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'Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)': La desternillante intrascendencia del ser

Vía El Séptimo Arte por 09 de enero de 2015

Y sin saber cómo cojones había llegado, ahí estaba Riggan Thomson. Riggan "Fucking" Thomson. Él y la insoportable inmensidad de su camerino de cinco metros cuadrados. Allí mismo, hacía dos semanas (es decir, los catorce días que llevaba ahí instalado) que se desafiaban, continuamente, todas las leyes de la física cuántica. Justo ahí, el espacio y el tiempo se habían violado mutuamente para concebir así a un hijo bastardo que, en aquel preciso instante, se miraba al espejo. Las expresiones de incredulidad y horror del pobre individuo no eran más que otra cruel broma en el plan maestro de este mundo cruel. Mientras, en aquel agujero oscuro, húmedo y maloliente, seguían aglutinándose los recuerdos de quien en su día (y de esto hacía ya unos veinticinco años) llegara a ser una de las caras más codiciadas entre los grandes estudios de Hollywood. Sí, qué tiempos... Aquello era vida. Joder, aquello era la puta vida.

Un cuarto de siglo atrás (mierda...) los peces gordos se apuñalaban entre ellos sólo para tener el sumo privilegio de una audiencia de diez minutos con el gran Riggan Thomson. Con Riggan "Fucking" Thomson... Para él, la Luna era chatarra, pues él, y sólo él, era merecedor de todos los regalos, promesas y legiones de aduladores que pudieran contabilizarse en este indigno planeta. Él, y sólo él, era El Hombre Pájaro. Se podría decir que Birdman había nacido de la mente de aquel desgraciado dibujante de comics solamente para encarnarse en la hercúlea figura de Mr. Thomson. Cualquiera osaría opinar lo contrario. No había huevos... Pero ahora sí. Las tornas se habían invertido, y cuando quiso darse cuenta, Riggan no tenía ni pajolera de cómo había llegado ahí. De cómo se había convertido en la sombra de un diablo que se alimentaba de la mierda que él mismo había ido excretando a lo largo de esos últimos cinco lustros.

Izquierda, derecha, arriba y abajo. No importaba la dirección en la que mirara, las reliquias del merchandising de los blockbusters que antaño había protagonizado, le impedían ver más allá de su decrépita nariz. ¿Cómo podía ser que tantos muñequitos, pósters, bufandas y objetos inútiles cupieran en un espacio tan reducido? Ni el mayor maestro del Tetris lo habría logrado. Riggan Thomson, sin embargo, sí. Riggan "Fucking" Thomson... nadie mejor que él para arrastrar, de forma cada vez más penosa, los recordatorios de un pasado que, a cada segundo que pasaba, parecía más glorioso, más dulce, más perfecto... mas irreal. Fue en aquel momento en que la desesperante (aunque también graciosa) soledad del actor fue llenada con la inesperada irrupción de un revólver cargado. "Deus ex machina...", murmuró, con tono socarrón, aquella terrible voz interior que tanto venía atormentando al patético Riggan Thomson a lo largo de aquellas últimas y agónicas semanas.

Y sin saber cómo habían llegado, ahí estaban los tres. Riggan Thomson, Birdman y la pistola. Al principio, el primero se resistió a entrar en lo que a buen seguro sería otro juego perverso. Silencio sepulcral. No movió ni un sólo músculo. Hasta consiguió que su corazón dejara de latir durante unos segundos. Hasta que aquella maldita voz volvió a alzarse. "Qué, ¿vas a tenernos mucho más rato esperando?" Y Riggan se desmoronó. "No. Claro que no. Total..." De modo que agarró el arma con toda la firmeza que le permitía un pulso que le temblaba como un flan. Lo bueno es que a aquella distancia era imposible que la bala no le atravesara la sien, terminando así, para siempre, con aquel calvario . El dedo índice se posó bruscamente sobre el gatillo, y justo cuando iba a accionarlo, el Pájaro volvió a hablar: "Antes de que lo hagas, me gustaría hacerte una última pregunta." Thomson no pudo reprimir la risa nerviosa. "Adelante, tío."; "A pesar de todo, ¿has conseguido lo que querías de esta vida?" Ni un segundo de vacilación para dar con la respuesta: "Sí, lo conseguí."; "¿D veras? ¿Y qué era exactamente lo que querías?" Aquí sí que tocó esperar una vez más: "Poder considerarme a mí mismo como alguien amado. Sentirme amado en la Tierra."

