'Malditos bastardos' - Once upon a time, in my fucking head
En el año 1978 se estrenó una película italiana dirigida por Enzo G. Castellari. Trataba de una cuadrilla de alocados soldados aliados que, desobedeciendo las órdenes del alto mando, decidían tomar por su propia cuenta un tren alemán que supuestamente llevaba un suculento botín. El filme se titulaba 'Aquel maldito tren blindado', pero se conoció también como 'The Inglorious Bastards' -¿coincidencia?-, en referencia a los protagonistas de la historia. Si clasificáramos a este producto dentro de la serie B, quizás nos quedaríamos cortos. Así pues, parece que Tarantino ha vuelto a hurgar en los terrenos de su querido trash. No obstante, hay que aclarar que de aquella bizarra propuesta perdida en el olvido, sólo se ha tomado prestado el espíritu gamberro y las nobles ganas de pasarlo bien a base de disparos, explosiones, y cuerpos mutilados de nazis.
En esta línea ¿quién dijo rigor histórico? Tarantino desde luego no. Y es una suerte, ya que todo lo que sale de la cabeza del enfant terrible por excelencia del cine americano, acostumbra a ser mucho más divertido que la realidad. Y en esto se apoya 'Malditos bastardos', en aquel principio universal que nos dice que "drama más tiempo es igual a comedia". Pero como a estas alturas ya todos conocemos las tendencias de este inclasificable director, es de esperar que no sólo las risas se adueñen de la cinta. Como no podía ser do otra manera, la mezcla de géneros es casi el motivo de existir de sus productos, y éste no es la excepción. En efecto, esta auténtica cafrada bélica hace reír, crispa los nervios -en el buen sentido- y hasta se permite el lujo de aburrir en algún que otro tramo.
Recuerdo que cuando llegó a nuestras salas el castrado proyecto Grindhouse se planteó la siguiente pregunta: ¿Opinaría lo mismo de 'Death Proof' si no la hubiera firmado Tarantino? Una cuestión absurda a mi entender, ya que sin él, la película hubiera sido radicalmente diferente... o ni siquiera hubiera llegado nunca a hacerse. Quentin es Quentin. Suena absurdo, pero en realidad es uno de los mayores cumplidos a los que puede aspirar cualquiera que pertenezca al selecto grupo de directores que realizan cine de autor. En una cafetería de Los Angeles, en un centro comercial o en un abarrotado local de la capital del país del sol naciente... poco importa la localización, ni las circunstancias que rodean a la historia, pues su estilo es siempre palpable. Incluso en una casa rural francesa en el año 1941.
Ahí es donde arranca magistralmente 'Malditos bastardos'. La manera en que aparecen los personajes, y la banda sonora de Ennio Morricone nos remiten al mejor western, un género que -sorpresa- le sienta de maravilla a este convulso periodo histórico. Con la aparición en escena del coronel Hans Landa se hace el silencio absoluto. Christoph Waltz justifica en cada mueca, en cada frase que pronuncia el por qué de su premio al mejor actor recibido en la última edición del Festival de Cine de Cannes. Este risueño y políglota "caza-judíos" es capaz de provocar la carcajada y helar la sangre al respetable siempre que se lo propone. Gracias a él y a la cada vez más sabia planificación de Tarantino (excelente su capacidad para crear tensión de la nada), el primer capítulo de esta brutal venganza se descubre como una pequeña porción de cine con letras mayúsculas... lista para ser devorada -y estudiada- una y otra vez.
El desparpajo narrativo y la vis cómica (divertidísima la manera de buscar la complicidad del público con la excusa del popurrí lingüístico) mostrados en el segundo capítulo van desapareciendo lentamente a medida que pasan los minutos. El que Tarantino sea un genio es indiscutible, pero también es sabido que comete errores. El más importante que hay que contabilizar en 'Malditos bastardos' es el de no acabar de dar profundidad a la inmensa mayoría de sus personajes. Pocas huellas hay de aquel talento que, con pocos minutos delante de la cámara y aún menos líneas de guión, era capaz de crear personajes carismáticos y memorables... sólo encontramos breves destellos, personificados en las ya comentadas y solemnes apariciones de Christoph Waltz y las payasadas macabras de Brad Pitt.
Es una lástima el que la trama -indudablemente narrada con muy buen estilo- avance a trompicones y se centre en eventos que finalmente no resultan ser tan impactantes como cabría esperar. Vista la alarmante pérdida de tiempo (con su debida sucesión de tiempos muertos), uno tiene que tragarse el orgullo, y muy dolorosamente admitir que por una vez, y sin que sirva de precedente, los productores tal vez tenían razón cuando sugirieron a su querido director que recortara sustancialmente el metraje final. Y es que más de dos horas y media de duración exigen un elevado esfuerzo para el espectador. Un esfuerzo que durante un intervalo de tiempo demasiado prolongado, apenas se ve recompensado.
Pero por si no había quedado claro, Quentin es Quentin, y él siempre se las ingenia para dejar buen sabor de boca. Haciendo malabarismos con la música, bombardeando con sus continuas referencias cinéfilas, sorprendiendo con diálogos ingeniosos, creando cuantiosos clímax para derepente mandarlo todo a freír espárragos... y sobretodo, demostrando que todo rodeo anterior fue concebido para acabar configurando un último acto a la altura de las expectativas. Corre la hemoglobina, y una violenta tormenta de furia y caos parece apoderarse del conjunto, pero en el fondo se esconde una romántica visión del cine como arma para impartir justicia; como librador del mal. Un enfoque digno de uno de los mayores enamorados del séptimo arte. Y el remate para una película que no es la obra maestra que esperábamos, pero que sin duda hará las delicias de los más tarantinianos.
por Víctor Esquirol Molinas
Spoiler
Los momentos cómicos son brutales, al igual que los violentos y/o dramáticos... en fin, como bien han apuntado si se intentase hablar de cada momento que me ha llamado la atención no podría terminar nunca, así que sólo destacar la notaza: 9'5/10
Malditos Bastardos es una pasada de principio a fin. Siempre con el sello Quentin. Soberbias actuaciones, diálogos chispeantes y de lo más ingenioso, maravillosa dirección de cámara, extraordinaria fotografía, ... Cada plano es una joya. No creo que los últimos tiempos exista alguien que haya dado más imágenes a la iconografía popular.
Y algo que siempre me ha flipado de Tarantino, su exquisito gusto musical, y su capacidad de combinarlo con las imágenes haciendo que algunas canciones y partituras hayan entrado en la Historia. En esta peli en concreto me parece increíble el uso que hace de la canción que David Bowie compuso para la película de El beso de la mujer pantera (1982). ¿Quién lo iba a decir en una película de la II Guerra Mundial? Pero a ver a quién se le olvidan esos planos de Mélanie Laurent maquillándose a ritmo de Bowie.
Dios que aburrimiento. Vaya bodrio. Aguanté hasta que empezó la historia del cine y comprobaban lo rápido que quema el celuloide. Bufff que tostón.