En el apogeo de su carrera como creador cinematográfico, o dicho de otra manera, cuando tenía a la crítica de medio mundo rendida a sus pies, Takeshi Kitano decidió dar un giro de ciento ochenta grados a su carrera. Porqué sí. Porqué él lo valía. Porqué, como todo buen auteur que se precie, llegó el momento en que se miró al espejo... y el reflejo le encantó. Narcisismo, quizás, pero reacción comprensible, al fin y al cabo, él lo valía (nunca está de más repetirlo). Al fin y al cabo, ¿por qué diablos tenía que rebanarse los sesos rebuscando en la siempre esquiva ficción cuando todo lo que necesitaba -él y su público- era conocer mejor al genio; cuáles eran sus inquietudes, qué se cocía en su cabecita?
Dicho y hecho, Takeshi-san se olvidó de mafiosos, guerreros, enamorados y entrañables chavales y se multiplicó cual gremlin bajo la lluvia. Ahora había muchos 'Takeshis'', y cada uno parecía tener algo radicalmente diferente que contarnos. El caos era considerable (véase la irritante 'Glory to the Filmmaker!'), pero entre tanto trueno y relámpago conceptual sobresalían varios factores comunes que daban un poco de sentido al entramado. Primero, la comentada voluntad de mezclar las inquietudes meta-artísticas con la de simplemente ensanchar su ya de por sí ensanchado ego. Segundo, explorar a fondo los límites de la propia creación a través de su particular toque entre naïf y extravagante. Tercero, y tal como hacen los grandes cineastas, hacer llegar el mensaje a través de un vehículo que aparentemente no tiene nada que ver con él.
Es por esto que, visto con la perspectiva que nos da su estreno dos años después de su presentación oficial en Cannes, cabe interpretar 'Outrage' más como un paso evolutivo hacia delante que no como un regreso a los clásicos, más si tenemos en cuenta la disminución en el radicalismo de la anterior película en el currículum de Kitano, la injustamente infravalorada 'Achilles and the Tortoise'. Cierto, siendo en esta ocasión el crimen organizado el telón de fondo, sin duda esto significa que uno de los directores japoneses más talentosos de nuestros tiempos vuelve a sus orígenes, tanto personales como artísticos. Pero ha llovido mucho desde aquella semi-ópera prima hecha por encargo forzoso y en la que la cámara estaba casi siempre estática, por el confesado desconocimiento total del oficio cinematográfico por parte de su ejecutor.
Desde el estreno de la sorprendente 'Violent Cop' ha transcurrido ya casi un cuarto de siglo -cómo pasa el tiempo- y por supuesto, se han cumplido los años necesarios para que Kitano haya asimilado la sana costumbre de sentarse y reflexionar antes de apretar el gatillo. Una prueba de ello, la película que ahora nos concierne, que contrariamente a lo que nos sugiere su título, mantiene la calma y el temple necesarios para construir un discurso que, una vez listo, sí hace honor al título de marras, y arremete violentamente contra el objetivo marcado. Llegado el momento, la bala perfora piel, carne y hueso, dejando una espantosa herida abierta de la que emanan litros de sangre, cuyas manchas se erigen en la mejor prueba de que el trabajo se ha llevado a cabo de manera más que correcta.
Así se nos presenta 'Outrage', una guerra sin cuartel de hora y media larga de duración a la que le gusta la calma y el sosiego... solo para más adelante estallar en una tormenta y furia marca de la casa. Dicho de otra manera, en una jungla de nombres al servicio de una infinidad de clanes (y que por ello pueden inducir demasiado fácilmente al total desconcierto por parte del espectador), se pelean a muerte una serie interminable de personajes interesados en mantener las formas, única y exclusivamente para que la puñalada posterior duela más. Con elegancia, incluso con mimo, Kitano no se da ninguna prisa en retratar un mundo que le es familiar, una posición casi idéntica la que mantendrá el espectador amante del género. Coches de lujo, trajes más caros que el sueldo anual de la mayoría de trabajadores, la venganza como plato del día, espaldas tatuadas, falanges cortadas... no falta ningún elemento.
Lo mejor es que dicha acumulación no responde al mero afán coleccionista, sino al firme deseo de plasmar con la máxima fidelidad posible los complejísimos mecanismos que desembocan en la liturgia que rige un microcosmos escalofriantemente representativo de un objeto de estudio mucho mayor. Y ahí está el meollo. En medio del silencio que precede a la tempestad, el mundo yakuza se descubre, a manos del sensei Kitano, como el laboratorio de pruebas perfecto para destapar las miserias de la sociedad nipona. Y es que los gritos más subidos de decibelios, las amenazas más espeluznantes y las muertes más aterradoramente creativas no responden únicamente al sadismo que cabía esperar de uno de los principales responsables de la joya casposa televisiva ''Humor amarillo'', sino también a las preocupaciones más nobles del maestro que se da cuenta con horror que se está haciendo viejo, mientras su mundo se va al garete.
No se trata solamente del mundo del hampa; se trata más bien de poner en tela de juicio el estado actual de un país en pleno descenso a los infiernos, merced al escenario de degeneración moral en el que lleva tanto tiempo asentado. No es casual que las diversas familias de delincuentes tengan una relación tan abierta -y fundamental- con los poderes fácticos más representativos de una sociedad que repite incluso de cara a la galería los mismos tics de aquello que supuestamente es condenable. El peso innegable de una tradición adquiere aún más relevancia a cargo de las nuevas generaciones, que se sirven de lo antiguo para escalar en el macabro juego del todos contra todos, cuyo objetivo final debería ser el poder, pero que en realidad es la más primitiva supervivencia. Gloria pues al yakuza Kitano, quien consigue sobreponerse a las -perdonables, por casi insignificantes- imperfecciones de su estilo narrativo para que su rabioso mensaje sobreviva también a su propia propuesta. La moraleja, que ya puede decirse, queda brillantemente completada en la ejemplar secuela (¿tendremos que esperar tanto para verla en nuestras salas?), tiene la virtud de aumentar su impacto en el reposo de la memoria, y como no podía ser de ninguna otra manera, es de las que duele, tanto en el sentido visceral como en el espiritual.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas