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'Luna en Brasil': Elizabeth Bishop perdida

Vía El Séptimo Arte por 08 de enero de 2015

El arte de perder puede dominarse con suma facilidad. Al fin y al cabo, son muchas las cosas que parecen predestinadas a ser perdidas. Cuando nos damos cuenta de esto, lo que en un principio podría ser una tragedia, a la hora de la verdad no puede adquirir dicha categoría. El truco está en empezar por acostumbrarse a la ausencia de aquellos objetos que, a pesar de la importancia que hemos querido darles, son minúsculos desde el mismo momento en que ponderamos su valor dentro de una visión más amplia de nuestra vida. La fotografía de un momento que pedía ser inmortalizado, las llaves de casa, aquella reliquia familiar, un coche, una ciudad, un ser amado... Todo viene y, con la misma facilidad, se va. Y a pesar de todo, la vida sigue. Y con todo esto (como si fuera fácil), la pérdida ya no habrá sido un desastre, sino un elemento fundamental para saber disfrutar, como es debido, de todo aquello que realmente merece la pena.

Y mil perdones por estas líneas, pues a buen seguro ahora mismo Elizabeth Bishop se estará removiendo de lo lindo. Con total disgusto. Esté donde esté. Pobre... Por esta chapucera traducción de uno de sus más célebres poemas, servidor pide perdón y asume cualquier tipo de responsabilidad que de ella se derive. Por todo lo demás, cualquier arrebato de (más que comprensible) indignación debería dirigirse hacia Bruno Barreto. Sobre este director brasileño recayó la responsabilidad (o el encargo, o lo que sea esto...) de llevar a la gran (?) pantalla la montaña rusa emocional por la que pasaron la citada Elizabeth Bishop y la famosa arquitecta Lota de Macedo Soares. Para gustos, los colores, y con todo el respeto del mundo debemos pensar en todos aquellos (y aquellas, claro) cuyas filias les lleven a inclinarse hacia el amor entre señoras de collares de perlas. Imagínenselas en el Festival de San Sebastián (por ejemplo), con dos txacolís de más. ¡Uy, uy, qué escándalo!

Añádanle a la ecuación un tercer integrante para poder dibujar así un triángulo amoroso como Dios manda y el factor morbo estará más que garantizado. Más allá de esto (que como se ha dicho, para algunos no habrá sido premio menor), no está fuera de lugar preguntarse si 'Luna en Brasil' aporta algo más. Y quien habla de ''preguntar'' puede hacerlo también de ''acusar'' (sin miedo, por favor), porque hay crímenes (no tipificados, increíble...) que simplemente claman al cielo. La nueva película de Bruno Barreto es, supuestamente, un (melo)drama romántico hecho desde los más profundos y sinceros respeto y admiración, despertados por sus propios personajes, inspirados en personas tan reales como, no lo olvidemos, sobresalientes en sus respectivos campos (ídem). Un respeto, por favor. Pero a efectos prácticos (es decir, a la hora de sentarse en la butaca y ''disfrutar'' de la proyección), molesta, en todos los sentidos imaginables, comprobar hasta qué punto ha degenerado lo que podríamos llamar ''material original''.

De estructura rudimentaria y ensamblaje emocional imperdonablemente endeble, 'Luna en Brasil' no hace justicia ni a Lota de Macedo Soares ni, mucho menos, a Elizabeth Bishop. No solo esto: convierte tanto a la una como a la otra (así como a quienquiera que esté dentro de un radio de 100 km de cualquiera de ambas) en meros arquetipos vdiseñados (o ésta es la impresión que inevitablemente aborda la mente) para una telenovela cualquiera de sobremesa. La presentación tosca del romance potencialmente (y en efecto) tempestuoso es la antesala de dos horas de metraje permanentemente descalibradas en el plano sentimental y narrativamente incapaces de mantenerle el pulso a una historia que quizás era demasiado compleja para las aptitudes de Barreto y su equipo. Poco importa el trabajo correcto de la dupla Miranda Otto & Glória Pires (incluso, por aquello de ser generosos, el de Tracy Middendorf).

Destaca, por encima de cualquier atisbo de triunfo, la ineptitud por profundizar en un más que apetecible (al menos sobre el papel) axioma presentado por las dos caras de una misma moneda. ¿Musa inspiradora o dios destructor? El amor, habitualmente confundido con el sentido de posesión y dependencia más corrosivas, nos lleva, continuamente, de un lado al otro de la balanza. Desgraciadamente, esta ''Luna'' parece haber perdido dicha capacidad para bascular y se estanca en un fatalismo tan forzado como, a la postre, cansino. La -casi ofensiva- simpleza de las formas para nada se corresponde con el potencial (derrochado) del contenido. Al final, sí hay pérdida. De mesura, de sutileza, de dignidad, de inteligencia. Lo peor es que, en este caso, la tragedia es descomunal. Lo que se ha hecho aquí no puede tildarse de interpretación, sino de -tonta- lectura bañada en alcohol de garrafa, que ha convertido a la composición más bella, en la más barata de las expresiones poéticas.

Nota: 3 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

@VctorEsquirol

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