Con estas mismas palabras empieza la película que ahora nos ocupa. Aunque visto de otra manera, también puede afirmarse que con esta cita a aquel poema corto de Raymond Carver, termina lo último de Alejandro González Iñárritu, que contra todo pronóstico, es una comedia. Definitivamente, el mundo se ha vuelto loco. Aunque claro, es en la demencia que algunos afortunados alcanzan la iluminación. 'Birdman' es, antes que nada, una bendita locura. Tanto que en ella a Zach Galifianakis le toca el papel de "serio" y a Emma Stone el de "fea". Y tiene todo el sentido del mundo. Se trata de una historia tan familiar como compleja, y supuestamente condicionada a su artificio formal narrativo, suerte de circo de cuatro pistas materializado en un único plano secuencia imposible que en apenas dos horas, condensa la acción de un puñado de días. "¿Imposible?" Desde luego. Pero ya se sabe, esto es cine... ¿o era teatro? ¿O sueño? ¿O qué? A no ser que ud. se llame Alejandro González Iñárritu y venga de dirigir filmes tales como 'Amores perros' o 'Biutiful', ni se moleste en tratar de descifrar mentalmente este enigma. El experimento podría causarle la peor de las frustraciones.

Mejor espere a entrar en la sala de cine (por favor) y entonces, y sólo entonces, disfrute. La susodicha comedia, que en realidad es un drama, nos presenta a unos actores que en realidad no son más que carnaza, o sacrificios de sangre, si se prefiere, ofrecidos a un dios que nunca tiene suficiente. En la misma línea, Riggan Thomson en realidad es Michael Keaton. Éste (el primero) alcanzó la fama, hace mucho tiempo, gracias a la archi-conocida trilogía "Birdman". Llegados a este punto, hablar del Batman de Tim Burton es algo declaradamente ofensivo. Y si siguen sin tenerlas todas, comprueben las fechas, porque obviamente, en este cuchitril hay espacio para todo, menos para las casualidades. En éstas que Riggan Keaton se mira al espejo y ve cómo éste le devuelve la imagen de Michael Thomson, desecho deforme de una maquinaria que lo ha regurgitado a través de su conducto (trasero, por supuesto) más mugriento. Momento tan bueno, como cualquier otro, para pegarse un tiro... o, lo que viene a ser lo mismo, para reinventarse. Cuando lo obvio se hace, a todas luces, incontestable, el desgraciado se olvida, de una vez por todas, de buscar el cariño en el glamour del séptimo arte para hacer lo propio en el prestigio del teatro (del que seguramente antes se reía, también sea dicho).

Broadway espera, con total expectación (y todavía más incertidumbre), la noche de la gran inauguración. La obra de marras está re-escrita, dirigida e interpretada (en su rol principal, faltaría más) por esa estrella estrellada en el estrellato; por ese hombre pájaro a quien se le olvidó volar. Todo se condensa en los nervios, las prisas y las inseguridades de los momentos previos a efectuar un triple salto mortal sin red de seguridad que o bien será redentor o, por el contrario, matador. Sin medias tintas que valgan, y sin cortarse un pelo a la hora de tirar una serie de (meta-)puñales que, como era de esperar, acaban dando al propio lanzador (nadie se libra), el ahora lesionado Iñárritu decide reírse de todo, y de todo el mundo, a través de lo que mejor se le ha dado siempre: la tragedia. Porque más allá de su apabullante (e inteligentísimo) virtuosismo, 'Birdman', que es una obra maestra (así de claro), es una lección igualmente maestra de enfoques. De cómo la perspectiva determina completamente el objeto retratado.

