Buscador

Twitter Facebook RSS

'Yo, Frankenstein': Tú, desalmado

Vía El Séptimo Arte por 19 de junio de 2014

La historia va así. O no. Dos siglos atrás (año más, año menos...) existió un científico loco llamado Victor Frankenstein cuyos aberrantes experimentos lo llevaron a desafiar al mismísimo Dios. Unos cadáveres por aquí, unas grapas por allá, unos cuantos rayos de una tormenta cualquiera y... ¡voilà! Se hizo la vida. Chúpate ésta, Todopoderoso... ¿quién se ríe ahora? Un segundo, por favor, que quien ríe último, ríe mejor. Esperemos pues. Porque la criatura de Frankenstein (ese ''Prometeo moderno'') no era tan fantástica como en un principio podría creerse. Claro que el trato vejatorio al cual fue sometido por parte de su amo y señor, quizás (y sólo quizás) tuvo algo que ver con los brotes psicóticos de los que a posteriori sería víctima el pobre monstruo (y la gente que lo rodeaba). Un drama total que se saldó con el único desenlace posible: mucho rencor, sangre y varias muertes. Todo el mundo salpicado o, directamente, degollado. Horroroso... Pero un segundo, ¡por favor! Que hay más.

''Siempre hay más.'' Una advertencia que la industria cinematográfica nos ha grabado a fuego en toda la frente. Nunca den una historia (o personaje, sin importar lo principal o secundario que sea éste) por muerta, no al menos si se le puede intuir un mínimo de rentabilidad económica. A la hora de exprimir el mítico relato de Mary Shelley, el séptimo arte ya se empleó a gusto justo cuando empezaba a cogerle el gustillo a eso de las monster-movies. Nada nuevo, pues, de lo que escandalizarse ante ésta la enésima revisión del universo Frankenstein. Y para los indignados (que posiblemente los habrá... porque de hecho ya los hay), que sepan que en esta ocasión las culpas están compartidas con el comic. Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux, 'Yo, Frankenstein' es la excusa que ha encontrado este mismo hombre para seguir alimentando sus filias más tenebrosas.

Y es que hablamos del que también tiene el honor (por así llamarlo) de ser uno de los máximos responsables (mejor dicho, ''culpables'') de la saga ''Underworld'', aquella en la que vampiros y hombres lobo peleaban a muerte mientras se iban apretando las nalgas de Kate Beckinsale, y Bill Nighy (siempre Bill Nighy) iba moviendo los hilos de forma muy (pero que muy...) maligna. Ahora, los que se pelean a muerte para disputarse el destino de la humanidad entera, así como todas sus almas (pues menudo premio...) son directamente el Bien y el Mal. Dicho de otra manera, Dios (el antaño ultrajado por el Dr. Frankenstein, correcto) y el Diablo. En el centro del ring, es decir, por encima del bien y el mal, la estrella principal del show. Un lobo solitario, un ser sin aparente fuerza espiritual... pero sobrado de fuerza bruta. Es, obviamente, el monstruo de Frankenstein, rebautizado con el nombre de Adam (elemental), y que dos siglos (año más, año menos) después de su traumático nacimiento, se dispone a jugar un rol esencial en la batalla más importante desde que el mundo es mundo.

El malo de la función, por cierto, es Bill Nighty. Sorpresa, sorpresa... Y efectivamente, todo es tan (pero no más, cuidado) desastroso que en su principal referente. Ahí está quizás el problema concreto... y también el que lleva perpetuándose desde que este negocio es negocio. El cliente, es decir, la taquilla, siempre tiene la razón, y si los números cuadran, aunque sea por un margen muy estrecho, sigue habiendo vida... incluso después de la muerte. Porque por muy muerta que pueda parecer la propuesta (en el sentido estético, narrativo, o simplemente en lo que a interés general que pueda suscitar), alguien, en algún rincón del mundo, por increíble que parezca, ha vuelto a financiar una película refrendándose en el modelo ''Underworld''. Mary Shelley no podría estar más satisfecha. El homenaje es brutal, pues estamos ante una película hecha a partir de los cuerpos muertos de otras películas. Todo ensamblado con cuatro costuras mal puestas y con alguna que otra descarga eléctrica. Genial, tanto que el filme nació muerto (y si no miren la taquilla estadounidense).

Con la posibilidad (mal aprovechada) de las virtudes de Blade y todos los tics heredados de aquel desastrillo inaugurado por el igualmente desastroso Len Wiseman, se demuestra una vez más que siguen sucediéndose las reverencias tanto al relato originalísimo de principios del siglo XIX como a sus más célebres adaptaciones. Es como si el ayudante de laboratorio, zopenco donde los haya, se hubiera equivocado con los órganos y hubiera colocado en la cabeza de la bestia el cerebro que no tocaba. Así es como el producto da síntomas, desde su prólogo, de una falta de coordinación angustiosa, de unos reflejos alarmantemente lentos y de unos impulsos homicidas (la mayoría de ellos dirigidos hacia su propia persona) que nada bueno presagian. Y efectivamente. Ni el aura de serie B (manchada, eso sí, por el imperdonable desaprovechamiento de algunos de sus activos más obvios... esas piernas demasiado tapadas de Yvonne Strahovski) consigue dar un mínimo de brillo a un producto que a pesar de sacarle buen partido -cómico- a su propia idiotez y de no andarse excesivamente por las ramas (tal vez porque no haya material para ello) no escapa a su desastrosa naturaleza. Músculo gelatinoso. Es el déjà vu de un déjà vu malo. Su apartado visual racargadísimamente gótico, sus escenas de acción híper-digitalizadas, sus frases lapidarias del nivel intelectual de una ameba... todo estaba visto y oído, en mejores condiciones, aunque éstas fueran ya bastante lamentables. Y ahí el último y grotesco homenaje: un ser sin carisma, triste y (aquí íbamos) carente de alma.

Nota: 4 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >