Admitámoslo, no somos perfectos, de modo que por mucho que lo intentemos, siempre habrá ocasiones en que se imponga nuestra condición humana. Que sí, que en el fondo (muy en el fondo) seremos conscientes de que lo que estamos haciendo no está bien... ¿pero qué le vamos a hacer? Seguirán estando ahí estos recordatorios de que nuestra magnanimidad e interés absoluto por todo lo que se cuece en este mundo son
tan fingidos como... como... la sonrisa de una modelo. Perdón. El caso es que, por mucho que lo intentemos, siempre habrá esa persona que nos caerá mal sin ningún motivo aparente, o ese país del que tan bien te han hablado pero al que tú, sin saber bien por qué, le sigues teniendo tirria... o ese supuesto mundo fantástico y mágico en el que todo es posible, en el que todo brilla, en el que todo el mundo no solamente es feliz, sino que además hace que el resto de la humanidad sea igualmente feliz. Vale, de acuerdo. Pero somos humanos, y como se ha dicho, hay cosas en las que, simplemente, no entramos. Como por ejemplo (y éste es el caso de quien escribe),
la moda, en general. La alta costura, en particular.
Y de nuevo, con la tirria hemos topado. Es imposible. Es ver una de esas miradas presuntamente penetrantes, es ser cegado por la horda de flashes de turno, es tener que escuchar las tonterías del nuevo gurú del diseño de ropa... es tener que ponerse en una tienda de ropa y oír esa música moderna e interactuar con esos encargados que van a tantísimas más revoluciones que la gente normal... y sentirse terriblemente viejo. ¿Por qué? Porque la desconexión con el mundo que a uno le rodea es absoluta... hasta que se recuerda que lo que no se logra entender es una infinitésima fracción del mundo en el que realmente vivimos. Que
todas estas miradas, flashes, memeces, música y dependientes forman parte de algo que, al fin y al cabo es intrascendente. Créanme, se puede vivir sin todo esto. Es más, la vida ''sin todo esto'' seguramente sería mejor. Pero como en muchos otros aspectos de nuestra existencia, toca joderse, apechugar y tragar. De modo que, repasando, somos imperfectos, lo cual implica que no podremos ponerle buena cara a todo lo que se nos presente, pero no por ello debemos amargarnos, menos aún cuando la fuente de nuestras amarguras es algo tan poca cosa. Entendido.
'Mademoiselle C' es un
documental sobre, precisamente, el infausto e híper frívolo mundo de la moda. Es poco más de hora y media en la que se hace un repaso exhaustivo de uno de los eventos más relevantes en las historia reciente de dicho sector: el lanzamiento de la única y esperadísima ''CR'', que no, no es el monográfico definitivo dedicado a Cristiano Ronaldo que tanto tiempo lleva pidiendo... el propio Cristiano Ronaldo, sino la revista (pos así llamarla) comandada por la legendaria (?) Carine Roitfeld. Resulta que la antaño musa del porno-chic y ex directora de la edición francesa de la prestigiosísima Vogue está decidida a tomar las riendas no sólo de su propio destino, sino al parecer también las de su insignificante mundillo, pues lo que planea con ''CR'' va a ser el no va más, lo nunca visto antes... la redefinición de un concepto, de un modelo... de un modo de vida.
Es, básicamente,
como si a Sofia Coppola le hubiera dado por rodar el documental de la más-que-probable precuela de 'El diablo viste de Prada'. Solo que el director de 'Mademoiselle C' en realidad se llama Fabien Constant, y salta a la vista que él, a diferencia de algún espectador de lo más indeseable, sí está en su salsa; sí está a gusto en este manicomio de los egos desbocados; en esta especie de
burbuja dorada que podría ser perfectamente la continuación versaillesca de la 'María Antonieta' de... Sofia Coppola, claro. Para hacernos a la idea, una ínfima porción de la lista completa de nombres con los que se codea el equipo de la película nos descubre a celebrities del calibre de Karl Lagerfeld, Kanye West, Riccardo Tisci, Albert Elbaz, Jean-Paul Gaultier, Puff Daddy, Harvey Weinstein, Alicia Keys, Cassie, Cate Blanchett, Diane Von Furstenberg, Mario Sorrenti, Natalia Vodianova, Kirsten Dunst, Proenza Schouler, Alexander Wang, Anna Wintour, Donatella Versace, Mario Testino, Matthew Avedon, Nick Knight, Tom Ford o, cómo no, James Franco. Exacto, la experiencia tiene un
elevadísimo riesgo de saldarse en muerte por parálisis cerebral.
Y casi, porque cada uno de los 93 minutos de metraje pone a prueba la teoría de la relatividad. Oír a esa gente extraña, tratar de entender cómo -demonios- se ganan la vida... hacer los cálculos concerniendo a las toneladas de dinero que se gastan en cada presentación / gala / pasarela / obra ''benéfica'', y darse cuenta de que seguramente se habría podido erradicar el hambre en el mundo al menos cuatro veces... El tiempo se detiene.
Para qué engañarnos, la propuesta se hace insoportable... pero, y aquí no se engaña a nadie, a la vez extrañamente fascinante. Dejémoslo en que es tan insufrible (y aun así deslumbrante) como su objeto de estudio, lo cual hace que hablemos de un documental por lo menos modélico. Casi todo lo que se le puede echar en cara tenía que estar ahí, casi por imposición moral.
La realidad (''esa'' realidad) de las altas esferas de moda al desnudo. De la mano de un director que está en el lugar y el momento indicados.
El excelente uso de la música, el montaje -cuidadamente- nervioso, los constantes juegos con el estilo visual... Fabien Constant firma
el trabajo que el mundo de la moda, para bien o para mal, se merecía. La implicación del cineasta es tal que, a poco que se preste un mínimo de atención, se ve como todo acaba saliendo a la luz. Está por ver si el desmantelamiento estaba premeditado o si por el contrario ha sido fruto de la -feliz- casualidad (aunque sinceramente, poco importa). En cualquier caso, es reconfortante ver como detrás de la belleza divina de Kate Upton está un fotógrafo cuyos impulsos sexuales harían bien en sentarse en el diván de un psicólogo, o como
hasta los seres más superiores de este planeta se ven obligados a tragarse la baba narcisista de Kanye West, o como el botox de Donatella Versace es, efectivamente, el único y ultra-casposo secreto de la eterna juventud. En este templo de lo ''cool'', máxima celebración de la hoguera de las vanidades, todo reluce, cierto, pero no lo suficiente como para que no nos demos cuenta del snobismo, de la locura, de lo decrépito... de que
el gran desfile es, a fin y al cabo, un freak show que puede llegar a poner los pelos de punta.
Nota:
6,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas