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'Luces rojas': Escépticos S.A.

Vía El Séptimo Arte por 01 de marzo de 2012

Dos investigadores de fraudes paranormales, la veterana doctora Margaret Matheson y su joven ayudante Tom Buckley, estudian los más diversos fenómenos metapsíquicos con la intención de demostrar su origen fraudulento. Simon Silver, legendario psíquico, tal vez el dotado más célebre de todos los tiempos, reaparece después de treinta años de enigmática ausencia para convertirse en el mayor desafío mundial para la Ciencia ortodoxa y los escépticos profesionales. Tom comienza a desarrollar una densa obsesión por Silver, cuyo magnetismo se refuerza de forma peligrosa con cada nueva manifestación de oscuros fenómenos inexplicables...

Un paso de peatones por el que no se puede cruzar. Una situación de emergencia en una central nuclear. Un examen lleno de correcciones. Un jugador de fútbol que se va al vestuario antes de que se hayan cumplido los noventa minutos de juego. Son escenarios que tienen el factor cromático como denominador común. El color rojo, tradicionalmente asociado a la pasión, no obstante también es un indicativo de lo incorrecto; de lo que no debería estar allí. De este modo, la luz del semáforo nos dice que no tendríamos que cruzar, la alerta roja nos dice que más nos valdría empezar a correr por nuestra vida, el color de la tinta recalca nuestros fallos y la tarjeta es una forma clara de salvar el juego limpio, además de decirle al agresor que se calme y reflexione sobre lo que acaba de hacer.

El mismo color, con propósitos más o menos similares, es el que persigue un curioso grupo de investigadores. Lo que ellos conocen como ''luces rojas'' son las señales o indicios que les hacen sospechar que algo huele a chamusquina. Mientras otros presencian un espectáculo de magia o un evento paranormal y se dejan sorprender, nuestros protagonistas se quedan en un rincón oscuro que les conceda una perspectiva privilegiada del espectáculo, y afinan la vista para ver si hay gato encerrado. Un pinganillo, una respuesta a destiempo, una pose delatora... éstas son las luces rojas, un punto de partida a seguir para volver a tocar de pies a tierra y de paso desenmascarar al impostor que vea una ocasión dorada para aprovecharse de la ignorancia de la gente.

''I want to believe'' (''Quiero creer'') rezaba aquel póster colgado de la pared de aquel mítico zulo ocupado por el no menos mítico agente outsider del FBI Fox Mulder. Ni su compañera sabelotodo ni un entorno hostil impidieron a esta especie de Don Quijote marciano llevar a cabo sus nobles propósitos. En el otro lado de la balanza encontramos el despacho de los científicos de 'Luces rojas' en el que en el fondo se ve el mismo póster, con la misma imagen borrosa de un OVNI, pero con un texto diferente: ''I want to understand'' (''Quiero comprender''). Se establece así una dicotomía entre fe y razón (o el camino de llegar a lo increíble por medio de demostrable) que se erige como eje vertebrador del filme.

Estamos pues frente a una temática y un tono que recuerdan vagamente (y a sabiendas de que no hay nada más odioso que las comparaciones) al mejor Christopher Nolan, aquel cineasta que opta por conciliar los extremos teóricamente opuestos del cine comercial y el cine de autor. Misión a priori imposible, casi utópica. Se trata de un director que impregna a sus protagonistas con obsesiones profundísimas para estudiar de forma digerible y agradecida con el espectador medio, temas endiabladamente complejos, consiguiéndose siempre un saludable equilibrio entre espectáculo y cerebro; entre pirotecnia y materia gris. De hecho, se podría decir que actualmente es el mejor constructor de laberintos que invitan a todo el mundo a dejarse perder.

Un buen ejemplo de ello, y que nos acerca de nuevo al último trabajo de Rodrigo Cortés, es la estupenda 'El truco final (El prestigio)', película en la que la enfermiza rivalidad entre dos ilusionistas nos llevaba a conocer la cara oculta del espectáculo de la magia. En los camerinos y en los bastidores se daba uno cuenta de que no se hablaba de milagros, sino de avances de la ingeniería. Tampoco se hablaba de hechizos o encantamientos, se hablaba de dominar y comprender las dotes de interpretación necesarias para hacer creer al público, estando todo culminado por un ''prestigio'' que debía poner la guinda en el pastel del engaño, un plato con el que la audiencia estaba dispuesta a darse un buen atracón.

Después del fenómeno sleeper 'Buried (enterrado)', el título que realmente catapultó a la fama a Rodrigo Cortés, es de suponer que el respetable también tenga ganas de ponerse las botas con cualquier otro trabajo que llevara la misma firma. Es por esto que 'Luces rojas' se encuentra seguramente entre los lanzamientos más esperados de este año, yendo más allá de lo que tiene que ofrecernos para la temporada la cinematografía española. A la expectación creada por el director (que para la ocasión vuelve a ejercer de guionista) se le suma el fichaje de diversas estrellas hollywoodienses, algunas todavía en la primavera; otras ya en el invierno de su carrera, pero todas ellas con peso suficiente en su nombre para captar todavía más la atención de cualquiera.

Cortés está en posesión de los ingredientes necesarios para crear un espectáculo memorable, y la verdad es que los primeros trucos del mago en escena invitan al optimismo. En una casa de lo más tétrica se oyen fuertes golpes provinentes de las estancias del piso de arriba, puertas que se abren solas, muebles que levitan. ''Habemus poltergeist'' afirma el atemorizado propietario. ''Tenemos fraude'' responden los doctores, que a estas alturas ya las han visto de todos los colores. La batalla entre realidad y mentira está dispuesta, y los soldados de ambos frentes van a darlo todo para atraer a más fieles a su causa. Hasta aquí todo bien en este thriller paranormal por encima de la media, al permitir éste que la audiencia se zambulla sin impedimentos en el juego que propone.

Hay que darle las gracias a unas interpretaciones más que correctas (tal vez Robert De Niro ya no es lo que fue, pero cuando está en pantalla sigue teniendo un magnetismo que ya lo quisieran la mayoría de estrellitas emergente de ahora) y una dirección sobria que, a pesar de un montaje (cuyo responsable es el propio Cortés) algo errático en momentos puntuales, consigue crear una atmósfera enrarecida y asfixiante que al relato le va como anillo al dedo. El problema es el mismo que el de su ópera prima, la a ratos estimulante pero efectista 'Concursante': una recta final tan ruidosa como vacía, y en la que se opta por el recurso fácil; por la vía rápida. Un atajo que puede ser visto como una traición al discurso construido hasta entonces. Decepcionante porque no hace justicia a la valentía de sus cimientos. De modo que el castillo de naipes acaba por derrumbarse, porque a la performance, a diferencia de las del maestro Nolan, le ha faltado el prestigio; el abrakadabra final. ¿Hay motivos para perder la fe en el mago? No, pero sí para ir a su próximo show con un poco más de escepticismo.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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