Porque sobre el papel, 'Birdman' es una tragedia como la copa de un pino... sólo que tiene una consciencia tan desarrollada que, en la distancia (implacable) que sabe poner con todo lo descrito, surge la comedia más despiadada. Al grano: Es gracioso, principalmente, porque es verdad. Y precisamente por esto, es triste. Porque no importa si el sujeto es un actor, o un productor, o un crítico de arte, o un asistente o, por qué no, un fan desesperado por obtener la firma de su ídolo. El caso es que si la cámara se acerca lo suficiente a ellos, parece que el mundo vaya a acabarse, y a estallar en el más estruendoso de los cataclismos. Pero (y ahí está la gracia), cuando el observador se aleja y, con ello, se da cuenta de las magnitudes y (sobre todo) de las proporciones con las que está trabajando, entonces la conclusión se hace tan obvia que induce a la carcajada más irrefrenable. Por mucho que el universo conspire en contra del actor, o del productor, o del crítico de arte, o del asistente, o del fan; por mucho que parezca que su (en mayúsculas) mundo vaya a apagarse, lo cierto es que para el resto de seres humanos, el día siguiente será tan anodino como el de hoy.

Asúmelo, empezaste a desaparecer desde el mismo momento en que naciste. Por mucho que quieras convencerte de lo contrario, una cosa no es esa cosa (o esa persona), sino lo que dicen de ella. En otras palabras, eres intrascendente. Triste, ¿no?, y por si fuera poco, tarde o temprano entenderás que cualquier intento de revertir dicha situación va a ser tan fútil como, a la postre, desternillante... A no ser, claro, que en el ultimísimo momento antes de apretar el gatillo, comprendas que el amor poco o nada tiene que ver con la admiración. Será entonces cuando puedas apropiarte de aquello (lo único) que realmente importa, es decir, "Poder considerarte a ti mismo como alguien amado. Sentirte amado en la Tierra." Y a partir de ahí, a volar. Y si todas estas reflexiones se antojan excesivamente complicadas, siempre te quedará el consuelo del más feliz de los refugios: aquel que sólo se encuentra con los ojos tapados. Porque no lo olvidemos, esta kilométrica coletilla en el título viene de serie. Esto es "Birdman" ó "la inesperada virtud de la ignorancia".

Cuidado, hay más variantes. "Birdman" ó "Michael Keaton agrietándose ante tus ojos en el papel de su vida". "Birdman" ó "Edward Norton auto-flagelándose en inmejorable as himself". "Birdman" ó "Enterarte de que el espejo está puesto, sobre todo, frente al espectador, cómplice híper-necesario del crimen". "Birdman" ó "Las mil y una filigranas, con los mil y un géneros... para crearte un todo tan compacto que, sencillamente, aplasta". Y cómo no, "Birdman" ó "La secuencialidad más maravillosamente tramposa para fundir en glorioso puñetazo, cine y teatro; arte y vida; realidad y mentira". En otras palabras, es un prodigio que convierte la magia espiritual marca de la casa Iñárritu, en pura (y divertidísima) desmitificación; en un torrente esquizofrénico que desnuda, sin piedad, las vergüenzas (y el alma) de una industria (la del espectáculo) tan decadente como los seres humanos que la pueblan. Es pura percusión, no sólo por la estupenda composición de Antonio Sánchez (excelente complemento que añade al artificio ese aire a semi-improvisación que tanto le faltaba), sino básicamente porque golpea (entre bambalinas, en el escenario, en los camerinos o a pie de calle) a todo aquel que se ponga al alcance de su mano. Quien se sienta por aludido, es libre de reírse (o de deprimirse) todo lo que quiera.

Nota: 9 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

@VctorEsquirol

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