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'Los ojos de Julia': Los ojos inciertos

Vía El Séptimo Arte por 28 de octubre de 2010

El reciente y presunto suicidio de Sara, la hermana de Julia, ha agravado en esta última los síntomas de una enfermedad degenerativa de la que hace tiempo intentó operarse sin éxito. Se trata de una pérdida progresiva de la vista; un proceso que se acelera cuando se le disparan los niveles de stress. Precisamente la muerte de su hermana no hará sino aumentar sus ataques nerviosos, al levantar este trágico suceso una gran sospecha: ¿realmente se quitó la vida o alguien la empujó a hacerlo? Para llegar al fondo de la cuestión, Julia y su marido se instalarán temporalmente en la casa de la hermana difunta. Allí entrarán en contacto con un vecindario cargado de secretos y gente poco fiable, que tras cada respuesta planteará una nueva pregunta.

Aunque su estreno comercial pasara sin pena ni gloria, esto no quita que la ópera prima de Guillem Morales pudiera colocarse entre lo más remarcable que nos haya dado el cine de terror hecho en España a lo largo de los últimos años. En 'El habitante incierto' no aparecían monstruos, ni asesinos que persiguieran a sus víctimas con cuchillos ensangrentados... simplemente había una premisa más que estimulante: la violación de la intimidad; la invasión de aquello que supuestamente es nuestro y de nadie más. La acción se centraba en una casa de extrarradio de grandes dimensiones, cuyo propietario vivía angustiado por la sospecha de que otra persona estuviera ocupando su morada. Un temor totalmente racional que bebe directamente del miedo primario hacia lo desconocido, hacia lo que no comprendemos... hacia lo incierto.

Se trataba pues de una película más cercana al territorio del thriller psicológico, suponiendo una excelente carta de presentación para Morales... a la vez que un nada desestimable cuadro clínico que nos ayuda a entender dónde se crecen -y empqueñecen- esos ''ojos de Julia'', auspiciados por el tránsfuga de la Tierra Media Guillermo Del Toro y la todavía potente áurea del sello 'El orfanato'. Así, algunos de los elementos usados en su debut cinematográfico, son aquí reciclados por el propio director. Una muestra de ello es el excelente prólogo, en el que se nos describe parcialmente (el cineasta confirma que es un auténtico maestro en el juego de mostrar a medias... o directamente de no mostrar) los sucesos concernientes a la muerte de Sara, y que nos sitúa de nuevo en un chalet alejado de la ciudad, en el que no queda del todo claro si entre sus muros hay alguien más aparte de su legítima propietaria.

También, al igual que en 'El habitante incierto', nos topamos con un fenómeno curioso, y es que da la impresión que, de haber contado con más metraje, ambos casos hubieran podido servir para una miniserie. Eso se debe a la más que evidente división en etapas en la que Guillem Morales (ahora en colaboración con el televisivo Oriol Paulo) presenta sus historias. A lo largo de poco más de hora y media se encadenan situaciones de todo tipo, merced al intercambio de papeles marca de la casa (antes el invadido pasaba a ser invasor, ahora la protagonista sigue los pasos de su hermana, en permanente metamorfosis marcada por la degeneración macular). Contextos que, lejos de parecer inconexos, son eficientemente ensamblados para formar un todo que nunca aburre, al estar éste constantemente moldeando su apariencia.

Lo que pasa es que estos cambios vienen con un efecto secundario. Los continuos saltos de escenario obligan al guión en más de una ocasión a ejecutar piruetas arriesgadísimas que no siempre culminan de la forma más elegante. Eso se ve reflejado en nexos o recursos que, si bien ayudan a que la trama siga su curso, también pecan de increíbles... y en el peor de los casos, de absurdos. ¿Por qué no resolvemos el caso desde la seguridad de nuestro hogar? ¿Cómo ha entrado usted aquí? ¿Por qué no me lo dijo desde el principio? Y otras preguntas incómodas ante las que tenemos que vendarnos los ojos para que este relato de terror no pierda todo su poder. Es el precio a pagar por la ya demostrada afición de Morales por el giro argumental; por provocar el impacto en el espectador; por tratar de atar casi de forma obsesiva todos los cabos.

Afortunadamente, el director compensa sus vicios con unas virtudes que, una vez más, dejan claro que le tiene muy bien tomado el pulso al género. Es de envidiar la manera en que crea tensión valiéndose de los factores ambientales o simplemente circunstanciales. Cuando hay tormenta y se va la electricidad, el ritmo lo marca la angustiosa espera entre relámpago y relámpago, encargados de iluminar la habitación y de desvelar si hay alguien más en ella o no. Asimismo, cuando la ceguera se vaya apoderando de Julia, seremos puestos a su nivel, negándonos el privilegio de ver con claridad los rostros de la otra gente, y potenciando nuestro sentido auditivo, que obviamente nos jugará más de una mala jugada.

Esta calidad realizadora se ve correspondida por unas actuaciones (quizás la gran asignatura pendiente de 'El habitante incierto') a la altura de las expectativas. Lluís Homar, en su línea, aprovecha como sólo él sabe cada plano que le es concedido y Belén Rueda, musa del cine de terror patrio, se sumerge en un nuevo tour de force que resalta su cada vez más incontestable talento interpretativo. Algo similar al maravilloso trabajo que nos ofreció Audrey Hepburn en la claustrofóbica 'Sola en la oscuridad', en la que daba vida a una joven que acababa de quedarse ciega, y que tendría que hacer frente ella sola a una grupo de gángsteres comandados por un despiadado Alan Arkin. El rival ahora es una figura que coquetea con lo fantástico. ''El hombre sin luz'', versión más enfermiza del mítico personaje al que nadie podía ver, creado por Herbert George Wells, que de paso se acerca al inquietante perfil voyeur de 'El fotógrafo del pánico', de Michael Powell. Un villano atractivo mientras se mueve entre las sombras pero que pierde encanto cuando finalmente alcanzamos a verlo, lo cual ilustra a la perfección el recorrido de una película brillantemente ejecutada, pero incapaz de ocultar sus carencias cuando se desprende del halo de misterio que la rodeaba en los primeros compases.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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