Ahora te ríes, porque crees que la propuesta te queda muy lejos. A una vida entera, más o menos. A una eternidad, vaya. Porque
miras la cuenta de inviernos que llevas y la verdad es que a la espalda no le pesan demasiado. Ya tienes tu experiencia acumulada, tampoco vamos a engañarnos, pero de momento ésta sólo trae beneficios, y ni pizca de sobrecarga. Estás al dente, pues has alcanzado la combinación óptima entre saber todo lo que hay que saber sobre el mundo (bueno, dejémoslo en que sabes más bien lo justo) y no tener que sufrir por los problemas derivados de la edad. Estás hecho un pipiolo, pero ya no estás verde. Ni mucho menos. Aún tienes toda la vida por delante y el mundo, efectivamente, es tuyo. De modo que cuando llegas a esa casa rural en la que vas a correrte la enésima farra de fin de semana y conoces a los viejales de los vecinos, no puedes (ni quieres) reprimir un arrebato de arrogancia prepotente que tan bien te hace sentir. Tú eres tan urbanita... y ellos son tan de pueblo... Tú tienes tantas ganas de juerga... y a ellos se les ve tan cansados...
Tú eres tan joven... y ellos tan viejos.
Con esta misma actitud aterriza Anaïs Demoustier, una de las nuevas musas del cine francés, en uno de los escenarios principales de 'Luces de París'. Así mismo se enfrenta a otra fuente de inspiración, más eterna; más incombustible. Ésta última, que responde al nombre de Isabelle Huppert, podría ser el punto donde termine la primera... en unos 30 años (35 para ser exactos). Entre ambas; entre el futuro y la historia (viva, eso sí) va, precisamente, casi una vida entera. Una eternidad, vaya. Y así, exactamente, nos enfrentamos los que somos jóvenes (pero no demasiado) a la nueva película de Marc Fitoussi (de 41 años, por cierto),
con la distancia auto-impuesta ante aquello que todavía se nos antoja lejano, pero también con el respeto (un poquito... el justo) que merece lo inevitable. Nos aferramos a Demoustier y hacemos como que la Huppert no existe... Pero no. Por una vez, el póster promocional no engañaba, y no tardamos ni dos escenas (tres, para los que somos más despistados) en darnos cuenta de las medias de edad por las que e mueve la historia que ahora nos ocupa. Qué lejos... ¿no?
Con Isabelle nos quedamos, pues. Con lo que está por llegar; con aquello a lo que nos enfrentaremos el día menos pensado... en definitiva, con esto de replantearse la vida (menuda novedad) con el agravante de gozar de poco (de menos, seguro) recorrido por delante. Suena dramático y, en efecto, así puede ser, sólo que aquí la gracia está en distinguir la seguridad de, como se ha dicho, la posibilidad. Y respiremos tranquilos, porque hay tópicos que son ciertos o que, por lo menos, siguen reafirmándose en ejemplos tan palpables como, consecuentemente, incontestables. De 'Luces de París' seguimos hablando, filme que
podría dar la sensación que va de aquello... para luego hacer ver que va de aquello otro... para finalmente evidenciar que hablaba de todo un poco, y de nada en concreto, plasmándose así una suerte de amalgama en la que, a poco que hayamos logrado vislumbrar el dibujo general (y no sólo las partes, por separado, que lo componen), reconoceremos algo que no dista demasiado de la vida misma. En la aclamada 'Mr. Nobody', Jaco Van Dormael, muy belga él, nos regaló la que seguramente sea una de las mejores definiciones que se hayan dado jamás del cine francés:
''Son esas películas en las que parece que no pase nada.'' Y así. Y permiso más que concedido para sentirse identificado.
Más que con lo que sucede, con el modo en que se nos presenta todo. No hay duda, Van Dormael no andaba muy desencaminado. Lo que nos cuentan las 'Luces de París' de Marc Fitoussi puede comprimirse en poquísimos caracteres, lo cual en absoluto implica que el interés despertado se quede en las mismas dimensiones.
El secreto del éxito está en el ritmo en el cual se van sucediendo las pinceladas; en la variedad que muestran las direcciones de los trazos. Sí, cuando parecía que el foco se quedaría apuntando a Anaïs, se acabó decidiendo por Isabelle, y cuando ésta parecía que quería a Jean-Pierre, va y se fija en Pio... para poco después descubrir a Michael. Sí, cuando empezábamos a acostumbrarnos al entorno rural, hicimos de nuevo las maletas y nos escapamos a la ciudad, y ya puestos, cuando pensábamos que la cosa iba, simplemente, de encadenar infidelidades en etapas vitales avanzadas, resulta que en realidad se estaba ampliando la reflexión al invento ése de la monogamia.
Sin sitio para la alabanza o para la condena; sin conclusiones visibles, más allá de las que pueda extraer el espectador.
Con un gusto en la gestión de la aleatoriedad de los eventos que, volviendo al tópico de marras, solamente ha logrado perfeccionar la cinematografía francesa. 'Luces de París' no es ni mucho menos uno de los mejores ejemplos de dicho cine, pero sí que luce, sin aparentes sobre-esfuerzos, algunas de sus mejores virtudes. Lo mismo que una
Isabelle Huppert, estrella indiscutible (en serio) de la función, a la que le basta (y le sobra) con poco más que el piloto automático para que las aventuras de esa campesina convencida de que nunca es demasiado tarde para descubrir (y para descubrirse), se impregne de la
simpatía, ternura, encanto y sobre todo espontaneidad que en algún momento u otro seguro que han llenado nuestras propias experiencias. Como si esto de contar historias en el llamado séptimo arte fuera algo que pudiera dejarse a la improvisación, o dicho con otras palabras, como si hacer una película fuera fácil. Y ya que estamos, como si nosotros mismos pudiéramos predecir, con total exactitud, qué va a pasar mañana mismo, en un día cualquiera (uno más...) en nuestra anodinamente impredecible vida. Imposible, ¿verdad? Pues ya está. Huyan de los Planes Maestros, tanto en su hogar como en el cine, ya sea éste francés o no.
Nota: 6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol