posible, al chaval que llevamos dentro. El clásico de Pixar evolucionaba rápidamente y se convertía en un monstruo cuya forma variaba en función de la edad de los ojos que se fijaran en él. Por el contrario, el nuevo film de Paul King parece querer quedarse en este estado de infancia permanentemente preservada, lo cual, recordemos, no es en ningún caso un inconveniente, mucho menos cuando hablamos de una película con una autoconciencia tan bien definida. A la hora de hablar de 'Paddington', uno no sabe del todo bien si referirse a ella como una película o ''simplemente'' (nótense las comillas) como un producto. Porque si bien un poco más arriba se ha citado al director Paul King, no menos justo (visto lo visto) sería hacer lo propio con el productor en cabeza, David Heyman, quien antes de llegar al estreno que ahora nos concierne, ya tenía en su currículum títulos tan solventes (incluso sobresalientes) dentro de sus respectivos campos como 'Gravity', 'Soy leyenda' o la saga al completo de ''Harry Potter''. Hablamos pues (y lo hacemos habiendo visto sólo el resultado final de sus proyectos) de un auténtico modelo a seguir en su profesión, de alguien que sabe adaptarse perfectamente a la audiencia que sus cintas parecen pedir, para que así se cierre el círculo, y el propio destinatario final tenga que hacer un esfuerzo mínimo a la hora de adaptarse él a lo que le están mostrando. Y he aquí el gran problema (o virtud, dependiendo del caso) con el que suele toparse ese cine supuestamente dirigido a toda la familia, y es que al final su contenido sólo cale en los más pequeños de la casa, quedando así excluidos todos aquellos que, por alguna razón u otra (véase, de nuevo, la época que nos ha tocado vivir), hayan dejado de creer en la magia. En este sentido, 'Paddington' reivindica, ya desde sus primeras escenas, esa chispa de la obra más célebre de Michael Bond. La longevidad de ésta (que nos lleva de 1958, año de la primera publicación de la serie ''Paddington Bear'', hasta el pasado 2014) es tan inusual como reveladora, en tanto que nos descubre a un personaje (con todo el universo que le rodea) que ha sabido encandilar a, por lo menos, tres generaciones (que se dice pronto). Volviendo a su esperada adaptación a la gran pantalla, y a la espera de ver cómo la trata el tiempo, no suena nada descabellado afirmar que dispone de los elementos suficientes (de hecho, va sobrada de ellos) para despertar simpatías, de forma simultánea, tanto entre los adultos como los menores. El nuevo de trabajo de Paul King (o de David Heyman, como se prefiera) supera rápidamente el posible inconveniente que muchos le vimos (con mucho terror, cabe añadir) en sus tráilers. Esto es, saber medir bien las posibilidades de unos efectos especiales para que la interacción entre imagen real y CGI’s no se revele en una sociedad descompensada que lleve a resultados catastróficos. Antes de que se disparen las alarmas: las apariencias engañaban, 'Paddington' no tiene nada de tétrico. Justo lo contrario. Su apuesta estética propicia, primero, que el imaginario de Michael Bond se acople perfectamente a nuestro mundo (y viceversa); segundo, que el relato más estrictamente cinematográfico despliegue con total libertad todo su encanto, gamberrillo y tierno a partes iguales. De paso, queda claro, por si todavía quedaban dudas al respecto, que la industria británica se halla en un momento (de maduración, si queremos llamarlo así) envidiable. Por músculo financiero, por poder de convocatoria (esa pareja compuesta por Nicole Kidman & Peter Capaldi, que nos recuerda el papel cariñosamente denigrante de los adultos en este tipo de función) y, sobre todo, por esa capacidad innata de sacarle tanto partido a su propia esencia (mientras se ríe, sin excesiva saña, de ella misma... miremos, sino, el juego que ahora mismo siguen dando modelos familiares tan arquetípicos como, pongamos, el dibujado por la mítica 'Mary Poppins', de P.L. Travers, o la obsesión de ese peludo enchaquetado por los bocadillos de mermelada de naranja, empalagoso guiño a la obsesión brit por ritos tan ancestrales como el de la la hora del té), pocos aparatos son capaces de conjurarse de esta manera para mostrarse tan efectivos. El equipo delante y detrás de las cámaras no escatima en ninguna escena, y durante la hora y media que dura esta atípica conquista londinense, cada escenario y situación se van a convertir en la plataforma perfecta para que salga a relucir el humor, el dinamismo, la inventiva y el encanto de ese entrañable osito que, una vez más, va a demostrar el por qué de su carisma incombustible. Y es que 'Paddington' es, ante todo, una fábula que, jugando con un material que se antoja imperecedero, ha sabido calibrar a la perfección las necesidades del público de ahora, para brindar así una dosis aventurera tan divertida como entrañable; rica en valores y diversión. El consumidor tiene una edad límite, cierto, pero sea cuál sea la nuestra, nunca está de más recordar que éste tope lo ponemos nosotros. Nota: 7 / 10por Víctor Esquirol Molinas